Los rayos del sol asomaban por el horizonte y, el joven alumno ponía atención a su maestra. Él sabía que, si quería ser un cazador de vampiros, tenía que escucharla cuidadosamente.
—Escucha bien querido alumno, para que puedas destruir a un vampiro tienes que aprender la regla más importante de todas… Regla número uno: tu alma siempre tiene que estar en paz; con eso quiero decir que, si en tu alma hay rencor, odio, frustración, o cualquier otro sentimiento que no te deje vivir en paz, no puedes matar a un vampiro, ellos sienten tus sentimientos y, si encuentran algo negativo en tu alma, eso los hará más fuertes. Recuerda, la regla número uno es la más importante de todas. ¿Entendiste?
El joven movió la cabeza de manera afirmativa y contestó: —sí señora mía, lo entendí.
—Bien, vamos a entrar al castillo, los vampiros duermen de día y, aunque es muy temprano, nuestro día va a ser largo. No quiero que hagas nada, sólo quiero que observes y aprendas— le dijo la cazadora a su alumno mientras sacaba una estaca y un pesado marro de madera y continuó: —Bien, entremos, y no hagas el más mínimo ruido.
Los dos se dirigieron dentro del castillo, subieron las escaleras y, en la última habitación, la mujer le dijo a su alumno: —Quédate en la puerta y observa cómo se hace.
La mujer se acercó hasta su objetivo y, mientras dormía, colocó cuidadosamente la estaca a la dirección del corazón. Sin dudar, dio un fuerte golpe enterrando la estaca, quitándole la vida al ser que yacía en la cama.
—¡Señora mía! ¿Qué ha hecho? Ese no es un vampiro, ese hombre era su esposo.
—¿Te acuerdas de la regla número uno? Bien, ahora vamos a cazar vampiros.
© Cuauhtémoc Ponce