Vie05May202304:30
Información
Autor: Diego Cisneros
Género: Cuento

La Última Gota

La Última Gota

El sol brillaba como una bola de fuego en el cielo, derramando su luz dorada sobre el vasto desierto que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. El mundo se había transformado en un mar de cristales rotos, donde la arena se movía con la suavidad de las olas del mar, y donde cada grano de arena parecía estar adornado con diminutos diamantes que resplandecian intensamente bajo la luz del sol.

La arena bajo mis pies hierve, y el sol de mediodía me roba cada gota de sudor. Mi garganta está tan seca como la cantiflora que se balancea en mi costado. Miro a mi alrededor y lo único que veo es un mundo sin vida. No hay árboles ni animales, solo arena, viento y un calor insoportable. Las dunas parecen moverse por sí solas, como si estuvieran vivas, pero no sé si es real o solo mi imaginación que me está jugando una mala broma.

La gente al otro lado de este desierto vive en pequeñas comunidades, cada una de ellas luchado por sobrevivir. Hay aquellos que tienen suficiente agua para vivir cómodamente, pero la mayoría lucha por cada gota. Mi familia está en el segundo grupo. Hemos estado buscando agua durante días, pero no hemos tenido suerte, aún cuando mis padres saben recolectar gotas de rocío al amanecer y a encontrar pequeños depósitos de agua ocultos en las rocas.

El agua se ha convertido en mi obsesión, en mi sueño más deseado. Algunos matan, otros roban, y algunos venden todo lo que tienen para comprar un poco de agua. Es triste ver cómo la gente se vuelve loca por un trago de agua, pero yo entiendo. Es la única cosa que nos mantiene con vida.

Recuerdo una vez que vi a un hombre luchando por un cubo de agua en el mercado. Lo agarró con fuerza y lo levantó por encima de su cabeza. La multitud se arremolinó a su alrededor, gritando y empujando. Él luchó, pero al final cayó al suelo, con el cubo de agua vacío y una herida en el costado. Nadie lo ayudó, todos estaban demasiado ocupados tratando de conseguir su propia ración.

Cuando llegamos a una pequeña comunidad recolectora, nos encontramos con una familia que tenía agua extra. Nos ofrecieron un trato: una botella de agua a cambio de mi hermano menor. Mi padre se negó rotundamente, pero yo sabía que no teníamos otra opción. Fui a hablar con la familia, suplicándoles que nos ayudaran. Pero no lo único que conseguí fue que me cerrarán de golpe la puerta en la cara.

Despedirme de mi hermano fue como desprenderme de un pedazo de mi corazón, una herida abierta que no podía ser cerrada por nada más que por su regreso. Lo abracé fuertemente, como si quisiera mantenerlo cerca de mí para siempre, y las lágrimas brotaban de mis ojos como un río desbordado mientras le prometía volver a por él algún día.

La botella de agua que recibimos no fue suficiente para saciar la sed de mi familia, pero al menos nos permitió sobrevivir un día más.

Los días de caminar bajo el sol abrasador habían hecho mella en nosotros, dejando nuestras almas marchitas y nuestros cuerpos exhaustos. La arena se adhería a nuestros zapatos y se introducía en nuestras gargantas, haciéndonos toser y jadear por aire fresco. La idea de encontrar agua pronto era el único pensamiento que nos mantenía avanzando.

Finalmente, nuestro agotamiento se desvaneció cuando llegamos a un oasis. Pero no era el paraíso que habíamos imaginado. En lugar de un lugar vibrante y lleno de vida, nos encontramos con un espacio en ruinas, con agua apenas visible, árboles retorcidos y huesos de animales muertos. Aún así, fue un milagro a mis ojos, una bendición en medio de este mar de fuego.

Nos adentramos en el oasis con la esperanza de encontrar un respiro en medio del infierno del desierto. Sin embargo, apenas logramos beber un poco de agua nuestra ilusión se desvaneció al notar la presencia de un grupo de hombres armados, hombres que estaban esperando como buitres hambrientos la llegada de su siguiente presa.

Nuestros corazones latían acelerados mientras intentábamos escondernos, pero pronto nos encontraron. Un sudor frío recorrió mi espalda cuando uno de ellos agarró a mi madre por la espalda y la sostuvo con un cuchillo en su cuello. Sentí como el corazón se me detenía por un momento, el miedo haciéndose hueco en mi mente. Intentamos negociar con ellos, ofreciéndoles todo lo que teníamos, pero su codicia no tenía límites. Parecían disfrutar de nuestra desesperación, como depredadores que jugan con su presa antes de matarla.

El terror se apoderó de mí al presenciar cómo aquel hombre despiadado cortó el cuello de mi amada madre, dejando que su cuerpo cayera sin vida al suelo. Su acción fue tan rápida e implacable que no pude hacer nada para evitarlo.

Mi padre, valiente y astuto como él solo, me tomó de la mano y corrimos con todas nuestras fuerzas, pero pronto nos vimos superados por su número y el armamento que portaban. Fue una situación completamente desesperada, desigual, era como si estuviéramos enfrentándonos a un ejército. A medida que avanzábamos, podíamos escuchar los disparos de las armas y los gritos de los soldados que nos perseguían. Mi padre, con una mirada decidida, me dijo que siguiera corriendo y que no mirara atrás.

Finalmente, escapamos del oasis, pero no antes de que mi padre fuera herido gravemente. Caminamos por el desierto, sin dirección ni esperanza. Mi padre murió poco después de que llegamos a un lugar seguro.

La noche caía sobre el desierto como un manto oscuro y pesado, como si el sol se hubiera escondido para siempre detrás de las dunas de arena. Mis pies, que antes parecían tener alas, ahora eran como plomo fundido, sin la fuerza para avanzar un paso más. Me sentía sola en el vasto desierto, como si hubiera sido abandonada en un mundo irracional sin más compañía que la de las estrellas que comenzaban a asomar en el cielo.

El cansancio se aferraba a mí como un peso muerto, apretando mis músculos y tirando de mi voluntad hacia abajo. Sentía que mi cuerpo estaba al borde del colapso, como si mi mente estuviera en un mundo aparte, desconectada de la realidad que me rodeaba. Y sin más, me dejé caer en el suelo, con las lágrimas corriendo por mis mejillas mientras mi cuerpo temblaba con cada sollozo, hasta quedar completamente dormida 

Trás varios días de vagar sin rumbo fijo y encontrar una pequeña cueva entre las rocas en donde descansar, ví de repente, una pequeña mota de luz en la distancia. La luz en la lejanía parecía un faro de esperanza en la oscuridad del desierto. Con paso cauteloso y alerta, me acerqué lentamente, temiendo lo que pudiera encontrarme al llegar. Pero a medida que me acercaba, la luz se hacía más brillante y podía oír los sonidos de personas hablando y riendo..

Finalmente, llegué al lugar donde se encontraba el fuego y pude ver a un pequeño grupo de personas sentadas alrededor de él, compartiendo historias y comida. Me sorprendió la calidez que emanaba de ellos, como si fuera una llama que arde con fuerza en la noche oscura. Me acerque con timidez y les pregunté si puedo unirme a ellos. Me miran con desconfianza, pero después de explicarles mi situación, me aceptaron. Me dieron agua y comida, y me hicieron sentir bienvenida.

Mientras compartíamos la comida y las historias, me di cuenta de que estas personas eran como una familia, una tribu unida por lazos más fuertes que los de la sangre, lazos de amistad verdadera y amor puro. A medida que las horas pasaban y el fuego se consumía lentamente, me di cuenta de que había encontrado algo más que un refugio temporal. Así que me quedé con ellos durante la noche, compartiendo historias y risas alrededor del fuego mientras la noche se desvanecía y el sol se levantaba en el horizonte.

Pero mi esperanza se desvaneció repentinamente cuando escucho a uno de los hombres hablando sobre su último viaje. Había estado en el oasis donde mataron a mi madre e hirieron a mi padre. Se jactaba de cómo habían tomado el control del oasis y habían eliminado a cualquier posible amenaza.

Comprendi entonces que no hay escapatoria de este mundo cruel y despiadado. La muerte y la tragedia son la norma, y la compasión es una debilidad.

Me alejé del grupo, sin decir nada. Me sentí traicionada y aterrada. No sé lo que me espera en este mundo desértico, pero sé que debo seguir adelante. No puedo dejar que mi familia haya muerto en vano. La luz de la esperanza que había iluminado mi camino en la noche oscura, se desvaneció rápidamente como una llama extinguiéndose en el viento. Las palabras del hombre sobre su último viaje habían sido un baldazo de agua fría en mi rostro, despertándome de mi sueño de un mundo mejor..

Caminé durante días sin encontrar nada más que el sol ardiente y la arena interminable. La sed se había vuelto insoportable y las alucinaciones comenzaron a afectarme. No sabía cuánto tiempo más podría continuar así. Finalmente, llegué a un pequeño pueblo. Era un lugar sombrío, con edificios abandonados y gente hambrienta y desesperada. Pedí agua y comida, pero nadie parecía tener nada que ofrecer.

Fue entonces cuando lo vi: un hombre con un gran recipiente lleno de agua fresca. Me acerqué a él y le pedí un poco. Él me miró a los ojos y me dijo que no podía darme nada gratis. Debía pagar por el agua.

No tenía nada que ofrecerle, así que le supliqué que me diera un poco, que podía hacer lo que él quisiera si al menos me regalaba un sorbo, pero él solo contesto: Estás en los huesos y apestas horrible ¿Quién querría pasar contigo una noche?. Y poco después comenzó a alejarse. Desesperada, lo seguí. Fue entonces cuando lo vi: una pequeña caja de metal, llena de inscripciones hermosas y objetos extraños y brillantes dentro.

No sabía lo que era, pero intuí que era algo valioso. Le ofrecí la caja a cambio de un poco de agua, pero él se rió de mí. Dijo que la caja no valía nada, y que yo era una estúpida por ofrecérsela. Entonces, sin pensarlo, saqué mi cuchillo y lo apuñalé en la garganta. Tomé la caja y el agua y corrí, dejando al hombre moribundo en la calle. Me sentí terrible por lo que había hecho, pero sabía que era la única manera de sobrevivir.

Caminé lejos del pueblo, sabiendo que nunca podría volver. Sabía que había cruzado una línea de la que nunca volvería, pero también sabía que no había otra opción. La muerte era una amenaza constante, y debía estar dispuesta a hacer cualquier cosa para sobrevivir. Después de todo aún tenía una promesa por cumplir.

2 valoraciones

4.5 de 5 estrellas
hace 1 año
Comentario:

Proyectas una historia que se encamina con sabor a film. Muy rica imaginación para recrear toda la historia de un mundo casi apocalíptico. Felicitaciones, Diego!

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  • Diego Cisneros hace 1 año
    Muchísimas gracias por leer y comentar. Ayuda bastante saber que fue de tu agrado 😃
hace 1 año
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