Sáb02Sep202300:08
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Autor: Omar La Rosa
Género: Cuento

De como un concierto salvo un pais

De cómo un concierto salvo un país

En la oficina del INPRES(1), ya pasada las 22:00 hs, no quedaba casi nadie, solo un técnico y una pasante que revisaban, incrédulos, los datos de la simulación que acaban de correr.    

  •      No puede ser Sabrina – Indicó Diego, señalando los resultados obtenidos.
  •      Si, es increíble, pero lo hemos verificado ya 10 veces y siempre da lo mismo – afirmó la pasante. – Creo que deberíamos avisar a las autoridades –
  •      Sí, tenemos que hacerlo – aceptó el geólogo decidido, tomando el teléfono, marcando el número del ministerio.

Ella lo observó mientras él, atento, esperaba respuesta, la misma llego luego de una eternidad, se sabe que en los ministerios los horarios se cumplen a rajatabla y era algo inaudito que alguien atendiera el teléfono, pero al final pasó.

….

Pacientemente explicó el peligro en ciernes, debían suspender el recital publicitado.

  •      … –

Por la expresión de Diego, Sabrina dedujo que del otro lado se negaban a hacer tal cosa

  •       Pero ¿lo pensaron bien? Estoy advirtiéndoles del peligro… –
  •       … –
  •       … por la cantidad de gente y la potencia del sonido, puede ser peligroso –
  •       … –
  •       Sí, sí, lo entiendo, solo que la posibilidad de desencadenar un temblor es muy real –
  •       … –
  •       Sí, se que Buenos Aires no es una zona sísmica, apenas se producen temblores aquí, pero ha pasado, y puede volver a pasar –
  •       … –
  •      ¿Qué que tiene que ver el recital? Pues, por teléfono es difícil de explicar, si me permite me llego por su oficina y le muestro las graficas de concentración de tensiones en la placa continental, es un proceso natural que, en condiciones normales, puede producir un temblor importante cada unos 100 años… -
  •       …. –
  •       Sí, entiendo su escepticismo y hasta su risa –
  •       … –
  •      No, ¿Cómo voy a pensar que me estoy burlando de usted? –
  •       … –
  •       Solo que, si se dan ciertas condiciones el evento se puede precipitar, y hay antecedentes de que eso ya ha pasado en otros lados (2)
  •       … –
  •       Lo entiendo, en política esas cosas no importan y que es muy importante que el público disfrute el recital en ese momento –
  •       … –
  •       ¡Ya hay más de 100.000 entradas regaladas…! –
  •       …. –
  •       Perdón, distribuidas, sí, sí, que el recital es gratuito –
  •       Hola, hola, hola. Me cortó – dijo por fin, derrotado, al tiempo que volvía a marcar.
  •       Deja, ya esta noche no te escucharan, mejor inténtalo de nuevo mañana – lo calmó la pasante.

Tenía razón, lo mejor era irse a dormir… si la idea, dando vuelta en su cabeza, lo dejaba…en fin, mañana seria otro día.

Por su puesto no durmió bien. Es que las cosas pasan… En sueños vio como mientras el recital estaba en su punto culminante, cuando el “pogo” estaba en su fervor máximo y la música sonaba con todo su volumen, la tierra tembló.

Un sismo de grado 4 sacudió la ciudad de Buenos Aires, con epicentro a 3 km bajo el Congreso de la Nación, justo en el momento en que el gobierno en pleno estaba exponiendo ante los legisladores…Días después se sabría que ninguno de los honorables funcionarios sobrevivía a tan gran fue la catástrofe…

Una extraña sensación le atenazo la garganta, fue como ver una luz al final de un túnel…

Los golpes en la puerta lo volvieron a la realidad…más dormido que despierto la abrió y, ante su asombro, allí estaba la figura de Sabrina con los brazos en jarra.

  •       ¿Qué haces? Te quedaste dormido ¿o qué? –

El reproche lo termino de despertar y tomo plena conciencia del sueño pasado.

  •      Ahhh, sí, las dos cosas – afirmó él, mirando el reloj pulsera.
  •      ¿? –
  •      No escuche el despertador y…estuve pensando… – ensayó a modo de explicación no pedida – A lo mejor lo de anoche son solo ideas nuestras… ¿Para qué vamos a seguir molestando? –
  •      Pero ¿y si pasa algo? – La joven no podía creer lo que oía.
  •       Bueno, está registrado que nosotros llamamos anoche advirtiendo… – se excuso al tiempo que terminaba de vestirse – ¿Me acompañas a desayunar en el bar de la esquina, tienen una medialunas buenísimas –
  •       Bueno – Acepto ella. No entendía el cambio de actitud, pero…una invitación a desayunar no era algo para rechazar.

© Omar R. La Rosa

Notas:

  •       INPRES Instituto Nacional de PREveción Sísmica
  •       Dos recitales de Taylor Swift, en el noroeste de EEUU desencadenaron sendos sismos.

https://www.cadena3.com/noticia/espectaculos/dos-shows-de-taylor-swift-en-estados-unidos-provocaron-terremotos-de-23_364674

Mié30Ago202323:18
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Autor: Cuauhtémoc Ponce
Género: Cuento

El asesino

La secundaria mixta No. 24, estaba en la mira de las autoridades. En las últimas siete semanas, cuatro jóvenes habían sido asesinadas en un parque que quedaba a tan sólo tres calles del centro de educación.

Según los exámenes forenses, ninguna de ellas fue abusada sexualmente, y todas murieron de la misma manera: «Causa de deceso: asfixia», detallaba el informe oficial.

La directora de ese lugar había exigido una investigación a las autoridades, y pidió a los padres de familia en redoblar esfuerzos en no dejar a sus niños solos a la entrada o salida de clases y, aquellos que no pudieran acompañar a sus hijos por causas laborales, pidió a los alumnos que se acompañaran entre sí, pero los resultados no fueron los que esperaba; hasta ese día, que desde su oficina logró ver como capturaban a un delincuente a las afueras de la secundaria que estaba a su cargo.

 El jefe de policía tenía sentimientos encontrados cuando llegó a la zona de emergencia: una multitud de padres, cegados por el odio, golpeaba sin piedad a un hombre que, minutos antes, intentó secuestrar a una joven de quince años: amenazándola con un cuchillo para meterla a su automóvil; cosa que no logró, y ahora estaba siendo linchado; recibiendo “justicia propia” por los ciudadanos.

El policía estuvo a punto de no intervenir, hasta que vio cómo rociaban gasolina al secuestrador con la intención de quemarlo en vida. “No, yo no voy a ser parte de esto”, se dijo, e intervino para salvarle la vida al delincuente.

—La situación es complicada: tres costillas rotas, fractura en cráneo, la pérdida total del ojo izquierdo, fractura expuesta en brazo derecho; en pocas palabras, ese hombre está vivo de milagro. Se encuentra inconsciente, pero no en estado de coma —dijo el doctor al encargado de llevar la investigación.

—¿Cuándo podré hablar con él? —preguntó el policía.

—Difícil saberlo, yo le avisaré, pero su estado es delicado.

Dos semanas más tarde, en el mismo hospital, el detective preguntaba al secuestrador. —¿Qué pretendías hacer con esa niña?

—Asesinarla.

—¿De la misma manera que lo hiciste con las otras estudiantes?

—No, quise quitarle la vida a esa niña, porque ella fue la que asesinó a las otras estudiantes — contestó el hombre, al mismo tiempo que otra niña era asesinada en el mismo parque.

© Cuauhtémoc Ponce.

Mar29Ago202304:31
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Autor: Cuauhtémoc Ponce
Género: Cuento

Cartas de amor

—Hola, buenas noches, ¿usted hace cartas de amor? ¿Me podría ayudar a escribirle una a mi novia? — me preguntó un chico que después me enteraría que tenía veintitrés años.
No, no era la primera vez que algún desconocido me mandaba mensaje al teléfono móvil, preguntándome si podía escribir un poema o una carta de amor, y mi respuesta por lo general siempre fue la misma. —Yo no puedo hacer eso, nadie más que tú conoce a tu pareja; en todo caso, te podría dar una idea con las cosas románticas que yo he escrito y basándote en eso, tú escribas la carta; una vez que la hayas terminado, te puedo ayudar un poco en revisar la ortografía y darle algún toque “especial”, pero nada más.
—Es que no soy bueno para escribir, y menos cosas de amor, es por eso que requiero de su ayuda — me respondió.
—Hijo, no es así de simple, para empezar no te conozco, ni sé cómo va su relación; necesito tener más datos: dónde se conocieron, su nombre, cuánto llevan juntos, qué le gusta a ella… No sé si me esté dando a entender, pero necesito que me des más detalles, algo más para así poder ayudarte.
—Sí, sí, lo entiendo, pues miré, yo le cuento nuestra historia, y usted me ayuda a que quede bonita una carta de amor…, mire, ella siempre ha querido que le escriba algo lindo, pero no sé cómo hacerlo, soy malo para eso de escribir y expresarme, ayúdeme que yo le pago — terminó diciendo.
—Está bien, mándame la historia lo más detallada que puedas, intentaré no cambiarla mucho; a las chicas les gusta la naturalidad, y qué mejor que salga de ti y no de alguien más.
—Gracias, ¿Cuánto será el costo?
—Me invitas una cerveza— le contesté, como suelo responder cuando me piden este tipo de “favores”, aun sabiendo que, en la mayoría de las veces, ni viven en mi país. El joven no tardó ni una hora en mandarme los detalles que, a decir verdad, era una linda historia donde no tuve que modificar mucho, sólo le puse unas cuantas expresiones, de esas que sabes que el chico las siente, pero no puede plasmarlas… Terminé, y le mandé el escrito de nuevo.
—Gracias, señor, quedó muy linda la carta, con todo lo que yo en realidad siento por ella.
—Vale, tampoco es para tanto, la verdad es que la escribiste muy bien; deberías animarte a escribirle cosas así de lindas de vez en cuando… Bueno, me tengo que ir, ya me contarás qué te dijo.
—Es que…, verá, ella murió hace unos días, sólo quiero llevarle la carta de amor que nunca le escribí.
© Cuauhtémoc Ponce.
Lun21Ago202300:43
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Autor: Omar La Rosa
Género: Cuento

La Recerta

La Receta

  • -  Aja, ¿Qué más? – interrogó la mujer sin levantar la vista del papel donde tomaba notas.

La niña continuó su explicación sin dejar de peinar la muñeca

  • -  Luego mezclas todo a unas 200 rpm durante 3 minutos –
  • -  …200 rpm durante 3 minutos…- repitió tontamente la madre.
  • -  Si, con mucho cuidado de no salpicar nada – aclaro la niña, muy seria, aquello era muy importante.
  • -  Muy bien – afirmó mientras tomaba nota
  • -   y después dejas descansar otros 3 minutos – agrego la pequeña
  • -   anotado –
  • -  Después de eso, con mucho cuidado, lo llevas al horno a fuego moderado, no más de 400 K, durante 5 minutos. Mucho cuidado con no pasarse –
  • -  ¿Por qué? ¿Qué pasa si se pasa? –
  • -   Se quema mamá –
  • -   Ahh – fue la obvia respuesta
  • -   Una vez cocinada la mescla es necesario ponerla a reposar en un lugar fresco y oscuro, por unos 2.000 años –
  • -   ¡Dos mil años! –
  • -   Si mamá, no son tantos, ya te dije que los años de los Carupitos son muy chiquitos –
  • -   Bueno, si tú lo dices… – aceptó la madre - ¿y después, que se hace? –
  • -   No sé mamá el cocinero se fue sin decirme que pasaría –
  • -   ¿Cómo que se fue? –
  • -   Si, subió a su “pato” volador y se fue –
  • -   ¿Y donde esta “descansando” el cocido este? –
  • -   Bajo la cama má ¿Dónde más? -

Sin decir más la mujer se levanto de la silla, caminó hacia la cama donde estaba sentada su hija y miro bajo ella.

Lo que fuera “el cocido” estaba ahí, en un lugar fresco y oscuro, como dijera el cocinero…latiendo suavemente, emitiendo una tenue luz azulada en cada palpitación…¿Qué saldría de ahí?

  • -   ¿Y cuanto le falta? –
  • -   No sé mamá, aun no aprendí a contar – se encogió de hombros y dándole la espalda se puso a conversar con la muñeca, que al parecer, la conocía mejor y no hacía preguntas tontas que ella no podía contestar.

Mientras la madre continuaba ahí, de rodillas, mirando bajo la cama el extraño palpitar azulado…

© Omar R. La Rosa

#ytusrelatos

Libros y novelas en Amazon y Google Play (libros) buscando con el nombre del autor

Jue17Ago202318:12
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Autor: Cuauhtémoc Ponce
Género: Cuento

La chica del autobús

Esa mañana el autobús iba vacío, de hecho, siempre iba vacío, siendo ella la única pasajera… No se sentía bien, llevaba tiempo agobiada, cansada y sintiendo un hueco en su interior. Esa falta de ese “algo” que ni ella misma se podía explicar, pero que sin duda, había llegado a un momento crítico en donde tenía que hacer un cambio radical. “Esto no es vida, ni existencia”, se decía a sus adentros mientras observaba las calles pasar por la ventana.

La monotonía, el saber que el tiempo la aplastaba sin piedad la asustaba día con día. “¿Qué carajos estoy haciendo con mi vida?”, se preguntó. Y no era para menos, si su rutina siempre era la misma: levántate, haz ejercicio, báñate, trabaja, regresa a casa, cocina, dúchate, duerme y al siguiente día ponte a hacer lo mismo de lunes a sábado, para que el domingo, lo dediques a limpiar el apartamento, comprar despensa y lavar la ropa de la siguiente semana para repetir el ciclo. Y así, los trescientos sesenta y cinco días del año, a excepción de dos semanas de vacaciones que por ley tenía derecho.  Y así llevaba varios años… Recordó las primeras veces que subió a esa misma ruta de autobús, cuando era más joven: llena de sueños, metas por alcanzar y siempre iba lleno de gente que como ella hacían lo mismo. Ahora no, ahora ya no existía gente en ese autobús… La depresión hacía su aparición y ella estaba consciente de eso, porque las señales eran más que evidentes.

Llevaba tiempo sin querer salir con nadie y no por falta de pretendientes, era más bien la falta de buenos pretendientes que tuvieran al menos algo de interesantes. “Ya todo es sexo, vanidad y pertenencias”, pensó mientras intentaba evocar cuándo fue la última vez que se reunió con sus amistades y no pudo recordarlo… Su mundo se estaba cayendo a pedazos y no tenía idea de cómo evitarlo. Una voz gritó dentro del autobús, pidiendo que parara en la siguiente esquina sacándola de sus pensamientos… Sí, en realidad ese autobús estaba lleno de gente, como todos los días. Sólo que desde hace mucho tiempo, para ella simplemente eran invisibles.

© Cuauhtémoc Ponce.

Jue17Ago202316:08
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Autor: Leonardo Ossa Castaño
Género: Cuento

CORAZÓN DÉBIL

Siempre me molestó interrumpir mis juegos de infancia para ir a la tienda por orden de mi madre, esperar allá a que atendieran a todos los adultos y ahí sí, ser atendido después de mucho rato. Varias veces intenté sacar excusas para no ir a la tienda y argumentaba no ser el único en la casa para obedecer esa orden. Pero por alguna razón el designado siempre era yo.

Estaría de unos trece años de edad, cuando una tarde me sorprendí a mí mismo diciéndole a mamá ¿hoy no hay que ir a la tienda? Mi madre que todo lo intuía me miró con sorna, buscó una moneda y me dijo: vaya con esto y se compra un helado. Le dije que ya iba y pasé primero por mi habitación a mirarme un momento en el espejo, entonces, repasé mi cabello con el peine y salí para la tienda del vecino.

Agradecí que hubiese allí dos clientes adultos un poco indecisos en las compras, pues, me daban el tiempo y la oportunidad de mirar sobre el mostrador hacia la trastienda, a la residencia familiar del tendero, en donde aparecía como en otras ocasiones -si tenía suerte- la niña más hermosa del barrio con la que había ya cruzado miradas en el pasado.  Muchas veces me pareció que le agradaba mi presencia y la vi sonreír. 

Así, sin más oportunidad que verla de lejos en esa tienda, transcurrieron varios meses.

Jamás olvidaré la tarde que mi padre y yo, vestidos de overol con las manos y el rostro llenos de grasa vehicular, pues, veníamos del taller de papá, -entráramos sin tenerlo planeado- a la tienda del vecino a comprar algunas cosas. Me ruboricé e imploré mentalmente que no permitiera Dios a esa niña tan bella verme en las condiciones de desaliño en las que yo estaba, pero... no imaginaba la tragedia que me acaecería. 

En esta oportunidad, ella no estaba en la trastienda sino en la misma puerta de ingreso al establecimiento y no andaba sola, estaba allí mi hermano gemelo, con quien me diferencio por un lunar que tengo en el mentón y por el corte de cabello con el que pretendo ser un poco diferente. Ella me miró y como sintiendo pena por mí, saludó con un apagado “hola”.

Mi hermano, siempre más extrovertido que yo, nos saludó efusivo y dijo “Papá te presento a mi novia”. Yo, no lo podía creer, me parecía que era un chiste y busqué con la mirada a mi vecino, al tendero, a quien imaginé con el ceño fruncido en señal de desaprobación de aquellas palabras, pero andaba imperturbable en su cuaderno de créditos.

Aquel fracaso amoroso de mi parte fue doloroso y lo sufrí con estoicismo. Sin embargo, mucho tiempo después supe por una nota que ella me hizo llegar, que era a mí a quien ella realmente quería, pues, consideraba que mi manera de ser pausada y laboriosa se destacaba sobre la personalidad más locuaz que ostentaba mi hermano.

El destino terminó separándonos a todos. Cambiamos de barrio, de amistades y de novias. De tanto en tanto sin ninguna certeza, me parecía reconocerla en alguna oficina, en algún almacén, en algún transporte público, pero, solo era el deseo reprimido de querer volver a verla.

Ya en mi madurez, cercano a la época de navidad en un almacén de cadena, y mientras andaba distraído en la sección de novedades tecnológicas, sentí que alguien me observaba. Alcé mi vista y allí estaba una señora elegante de buenas maneras sonriendo dispuesta a saludarme. Me acerqué diciendo ¡no puede ser! vivías en la tienda barrial de nuestro vecindario, ¿verdad? Fuiste la novia de mi hermano. Ella, siempre sonriendo, asentía. La tomé por el brazo y le dije: vamos a sentarnos y a tomar algo allí. 

Fue muy formal. Me preguntó que había sido de mi vida, en qué andaba ahora mi hermano, me suplicó que le recordara quienes conformaban mi hogar en la época de adolescencia y así estuvimos durante algún rato.

Luego, me dejó un número celular escrito en una servilleta, me abrazó con fuerza, me dio un inesperado beso sobre los labios y se marchó presurosa so pretexto de una cita urgente en otro lugar de la ciudad. 

Cuando la perdí de vista quise anotar su número en mi celular, pero no lo hallé, tampoco estaba mi billetera y solo ahí, en ese momento, caí en cuenta que sus rasgos faciales no eran los de aquella preciosa quinceañera que conocí en mis años mozos.

Se trató de una burda ladrona que se aprovechó de mi infortunio en el mar de la ansiedad y del deseo reprimido de querer ver a quien se alojó por siempre en mi débil corazón.

Mié16Ago202321:54
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Autor: Víctor Rodríguez Pérez
Género: Cuento

Todo un personaje

Mi abuela era un personaje con una imaginación sorprendente. Desde sus conocimientos empíricos nos orientaba en los episodios que, como adolescentes, nos empezaban a rondar en la vorágine de la vida. Su energía contagiosa la distinguía entre la comunidad y nada le costaba trasladarse hasta las pozas de agua en la periferia del poblado, para amedrentarnos con un chaparro entre las manos, cuando nos íbamos a nadar, después de nuestras correrías en algún patio baldío y solariego de aquellos caserones derruidos y abandonados de la población. El control que ejercía sobre nosotros le venía desde sus ancestros, pues, había sido criada entre obligaciones adquiridas a muy temprana edad y puesta al cuidado de una prole familiar numerosa. Fue cuando conoció a mi abuelo en una gira que este realizaba como enfermero ambulante por toda el área circunvecina, para poner ampolletas en la época de enfermedades que, como plagas, caían sobre el campesinado, diezmando a la población rural de aquellos primeros años del siglo XX.

Esa energía la acompañó hasta el final de sus días y cuando mi tía, su hija menor, la llevaba a vacacionar a las playas de oriente, en plena madrugada, se la veía jalando los guarales de las redes, junto a los pescadores en la brega de sal, arena y brisa marina, indiferente a la edad avanzada que llevaba a cuestas. En la entrada del amanecer, se distinguía entre matices de sombras trasnochadas por el ropaje blanco de dormir (fondo, lo llamaban), con el que emprendía la faena pescadora. Ella murió por un infarto, una noche en la que se sintió mal y fue llevada al hospital del municipio y al no haber recursos primarios para su auxilio, tuvo que ser trasladada al centro asistencial del poblado grande de la región. Pero no llegó a ingresar viva, pues, murió en el trayecto. Mucho tiempo después, ya como hombres y mujeres, cuando en alguna oportunidad íbamos a pernoctar a la casa vieja, y cuando el fulgor de luna llena nos abrumaba, salíamos al patio a tomar el aire refrescante de alguna brisa errante y generosa, entonces la veíamos pasar como un celaje con su ropaje blanco de dormir, paseándose por toda el área de la casona. Entendimos así que los difuntos escogen la vestimenta que los identificó en vida, para andar el largo periplo de la muerte.   

Lun14Ago202320:17
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Autor: Omar La Rosa
Género: Cuento

Demencia

Los años y su paso implacable no respetan a nada ni a nadie.

Llevaban una vida juntos, desde aquellas lejanas épocas en que, adolescentes aun, ella se digno mirarlo.

Como olvidar ese día, si casi se muere de la emoción que le causaran esos ojos claros contemplándolo, ella la chica más hermosa que él hubiese visto nunca, a él, un ratón de biblioteca (un nerd dirían hoy)

Pero claro, eso había sido hacía mucho tiempo, y ahora hasta esa mirada se había perdido entre las nieblas de la vejez.

Como fuera, un día como ese, hacia ya mucho, ella lo había hecho el hombre más feliz del mundo, y, aunque fuera una ilusión, deseaba recordarlo.

Hubiese querido invitarla a un buen restaurante, como en los buenos tiempos, pero ella ya no podía.

Y, aunque pudiera, no lo notaria.

Con mucho cuidado preparo la mesa, velas, manteles, la mejor loza que encontró, un buen tinto en copas de cabo largo, de esas que parecen de películas y música suave.

La cena era del restaurante del barrio, que hasta eso él no llegaba, pero, bueno lo que importaba era la intención.

Cuando todo estuvo listo la fue a buscar, la ayudo a vestirse, a ponerse sus mejores joyas y peinarse. Luego la llevo hasta la sala, le acomodo la silla (todo un caballero), sirvió vino y, a su lado, elevo la copa en un brindis.

- ¿Qué festejamos mi amor? – preguntó sorprendida.

- Que estamos juntos – ella se sonrojo alagada y, por un instante sus ojos volvieron a ser los que a él lo habían enamorado.

Mas luego una sombra los empaño, como si algún recuerdo se hubiese abierto paso entre las nieblas de su mente

- ¿Y si viene mi marido? –

- Tranquila, está de viaje, no vendrá – le contestó, a pesar del dolor.

Ella volvió a sonreír, como lo hacía antes, cuando él pensaba que era causa suya, y la ilusión sano en algo la herida.

(c) Marcial Apuleyo

Vie11Ago202320:52
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Autor: Cuauhtémoc Ponce
Género: Cuento

La fiesta de la venganza

Todo comenzó hace quince años, cuando mi padre murió y su herencia fueron cientos de hectáreas del mejor café que se podría dar al sur de México que, entre mis primos y yo, logramos construir un imperio cafetero que se exportaría a todo el mundo… No lo niego, ganamos millones, pero también ganamos enemigos muy peligrosos. Una tarde, recibí una llamada de una empresa norteamericana de nombre, ‹‹M&US››, y su propósito era comprarnos todo nuestro negocio… Claro, rechazamos la oferta diciendo que no estábamos dispuestos a vender un solo centímetro de tierra y, aunque fueron insistentes, nunca creí que llegaran al extremo del asesinato. Qué tonto fui, si cuando se habla de millones de dólares, el humanismo suele perderse. Una tarde, un grupo de sicarios nos secuestró, nos ataron de pies y manos y nos llevaron mar adentro para deshacerse de nosotros uno a uno, arrojándonos al fondo del océano… No sé cómo, pero logré sobrevivir gracias a unos pescadores que de puro milagro pasaron por ahí, cuando ya daba mis últimas patadas de ahogado intentando sobrevivir. Pero mi familia no correría con la misma suerte que yo. Ahora todos estábamos muertos, mientras ‹‹M&US›› tomaba posesión de nuestras tierras.  

La fiesta de la venganza, así la llamé porque era exactamente eso, una venganza por mi parte. Y la llevaría a cabo de una manera sencilla: invitaría a mis enemigos a una fiesta lujosa, haciéndome pasar por un billonario que estaba dispuesto a invertir lo que nunca imaginaron los usurpadores de mis tierras, los asesinos de mi familia. Un lugar exclusivo, desbordante de elegancia con una sola condición: una fiesta misteriosa, de carnaval y cada uno tendría llevar puesta una máscara ocultando su identidad. —Los quiero muertos a todos, no quiero que quede vivo ni uno sólo, ni sus acompañantes—. Esas fueron las órdenes enérgicas que di a los supuestos meseros que contraté.

El plan era sencillo: una vez todos juntos, entre la fiesta y tragos, los envenenaría y para cuando llegara el momento, quitarnos las máscaras y disfrutar de mi venganza mientras esos malnacidos morían ante mi presencia: poco a poco sin poder escapar, ya que las puertas estarían cerradas y custodiadas por mis sicarios.

—Listo, señor, todo fue cumplido según sus órdenes— me dijo uno de mis subordinados, mientras escuché el primer vómito de uno de los invitados que corrió al baño… “Perfecto”, pensé sonriendo. Así que di un pequeño discurso agradeciendo la presencia de los dueños de ‹‹M&US››, y después de unos cuantos aplausos, pedí a mis víctimas quitarse las máscaras… Claro, se llevaron una gran sorpresa al ver mi rostro, al ver el rostro de la venganza. Pero la sorpresa mayor me la llevé yo… Mis enemigos eran mis propios primos, aquellos que creí muertos.

© Cuauhtémoc Ponce.

Jue10Ago202307:24
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Autor: Adriana Mesiano
Género: Cuento

Una de piratas


No es que la amase con locura o sintiese que no podía vivir sin ella. ¿Para qué nos vamos a andar mintiendo? Pero la deseaba con todo su ser y para siempre, y tenía unas ganas en las entrañas que sus manos habían podido apenas atenuar en esos largos meses de navegación.

Estaba acostumbrado a tomar lo que quería por las buenas o por las malas, como todos los piratas; pero con ella era otra cosa, no era solo que no la quisiera tener por la fuerza, sino que no deseaba siquiera pagarla, se había propuesto hacerla enamorar de él.

Entró en ese asqueroso bar de borrachos que, en el primer piso, había sido alojamiento y hoy era un sucio burdel, y la buscó desesperado, intentando inútilmente disimularlo. Desde el mostrador y mirando hacia la escalera, la dueña del tugurio gritó con tono burlón: —María, ¡llegó tu novio! Hizo una especie de sonrisa sarcástica hacia los hombres a los que estaba sirviendo whisky, o algo que se le parecía, y luego se giró esperando ver las últimas peripecias del pirata enamorado.

Él miró en la dirección hacia donde debían estar las escaleras que llevaban al paraíso. Esperaba verla con los ojos llenos de asombro por su llegada y algo de dulzura. Deseaba ver una pizca de amor en sus pupilas, o una sonrisa sobre sus labios carnosos. Sinceramente hubiera también aceptado ver fastidio o hasta repugnancia, solo le bastaba verla.

No vió nada, el humo había creado una nube blanco-grisácea tan espesa que no podía siquiera imaginar a su adorada.

Pensó que detrás de esa niebla de tabaco, ella podría al menos escucharlo y la llamó con un tono romántico y atrevido:

—María, amor mío, estoy aquí.

Le respondieron otros: un señor borracho le dijo que se llamaba María y lo estaba esperando; una anciana le propuso matrimonio y hasta le ofreció cambiarse el nombre, si lo deseaba; el camarero le quiso vender una botella de whisky asegurándole que, antes de terminarla, encontraría al amor de su vida y le costaría más barato.

A cada comentario le seguían risas o carcajadas y hasta aplausos que el pirata no podía aceptar, era una cuestión de honor. Así que dijo que el primero que quisiera morir atravesado por su espada se pusiera de pie. Nadie lo hizo, o quizás la niebla de humo no le permitió verlo.

Entonces, él desenvainó la espada y amenazó a cuánto ser vivo se interpusiera entre ella y la escalera vestida de blanco, donde su futura esposa seguramente lo esperaba con ansias.

No veo motivo alguno para que ustedes se sorprendan, porque el pirata no había venido solo a quitarse las ganas con ella, como lo hacían todos los otros, no. El fiel marinero había escondido en los pliegues de sus pantalones suficientes monedas de oro y piedras preciosas como para retirarse y comenzar una vida familiar. María era la elegida, era su Magdalena y su ancla.

Comenzó a avanzar con la espada en su mano, luchando contra el humo que quería separarlo de su amor; quiso cortarlo en dos, atravesarlo y llegar finalmente a ella.

Lo esperaba el triste destino de los marineros: la madame, defendiendo a sus clientes habituales y su honor como responsable del prostíbulo, esquivó la espada como si estuviera acostumbrada a ello y le rompió una botella del más económico de los whiskies sobre su cabeza.

El alcohol, cayendo al suelo junto a la sangre del pirata, mezcla de agua de mar y de impaciencia; mató los sueños de olvido de algún sediento y los sueños de amor de María.

Muchos piratas mueren porque las nieblas les hacen perder el rumbo, esto se sabe; pero este pirata murió de amor, murió por haber perdido unos ojos enamorados detrás de una cortina de humo.

Yo se los cuento para alertarlos. El humo mata.

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