Desnuda la metieron en un saco de yute dejando al descubierto su rostro.
Le anudaron a su cintura un rosario de olivo.
Y así, envuelta en una mortaja, la abandonaron en las movedizas arenas del desierto.
Sobre la ardiente tierra, con el pasado olvidado, vacía de instantes, con un cuerpo muerto muchos años atrás, intentaba evocar la vida que habitaba en ella. Y, mientras se hundía, ansiaba adivinar y recordar los días lejanos.
Recostada, enterrada y enredada en los hilos de los segundos inmóviles. Sus ojos sellados por la arenisca, cegados por las tinieblas invisibles le despertaron la dulzura del retorno.
Mientras se ahogaba en un mar de dunas, su propio parpadeo le recordó el sonido del tiempo y lo que nunca debería haber olvidado.
Con el recuerdo renacido, como fiel guardián, consiguió sentir la tierra que le descendía por los surcos de su rostro y su cuerpo anquilosado, se incorporó.
Orientada hacia del sol, buscando reconstruir la secuencia de pasado, presente y futuro, su silueta se fue resquebrajando como líneas curvas de un cristal, convirtiéndose en reloj de arena.
Imagen: Alina Bordunova en Unsplash