La Voragine
Rodeada por titilantes estrellas, coloridas nebulosas y campos de asteroides flotando a la deriva, como una gota de plata fundida perdida en el vasto océano cósmico.
La envolvente negrura del espacio exterior se cierne sobre mí, como una caricia gélida que se adhiere a mi piel. En cierta forma, esta vista y sensación despiertan en mí una nostálgica melancolía. La inmensidad del universo y su oscuridad evocan recuerdos pasados, que como destellos de un tiempo perdido, vuelven a mí en una cascada de añoranza incontenible.
...
Me había prometido no volver a pilotear nunca más una nave... Y mira, heme aquí, enlatada dentro de una pieza de hojalata de hace más de medio siglo, una anciana reumatica a punto de rendir su último suspiro. Dios mío. No me lo puedo creer. Si no me hubiese enlistando a la batalla a última hora y no necesitará el dinero, nada de esto habría pasado. Pero, uf, olvídalo. Lamentarme no va a arreglar las cosas de ninguna manera. Además, mis pequeños lo valen.
"Escuadrón Pesadilla, ¿me escuchan?" resonó una voz militar a través del intercomunicador.
"Aquí Escuadrón Pesadilla, escuchamos fuerte y claro" Respondió Ikari, la líder de nuestro escuadrón.
"Perfecto. En breve les enviaremos las coordenadas exactas del destino. Vayan preparándose para el Salto", informó la voz por el intercomunicador.
"Recibido", respondió Ikari, transmitiendo la confirmación.
"Ya escucharon, chicos. Vayan calentando los hipermotores. En poco estaremos dirigiéndonos hacia La Vorágine", exclamó Ikari, mientras una pizca de determinación se deslizaba en su tono de voz.
"A La Vorágine..." dijo Demira, nuestra compañera, con tono burlón. "Bautizar así al desastre más grande hasta ahora conocido por la humanidad siempre se me ha hecho una forma bonita y cruel de describirla",
Hace solo un siglo, la humanidad se seguía preguntando si realmente estábamos solos en el universo. Pero fue una sorpresa inmensa descubrir que no era así, y aún más impactante fue enterarse de que las formas de vida que compartían el vasto universo con nosotros no eran en absoluto amistosas.
"Escuadrón Pesadilla, preparen las naves para el Salto. Revisen los sistemas de propulsión, los escudos de protección y los armamentos. Sé que no soy su madre para estar recordándoles todo esto pero simplemente no podemos permitirnos ningún fallo en esta misión. Recuerden que nuestras vidas y la de muchos otros dependen de ello". Puntuó Ikari.
Mientras realizabamos la revisión de sistemas continúe hundiendome en mis recuerdos.
No hubo un saludo, o un insulto, nisiquiera un miserable disparo de advertencia. En cuanto nos tivieron en la mira, lanzaron todo cuanto arsenal tenian a su disposión. Fue una masacre, una aniquilació total. Los numeros ascendieron a más de mil millones de perdidas humanas. Las Estaciónes Horus, Nova Terra, Antipodas y Exodus, especializadas en el comercio, la investigación y la extracción de minerales preciosos, que orbitaban Titan, la segunda luna del Megaplaneta Epsilon Tercero, del Sistema Solar Ekron, fueron despiadadamente destruidas, reducidas a meros escombros espaciales.
Por su puesto, la humanidad no se quedo de brazos cruzados. Enseguida fueron desplegados docientos Cruceros, ciento cincuenta Acorazados y noventa Fragatas a la batalla.
Cuenta la historia, O al menos eso dice la versión oficial. que de todas las naves que salieron a combatir solo una de ellas regresó, perforada cual coladera y con la energia de reserva al limite. ¡Fue un milagro¡ Dijero los supervivientes; salir de ese infierno.
Por poco no conseguimos volver. Dios misericordioso. Nunca imaginé ver en mí vida tales horrores. Toda la tripulación quedó traumatizada. No les hicimos nada ¡Nada! Ni un rasguño. Sus armas, sus defensas, sus tacticas, estan muy por encima de las nuestras.
Su depliegue de poder dejo estupefacta a la humanidad.
Poco después se temia lo peor: Una inmediata invasión a gran escala. La extinción cruzó por la mente de todos. Pero aquellos, a los que más adelante se les fue bautizado con el nombre de Nexoritas, no persiguieron a nuestra derrotada armada, y tampoco vinierons a por nosotros a nuestras instalaciones espaciales y planetas habitados a eliminarnos. Se limitaron a resguardar, y a explotar, los recurosos naturales del satelite natural de Epsilon, que alguna vez fue nuestra principal fuente de Virilio, el indispensable e inreproducible mineral utilizado para los saltos cuanticos.
No obstante, ese no fue el final de la historia. La humanidad pedía a gritos venganza. Justicia para los muertos. Por lo que nos vimos obligados a entrar en una super carrera armamentista nunca antes concevida. Por otro lado, las giga empresas Hiperión, Arasaka y Tediore de los sistemas solares cercanos al planeta Epsilón no se podian permitir dar el lujo de perder su gallina de los huevos de oro. Antes iban a dar pelea. Sin importarles el costo y el tiempo invertido en ello. Así que, decididas a ir por lo que alguna vez fue suyo, optaron por impulsar un programa secreto para la recuperación planetaria de Epsilón.
Y de eso hace ya más de cincuenta años.
Por una parte, un frente sería asediado por el Ejercito Imperial de la Humnidad, que ardia en deseos de represalias, y por el otro, los ardientes intereses del sector privado. Dos objetivos disntintos en sí, pero una sola meta en comun: Eliminar al invasor.
Esta tierra en disputa, este colosal cementerio de miles de naves espaciales, esta guerra sin presedentes que se ha cobrado incontables vidas y que se ha gastado obsceas cantidades de dinero y recursos, se le conoce como: La Vorágine.
"Listo, chicos. Tengo las coordenadas de nuestro destino listas. Se las comparto ahora".
Inserte los datos en la terminal holografica de la nave y el propulsor de la nave cobró vida con un rugido. Un momento después presioné el tablero y el paisaje a mi alrededor enseguida se dobla y deforma. Las estrellas se vuelven lineas de luz que fluyen más allá de la cabina. El universo pasa corriendo delante de mis ojos en lo que parece ser una fugaz eternidad.
Al llegar, una alucinante vista nos da la bienvenida; un gigante gaseoso púrpura con un par anillos de asteroides en paralelo y un millar de cazas espaciales en formación de batalla. Nos encontramos a miles de millones de kilometros de nuestro destino, en Kraxus, el sistema solar más cercano a nuestro destino. Acercarnos más a nuestro destino de un solo Salto solo nos garantizaria una muerte instantanea. Por lo que lo más sensato es mantener nuestra distancia e ir acercandonos lentamente. Aún a sabiendas de que Arasaka equiapase nuestras naves con el mejor sistema anti detección del mundo. Ninguno de nuestro grupo nos pensamos arriesgar el pellejo en comprobarlo.
"Chicos, llego la hora de ganarnos la paga. Andando". Dijo Ikari, nuestra jefa de escuadrón al momento en el que se adelantaba al frente nuestro. El equipo la siguió detrás, y al llegar a una distancia comoda adoptamos la clasica Formación de Cuña. una perfecta V vista desde casi cualquier angulo.
Más cazas iban llegado, engruesando así más nuestras filas.
En cuanto terminaron de arribar las últimas naves al punto de partida, se dio por iniciada la misión: El escoltar el Bombardero hasta la Nave Madre de los Nexoritas. Una tarea nada sencilla si tomamos en cuenta que solo somos un puñado de cientos de naves contra centenares de miles de ellos. Sin embargo, esta misión no es una suicida, sino una furtiva. La distración ya la llevaba acabo la Flota Imperial. El grueso de su actual armada es de miedo. No se han guardado nada para capturar toda la atención de los Nexoritas, mientras tanto nosotros nos toca el escabullirnos por la puerta trasera y acercarnos lo más posible a su nave principal y dejar a sus puertas el regalito que con tanto cariño creó la belica compañia Hyperion.
Tras varias horas de fatigante viaje, finalmente desaceleramos y nos aproximamos a La Vorágine. El colosal Epsilon se alzaba en la lejanía, su imponente figura se recortaba contra el cosmos, mientras sus lunas y anillos capturaban la luz de las dos estrellas gemelas que orbitaban su centro. En la distancia extrema, tres nebulosas enroscadas se manifestaban como el ojo sereno de un huracán cósmico, un remolino de colores etéreos en medio del vasto abismo del espacio.
Continuamos nuestro avance, sigilosos y en alerta, confiando en que el sistema de camuflaje de nuestras naves no nos delataría. Sin embargo, a tan solo cien kilómetros de nuestro objetivo, la batalla se desató abruptamente con súbitos destellos a nuestros flancos. Dos naves aliadas fueron consumidas en un abrir y cerrar de ojos por una lluvia de fuego de Destructor (Rayos de energía concentrada).
Nos habian descubierto.
"Nos atacan. Maniobras evasivas. Maniobras evasivas. Fuego a discreción." Gritó Ikari, nuestra líder.
Sin vacilar, ejecuté un doble giro hacia mi costado derecho evitando así un peligroso disparo que iba de lleno a mi nave, y me precipité al fragor del combate. Con un apretón firme al gatillo, una ráfaga de disparos emergió del morro de mi nave, pintando el espacio con un torrente de fuego. La descarga mortal impactó de lleno en dos naves enemigas, convirtiéndolas en incandescentes escombros, mientras que una tercera quedó maltrecha, con su casco marcado por grietas y su escudo protector inhabilitado.
Sin una pizca de duda, aumenté la potencia del propulsor y me lancé hacia adelante, traspasando los escombros flotantes de los enemigos derrotados. Después de unos tensos minutos de persecución, alcancé a la nave dañada, que ardía en llamas silenciosas, y la reduje a un fugaz resplandor.
Poco después, regresé a mi formación, siguiendo el ejemplo de varios cazas más, y reanudamos nuestro viaje. Sin embargo, la pausa fue corta, ya que cientos de naves Nexoritas comenzaron a aparecer.
Mi escuadrón y yo nos separamos de la formación principal, listos para enfrentar la amenaza. Las naves aliadas a nuestro alrededor siguieron nuestro ejemplo, sumergiéndose en un frenesí de maniobras expertas, danzando entre las mortales descargas de energía enemiga. Los motores rugían, los cañones láser se pintaban de rojo escarlata por el continuo disparo, en un intento desesperado por frenar el avance de las naves enemigas.
El espacio se llenó de destellos y explosiones, un espectáculo de luces letales que dibujaban un cuadro repleto de caos.
Las explosiones cercanas sacudían nuestras naves, y la sensación de una muerte instantánea acechando detrás de nuestra nuca era omnipresente, envolviéndonos como un abrazo gélido presto a estrangularnos. A pesar de ello, avanzamos con una determinación inquebrantable. Mis latidos se sincronizaron con el ritmo de la batalla, impulsados por la valentía de mis compañeros. Cada latido marcaba un segundo de vida en medio del caos, y nos impulsaba hacia adelante, sin retroceder
Después de una cruenta batalla que se sintió como horas eternas, el último de los Nexoritas fue reducido a escombros, permitiéndonos soltar un suspiro colectivo. Sin embargo, no hubo celebración. Las bajas habían sido numerosas, y la nave de uno de mis camaradas estaba severamente dañada. El precio de la victoria se reflejaba en las miradas cansadas y el silencio respetuoso de quienes aún quedábamos.
El Bombardero, protegido por lo que quedaba de nosotros, avanzaba con determinación hacia la Nave Madre enemiga. Cada segundo que nos acercábamos tenía un valor incalculable, y cada obstáculo superado se convertía en una victoria en sí misma. Las ráfagas de energía que surgían de todas direcciones eran como serpientes eléctricas que intentaban derribarnos, pero nosotros simplemente no decaíamos.
La tensión era palpable, como una cuerda tensa a punto de romperse. El objetivo estaba a la vista, una masa imponente en el horizonte estelar. Las naves enemigas se multiplicaban, como enjambres de insectos dispuestos a devorarnos. Pero nuestro bando no flaqueaba, no se rendiría ante la abrumadora superioridad enemiga.
Fue entonces cuando llegó el momento de activar el siguiente paso del plan. El bombardero se envolvió instantáneamente en una gruesa capa de energía y avanzó decidido hacia las masivas puertas de la nave nodriza enemiga. Nuestra misión en ese momento era clara: eliminar cualquier amenaza potencial a la integridad del Bombardero. Cada impacto que recibiera el Bombardero era un riesgo, por lo que debíamos asegurarnos de minimizar cualquier daño.
Sabíamos que su éxito era vital para la misión. Cada impacto, cada rasguño en su blindaje, podía determinar el destino de todos nosotros. Cuanto menos daño sufriera, mayor sería la probabilidad de alcanzar la meta que marcaba la línea entre la victoria y la muerte. El resultado sellaría nuestro triunfo o nuestra derrota final.
Nuestros sacrificios dieron sus frutos cuando el Bombardero, con una precisión milimétrica, se posicionó frente a la Nave Madre enemiga. Sus motores rugieron con una ferocidad atronadora, liberando desde su interior una carga destructiva que parecía provenir del mismísimo infierno. Un poderoso rayo de proporciones nunca antes vistas impactó la imponente estructura enemiga.
La explosión que se desencadenó segundos después fue cataclísmica, una tormenta de fuego y energía que parecía arrancar el espacio mismo. La Nave Madre enemiga convulsionó, temblando bajo el impacto del ataque. La devastación se extendió como ondas expansivas en el espacio, engullendo a las naves enemigas cercanas, que se desintegraban en un instante ante el poderío del ataque.
La magnitud de la situación se volvió evidente para todos nosotros en un instante. Sin dudarlo, dimos media vuelta y aumentamos la potencia de nuestros motores, evitando ser arrastrados por la furia de la destrucción que se propagaba por el espacio como una marea implacable.
Al alcanzar una distancia segura, el silencio llenó mi cabina, solo interrumpido por los suspiros y gritos de alivio de mis compañeros que resonaban tenuemente por el intercomunicador y el galopar de mi corazón que parecía no querer abandonar el frenético ritmo de la batalla. La misión había sido un rotundo éxito, un hito en la historia que seguramente no sería olvidado