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Haz Silencio
Haz Silencio
Tras varias horas de lluvia intensa, y de relámpagos y estruendos, las oscuras nubes abandonaron el cielo estrellado. La luna y las estrellas derramaron su fría luz cana sobre el vertedero más grande de la ciudad.
En la humilde morada de Lucy, el resplandor pálido envolvió cada rincón, acentuando en ella la sombría realidad. Las gotas de lluvia persistieron en su danza suspendida, como lágrimas eternas, mientras el mundo se sumergía en un instante de quietud ominosa bajo aquel manto celestial.
La casita de Lucy era una construcción antigua y conocida por todos en el vecindario. Había sido levantada por los abuelos de la pequeña hace muchos años, cerca del basurero, Utilizando gruesas maderas cuidadosamente seleccionadas, así como láminas desgastadas pero reforzadas con esmero, lograron dar forma a un hogar modesto pero resistente. Y Para brindar mayor estabilidad varias llantas de tractor que actuaban como pilares principales.
A lo largo del tiempo, el viento, la lluvia y el sol habían dejado su huella en aquella morada, convirtiéndola en un refugio precario en medio de la desolación. No obstante, aún se erguía orgullosa, pues albergaba en ella historias y recuerdos que se entrelazaban con la esencia misma del lugar.
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Dentro de aquel pequeño refugio, Lucy luchaba en vano por encontrar el sueño, dado que un perturbador suceso acaecio: un terrible grito desgarrador, preñado de dolor y espanto. Temblorosa y con el corazón latiendo desbocado, acurrucó sus delgados y pequeños pies fuera de la cama, subió la desgastada sábana hasta cubrir su cabeza, convirtiéndose en una frágil bola de protección. Mientras tanto, fuera de la casa, el goteo constante pero pausado del agua resonaba, como una melodía inquietante al silencio de la noche.
Cada pequeño ruido fuera de la visión de Lucy se convertía en un eco de esperanza o temor en su corazón inquieto.
Tras media hora, Lucy hizo un gran esfuerzo por dominar el desenfrenado ritmo de sus latidos, respirando de manera lenta y pausada. Mientras tanto, la fría luz de la luna se colaba por las fisuras y agujeros de las paredes y el techo de la humilde casa, creando un preocupante juego de sombras que mantenía cautiva su atención. Cada contorno oscuro era una promesa de peligro, y su mirada se aferraba a cada figura fugaz, temiendo que se materializara en algo más que una simple sombra.
Sus pupilas dilatadas deambulaban erraticas de un rincón a otro, buscando ansiosamente cualquier indicio de cambio, tratando de definir con claridad las caprichosas y oscuras siluetas atrincheradas en la penumbra. No permitiría que nada, si es que algo en verdad acechaba en las sombras, pasara desapercibido. Sin embargo, para su alivio, la paz se mantuvo inquebrantable, extendiendo una tregua que le permitió exhalar un suspiro contenido.
Tal vez, se dijo Lucy, había imaginado todo lo que había escuchado. Quizás aquel grito que había helado su sangre y erizado su piel había nacido sin causa ni razón en algún rincón de su subconsciente. ¡Podría ser! Deseó fervientemente que lo que había escuchado fuera solo una creación fantasmal, propia de una mente inocente y tierna. Noches anteriores habían presentado episodios similares, y al final, el resultado había sido el mismo: nada. Sin embargo, en esta ocasión, el entorno que rodeaba su casa parecía sospechosamente diferente. Algo inusual acompañaba la aparente normalidad de siempre, y el ejemplo más palpable era el silencio. Era demasiado puro, demasiado claro, un hecho extraño en sí mismo considerando que el vertedero, el más grande de la ciudad, siempre estaba lleno de ruidos. Por las noches, se podían escuchar los roces de las ratas, las peleas interminables de los gatos en celo o los lamentables aullidos de los perros callejeros. Siempre había vida, siempre había sonidos. Pero esta vez, el silencio parecía falso, engañoso, siniestro...
Con cada segundo que pasaba, con cada minuto de gélida soledad, Lucy reafirmaba con mayor determinación, casi convenciéndose a sí misma, que no había nada que temer. Lo real era que no existía ninguna presencia aterradora acechando en los alrededores, ni tras la ventana ni debajo de la cama, aguardando en las sombras, observando y calculando su próximo movimiento. No había unos ojos fríos y rojos, alertas ante el menor movimiento, ni tres hileras de colmillos afilados ansiosos por derramar sangre. No, nada de eso se había presentado, nada de eso había llegado. Sin embargo, una pequeña pizca de duda aún persistía en su mente...
Haciendo acopio de su escasa calma y valor, Lucy respiró profundamente e intentó retomar su tortuoso viaje hacia el mundo de los sueños. Justo cuando estaba a punto de cruzar las puertas del palacio de Morfeo, escuchó un arrastrar de pasos vacilante, acompañado de un pesado y dulce hedor. Aquel aroma era indudablemente nauseabundo, una presencia que se infiltraba en sus fosas nasales y despertaba sus sentidos con repulsión.
En la entrada, las bisagras de la antigua puerta de madera crujieron al ser empujada.
Por un breve instante, un susurro casi inaudible estuvo a punto de escapar de los labios de Lucy: "¿Mamá...?" Sin embargo, el penetrante hedor que se esparcía en el aire le impidió llevar a cabo tal acto. La repulsiva fragancia que flotaba en los alrededores negaba cualquier esperanza de que su madre fuera la figura que se encontraba al otro lado de aquella puerta.
Ella lo sabía. Aquel no era el regreso de su madre. Y su certeza se vio reforzada cuando sus ojos captaron una perturbadora mancha negra que se extendía en el suelo, larga y de forma extraña como una sombra solitaria desde el umbral de su hogar hasta los pies de su pequeña cama. Era una presencia ominosa que parecía crecer ante sus ojos, una presencia que infundia en ella un miedo profundo y paralizante.
La amorfa proyección en el suelo desafiaba toda lógica y comprensión que Lucy hubiera experimentado antes. Era una criatura de pesadilla, grotesca y aterradora. De proporciones desmesuradas, se arrastraba a cuatro patas con movimientos retorcidos y contorsionados. Cada paso resonaba con un repugnante chasquido. Su espalda estaba cubierta de pliegues de piel rojiza y en carne viva. Las púas negras que se alzaban de sus costados eran como cuchillas retorcidas y sangrientas. En lugar de una cabeza, se erguía un morro en forma de cono, lleno de tumores y protuberancias palpitantes, del cual brotaba un manojo grotesco de tentáculos viscosos y goteantes, que se retorcían y se agitaban como serpientes.
Lucy no pudo soportar seguir mirando aquella abominación a través de la fina tela que la separaba de ella. Con las manos temblorosas, apretó los ojos con todas sus fuerzas, deseando con desesperación que aquella criatura desapareciera, que se desvaneciera en la oscuridad y dejara de existir en su mundo. Sus pensamientos se llenaron de plegarias silenciosas mientras su cuerpo se estremecía con cada latido de su corazón, anhelando que el terror que la acechaba se desvaneciera como un mal sueño.
La criatura avanzaba con cautela por cada rincón y esquina, pero su presencia era acompañada de un desprecio absoluto por la fragilidad de los objetos a su paso. No mostraba la más mínima delicadeza al perturbar muebles y enseres, sin importarle el estruendo que generaba. El ruido que resonaba en su exploración le era ajeno, insignificante en su indiferencia.
En un momento dado, la criatura aspiró el aire con sus zarcillos, intentando captar cualquier indicio de lo que buscaba. Sin embargo, sus esfuerzos resultaron vanos, ya que nada llamó su atención de manera significativa, a pesar de haber escudriñado la humilde morada durante un largo rato. Con una rápida decisión, se dio media vuelta para regresar por donde había venido. Pero justo antes de cruzar la salida, alzó su monstruosidad hacia el cielo, desplegando en cuatro direcciones distintas su grotesca cabeza, revelando una boca repleta de filosos colmillos ocultos hasta ese momento. Un escalofriante y ensordecedor chillido escapó de su garganta, perforando el silencio de la noche. El terror se apoderó de Lucy, quien, paralizada, no pudo más que llevarse las manos a la boca, en un desesperado intento por ahogar su angustia.
Desafortunadamente, el miedo abrumador hizo que el cuerpo de Lucy cediera ante el pavor, y en un instante de traición, su vejiga se entregó al miedo. En ese preciso momento, como si la criatura hubiera recuperado repentinamente el olor perdido de una presa extraviada, giró su atención hacia la niña en la cama. Y fue entonces, justo un par de segundos después que comenzaron los más tristes y desgarradores gritos escuchados jamás.