Nací de un árbol de pomelo. Primero probaron con una planta de zapallito y no crecía. Luego, me injertaron en el pomelo y me fui haciendo árbol y creciendo en altura, pero mi cabeza crecía más que el árbol mismo, así que no trepé hasta la copa, sino que crecí como fruta. Tomé color de la mezcla de calabaza con pomelo: verde, amarillo y naranja. Combiné lo ácido y lo dulce. Mis patas fueron cayendo por gravedad desde mi cabeza, que seguía creciendo. Pasó el tiempo y el calor me madó, de a poco alcancé el suelo y, cuando una madrugada entre el rocío y los primeros cacareos, con el canto del gallo, toqué tierra y mi cabeza pesada empezó a inclinar la copa. Ya con los primeros mates me desprendí de toda la savia que me alimentó y empecé a caminar. Anduve por muchas tierras bajo los efectos de las raíces y el tronco que me dieron vida. Y la gente me llamó zapallito, pomelo o amanecer campesino por mi cabeza más grande que mi cuerpo. Y así me hice este eterno cabezón.