Mié26Abr202321:49
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Autor: Neus Sintes
Género: Microrrelato

El pozo de los deseos

El pozo de los deseos

Existen muchas leyendas, cada una con una historia distinta, en un lugar por descubrir, de pozos cuyos deseos se hacen realidad. La inocencia de los niños, son los que creen que sí existen. Los adultos, no siempre creen en estas leyendas.
Daniel, era un hombre de unos treinta años. Había nacido bajo el techo de una casa adinerada. Lo tenía todo. No le faltaba de nada. Era un hombre soltero, sin necesidad de tener a una mujer en particular. Podía tener a quien quisiera con solo una llamada telefónica y al día siguiente no volver a verla. No tenía, ni quería compromiso alguno. Su libertad y su dinero junto con sus pertenencias materiales, eran todo lo que necesitaba para ser feliz.

Al menos, eso es lo que el creía. Y el dinero ni el poder dan la felicidad. Un día, caminando por una villa, que desconocía, por no haberla visitado nunca. Sus ojos vieron como los hombres trabajaban duro, secándose el sudor de la frente y bebiendo de sus cantimploras las últimas gotas de agua que tenían a mano. Mientras los niños correteaban por las calles, al finalizar las clases y las mujeres limpiaban y tendían, cantando o tatareando canciones que nunca había escuchado.

Recorrió la villa con la mirada, hasta que sus ojos se posaron en un camino escondido entre los matorrales, mientras pensaba en todas aquellas personas, trabajando duro, mientras su mente recordaba que sus padres ni el tuvieron necesidad de hacerlo, porque tenían a sus criados, quienes hacían el trabajo duro.

Su mirada se detuvo a cuatro pasos de un umbral en el que un pozo solitario se encontraba escondido entre la maleza. La curiosidad mata al gato, mientras Daniel avanzaba hasta allí. Leyó el cartel roído por el tiempo » Pozo de los deseos». Hecho una moneda, aunque no creía que se cumpliera. Lo tenía todo. – ¿Qué podía desear? – a sabiendas, que era un truco barato. Fruto de la fantasía. Aún así, hecho una moneda pronunciando – Deseo ser inmortal – y se volvió a su mansión, sin hacer mucho caso.

El deseo se cumplió. Daniel era un inmortal.

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