¿Dónde está lo bueno y dónde lo malo? ¿Hay verdaderamente un cielo y un infierno? – se preguntaba Carol. Amante de las letras, sobre todo de la filosofía. Siempre se habría preguntado si existirían las dos puertas, de las que tanto había oído mencionar; la puerta que conducía al cielo y la otra, la que llevaba al infierno.
Carol había conocido a un hombre llamado Sam, cuyos rasgos varoniles la hacían saltar chispas. Su corazón empezaba a sentir sentimientos propios del enamoramiento. Atraída por sus encantos y elogios, no veía más allá. Cegada por el amor, se dejo llevar, dejando su apartamento de soltera, para irse a vivir a su lujoso ático.
Sus amigos la advirtieron de que no era un hombre para ella. Los pocos que lo conocían, habían oído hablar de él, como un hombre capaz de cautivar a cualquier mujer con sus elogios. El típico hombre capaz de hacer sentir a una mujer como una reina, para luego, sin ésta percatarse, ser arrastrada por el camino del infierno absoluto.
La diferencia entre lo bueno y lo malo no son las circunstancias, sino lo que nosotros hacemos de ellas. Y claro, el amor que estamos dispuestos a dar y recibir, hace también la diferencia. Podemos tenerlo todo y ser infelices, o no tener nada y sentirnos bien.
Al principio de la convivencia, todo iba como la seda, hasta que, con el tiempo, Sam le enseñó a Carol sus dos caras. Sam demostró ser como le habían advertido que era, antes de que se fuera a vivir con el. Ahora, era demasiado tarde. Carol fue arrastrada por el camino del infierno. Dejó de preguntarse donde radicaba el bien y el mal y en donde habitaban ambas puertas.
Ella, por error o conducida por los sentimientos, abrió la puerta equivocada.
Tuvo que experimentar y ver con sus propios ojos la llamas que abrasaban su cuerpo, su mente y su ser. Dejó de ser la Carol que todos conocían. Encerrada, sufría en silencio, las ataduras y atrocidades a las que las puertas del infierno le estaban ofreciendo.
Una víctima más, suplicando clemencia.