Dice el refrán que la curiosidad mata al gato. Muchos fueron los curiosos en saber y conocer lo que habitaba dentro de la casa abandonada que durante años, en ella, nadie había habitado. Los más valiente y atrevidos, aunque lo intentaron, no pudieron entrar ni saber lo que había detrás de la impactante cerradura en forma de león.
Los más ancianos, temían a la esa casa. Creían en ella y en sus poderes malignos. Hablaban de conjuros que dentro se realizaban, cuando ésta estaba habitada. Pero también sabían que los que habitaron en ella, no volvieron a salir. Por ello, para los más ancianos, no era ningún juego, más bien todo lo contrario.
Los ancianos del poblado decidieron reunirse entre ellos, porque habían advertido la curiosidad de los más jóvenes, de la nueva generación, que solo tenía intención de entrar y acercarse a la casa, con la finalidad de saber la manera de entrar en ella. No tenían llave alguna, pero el acceso a ella podía ocultarse en la figura mística del león. Y los más jóvenes no le temían a las habladurías de los más ancianos, de hecho, tampoco les escuchaban. La curiosidad era mayor y la adrenalina, alimentaba la sed de saber.
Por las noches, empezaron a oírse ruidos procedentes de la casa. Los habitantes del poblado oyeron los llantos o aullidos procedentes del interior, a sabiendas de que en ella no había nadie. El temor empezó a expandirse en los ancianos. Los adolescentes habían desaparecido. La bestia había despertado, después de tantos años sin despertar.
Las madres desesperadas, no cesaban en llantos y en la búsqueda junto con los hombres, a los adolescentes desaparecidos. ¿A dónde habían ido a parara?. Los gritos, de los nombres de los chávales no paraban de repetirse. La noche estaba completamente silenciosa, solo los gritos de los aldeanos y el miedo en los ancianos, en sus miradas se reflejaba.
Uno de los hombres, se armó de valentía y se acerco a la mirilla. Observó oscuridad y llamaradas de una hoguera. Las risas maléficas que alimentaban el ambiente procedían del interior de ella.