Hay quien cultiva hierbabuena y otros hierba de la buena. A Xema lo conocían como el jardinero de la urbanización. El que cuidaba de los árboles y se preocupa de arrancar las malas hierbas que crecían en abundancia. Todos le tenían una gran estima, por todos los años que había servido a la comunidad.
Lo misterioso es que nadie sabe mucho de su vida privada ni tampoco donde vivía. De él únicamente sabían que era un hombre soltero. Sin mujer ni hijos a su cargo. Dedicado a su trabajo y poco más.
Al terminar su jornada laboral, emprendió el camino a su casa, mientras se despedía de los vecinos. Una joven moza que hacía tiempo llevaba tiempo observándolo, decidió seguirlo. Tenía curiosidad por saber más de él.
Kima empezó a sentir sentimientos que iban más allá de la amistad, pero al ser tan tímida no había tenido la ocasión de acercarse a Xema, para conocerse. Ahora era su oportunidad. Xema abrió la barrera que conducía a su hogar. Una pequeña granja, donde en el patio había cultivado unas hierbas un tanto especial. Entonces, Xema, percibió que alguien le observaba.
—¿Quién anda allí? —preguntó tenso
—Soy yo… —respondió una voz femenina, con timidez
—¿Kima? —respondió extrañado — ¿me has seguido?
—Quería hablar contigo, saber de ti…Te preguntarás porqué. Voy a confesarte que hace tiempo que mis sentimiento han empezado a sentirse atrapados por alguien; ese alguien ere tú.
Xema quedó sin habla. Nadie en su vida le había hablado con tanta sinceridad. Ella observó el cultivo de hierbas. Asombrada de la belleza que irradiaban. Xema le confesó que eran hierbas especiales. Y ofreciéndole la mano, la guio por el campo.
—¿Qué tienen de especial? —preguntó Kima.
—Que curan el alma cuando estas triste y a veces te transportan a mundos paralelos par sentirte mejor. ¿Quieres venirte conmigo y comprobarlo por ti misma?.
Kima asintió.