Suri se adentró en la pequeña tienda que habían abierto. Una anciana se encontraba detrás del mostrador, de semblante tranquilo y sereno. Suri empezó a recorrer con la mirada todos aquéllos artilugios y velas aromáticas, invadida por una esencia invisible que la hacía sentirse bien. El local olía a incienso, rodeado de amuletos que ni siquiera sabía de su significado ni tampoco había visto jamás.
Tentada por la curiosidad, recorrió cada estante en busca de algún amuleto o sortilegio que la ayudara, a evitar ese dolor punzante que sentía cuando las cosas le salían mal.
—¿Puedo ayudarte en algo? —le dijo la anciana,
—Si hubiera algo que me hiciera sentir más feliz…—suspiró
—Pueda que tenga algo para tu mal, aunque lamentablemente no esta a la venta.
La anciana salió de detrás del mostrador, acompañando a Suri hasta unas pócimas. Le explicó que estas eran las pócimas de las que le hablaba. Las había de todo tipo. Para el amor, el dinero y la buena suerte. Suri le rogo y suplicó que una gota, aunque solo fuera una de la buena suerte, era lo que necesitaba. No comprendía que no estuvieran a la venta.
—No están a la venta porque quien haga mal uso de ellas, puede regresar a por más.
Suri creyó entender las palabras que le había dicho la anciana. Y está viendo el dolor que estaba pasando, le regaló la pócima de la buena suerte.
—Recuerda — Haz buen uso de ella. Una gota bastaría para sanarte.
Al día siguiente, la buena racha llegó a Suri como caída del cielo. La suerte volvió a estar de su lado. Por temor a que regresara la mala suerte, día tras día se tomaba una gota de la pócima, antes de ir a dormir. Una noche, al tomar una gota, se encontró vació el frasco. Su adicción y su mal uso de la pócima le hizo regresar a la tienda a por más.
Cual su sorpresa que la tiendecita ya no estaba. Había desaparecido como por arte de magia. La tierra se la había tragado.