España, noviembre de 1937
«Juan, cuando leas esta carta, será demasiado tarde para uno de nosotros. Pensarás que soy un cobarde, pero aprecio mi vida en demasía, espero que lo entiendas. No solicito tu perdón porque no eres tú con quién tengo que rendir cuentas.
Lo nuestro no ha sido una historia de amor, ni de deseo, ni nada por el estilo. El diablo tiene mil caras y su influjo nubló mi pensamiento, solo así se explica que un hombre de bien, que ama a España y sus tradiciones, pudiera ceder ante las pretensiones de un invertido como tú.
Ahora te observo mientras duermes, desnudo en tu alcoba y te aborrezco. He dado aviso anónimo a las autoridades; supimos mantener estos actos impúdicos en secreto, nadie podrá relacionarme con un ser tan obsceno como tú. Solo deseo que sufras la peor muerte posible.
Sin más, ¡Arriba el Generalísimo! ¡Arriba España!»
—¡Capitán! ¡Tiene que ver esto!
—¡¿Qué ocurre, soldado?!
—Se trata del sujeto que venimos a detener. Se encuentra dormido sobre un escritorio, parece que acabase de escribir una nota de despedida.
—¡Genial! Ese invertido quería huir, hemos llegado a tiempo de detenerlo.
—No sé, capitán, creo que debería venir. Esto es más grave de lo que parece. El individuo en cuestión es el Juez Ordóñez.
—¡No puede ser! Tiene que tratarse de un error.
—Eso mismo pensé yo, hay indicios, en una taza de café, de que pudo ser drogrado. Pero hay más. Junto al cuerpo y la carta que estaba escribiendo, se halla una fotografía donde se le ve retozando con otro individuo. El juez tiene varias manchas en la espalda, parecen de nacimiento. No cabe duda de que se trata de él. Además, encontramos esta otra nota sobre el escritorio.
«Querido Pablo, eminencia o como creas que deba llamar a un juez facha y retrógrada. Mi amigo Alberto me advirtió de lo que habías hecho, es un mundo muy pequeño y yo también tengo mis contactos en el ejército. Esta foto la tomó él mismo hace un par de días, escondido dentro del armario de esta alcoba que alberga tantos secretos. Cuando leas esta carta, será demasiado tarde para uno de nosotros. Pensarás que soy un cobarde, pero no seré yo quien tenga que dar explicaciones a tu amado Régimen.
Sin más, me despido con un beso y un hasta nunca, que te vaya bien en el Infierno»
Fran Márquez