Mié17May202304:51
Información
Autor: María Elena Balbontín Urtubia
Género: Microrrelato

No me olvides

No me olvides

Descubrió que la ventana, abierta de par en par, amenazaba con helar toda la casa. Cerró y aseguró los postigos, evitando que la brisa y los recuerdos perturbaran su actividad. Volvió a escribir con frenesí. El ruido de las teclas rellenó la penumbra, y así se sintió un poco protegida contra el temor.

Nahuel, de nuevo, con mucho esfuerzo, paciencia y constancia, logró girar el grifo de agua fría.

“Descansa”, sugirió una imperiosa línea de chat, emitida desde el otro lado de la ciudad. “Estoy bien”, mintió. Se frotó la cara, presionando sus parpados arenosos y resecos. Hizo una mueca enfermiza: necesitaba esa lumbalgia, esos calambres y esas migrañas. El cansancio y las molestias eran mínimos comparados con el otro dolor, el real, el constante. Ese que tenía atravesado en el cuello, en el pecho, en la boca del estómago, en las tripas y en los huesos. Ese agujero negro del que no la salvaban ni el sueño, ni la música, ni las palabras, ni la compasión. El pozo que solo podía resistir con dolor físico y trabajo extenuante hasta que la quemazón en la espalda y la nube en los ojos eran tan irritantes, tan insoportables que borraban todo pensamiento y cualquier recurso de su memoria. Sólo cuando conseguía ése nivel, podía apagarse, derrumbarse, morir un poco antes de enfrentar un nuevo y tortuoso amanecer.

Una, dos, tres. Los leves golpes de agua caían, exasperando la monotonía. Creyó que podía ignorar el llamado leve, pero urgente del elemento. A las gotas inexorables se sumó el reloj de pared. Tic, una gota. Tac, otra gota. Una y otra vez. Lidió para concentrarse, puso audífonos y música alta. Pero la gotera resonó por el pasillo, por la sala y terminó estremeciendo sus intestinos. Sometida, apagó el ordenador. Necesitó reclinarse por un momento en la silla, para tomar impulso y levantarse.

No cerró el grifo, sino que mojó sus manos y dejó que el agua corriera sobre su frente. Luego, se aseguró para que el agua no volviera escapar y arrastrando los pies, atravesó la sala en el momento justo en que Nahuel, ya un poco frustrado, intentaba levantar y enderezar las fotografías de la repisa.

Afuera comenzaba la llovizna. Bebió un té mirando a la noche sin luna mientras sentía el calor de la hornalla amenazando su costado, rígida, evitando posar la vista donde Nahuel la esperaba aferrado a su peluche.

Fue apagando las luces tras de sí pero, como siempre, el velador quedó encendido. Una, dos, tres píldoras. Se acomodó en posición fetal y cerró los ojos con fuerza. Sabía que los narcóticos no alcanzarían a hacer efecto antes que el niño, como todas las noches, se acostara junto a ella, espalda con espalda.

Ese contacto reproducía en su madre el terrible escalofrío que la sacudiera, diez años atrás, cuando unos policías llamaron a la puerta para notificar la terrible tragedia: el pequeño de nueve años había caído desde un noveno piso, en un confuso incidente jamás resuelto, pero en el que ambos, Nahuel y su madre, sabían que era la infame venganza de su padre despechado. La impunidad, el dolor y la indignación atormentaron el alma del niño y el espíritu de esa mujer, obligado él a deambular por la casa y empujada ella, día tras día, a clamar por justicia.

(Del libro: Terror sólo para Mujeres)

4 valoraciones

4.5 de 5 estrellas
hace 1 año
Mostrar más
Cris Morell Burgalat
Jurado Popular
  • 141
  • 11
hace 1 año
Mostrar más
hace 1 año
Mostrar más
Iván Silvero Salgueiro
Jurado Popular
  • 46
  • 24
hace 1 año
Mostrar más
Colapsar menú
Inicio
Concursos
Publicar
Servicios Editoriales
Login

0













We use cookies

Usamos cookies en nuestro sitio web. Algunas de ellas son esenciales para el funcionamiento del sitio, mientras que otras nos ayudan a mejorar el sitio web y también la experiencia del usuario (cookies de rastreo). Puedes decidir por ti mismo si quieres permitir el uso de las cookies. Ten en cuenta que si las rechazas, puede que no puedas usar todas las funcionalidades del sitio web.