Subí al autobús y allí estaba ella, una gitana hermosa de tez clara con los ojos más verdes que jamás había visto. El típico atuendo colorido y el gran escote dejaba al descubierto gran parte de sus pechos, se notaban suaves, turgentes, deseables. Ella se dió cuenta que la observaba, sin dejar de escribir en su teléfono, haciéndose la distraída, miró por la ventanilla dejando ver en su reflejo una leve sonrisa de complicidad. Se puso de pié y avanzó hacia la puerta donde yo me encontraba colocando su mano en el barral sobre la mía, me miró fijo a los ojos y me dijo ven, su belleza me había obnubilado, su voz me había cautivado era imposible resistirse. Descendimos juntos, caminamos tomados de la mano sin mediar palabra con ella guiándome, nos detuvimos frente a una tienda de antigüedades, en el escaparate había solo un espejo, me enfrentó, teníamos la misma estatura aunque ella me doblaba en edad, me besó y quedé petrificado, no entendía muy bien que estaba ocurriendo, miraba en el espejo nuestras siluetas mientras sentía el dolor de los colmillos entrar en mi cuello, ella tomó distancia y aún mirándome con esos increíbles ojos color esmeralda me susurró, —el es mi señor—.Y me desvanecí.
Luego al despertar, comprendí que tenía una eternidad para encontrarla.