Era sábado once de la noche y como ya llevaba haciendo desde el 8 de abril de dos años atrás, me senté en la barra al lado de la zona reservada para los camareros.
Miré alrededor, el ambiente estaba tranquilo. El barman se acercó a saludarme mientras colocaba “lo de siempre” ante mi.
- ¿Algún día me tocará mi ración? –me preguntó seductor.
- Lo siento cariño, te tengo en demasiada estima -le respondí rozando sus labios con la aceituna del cocktail, a lo que reaccionó mordiendo con delicadeza el brillante fruto hasta robárselo al palillo que la separaba de mis dedos. Solté una carcajada.
Al poco, la puerta del local se volvió un trasiego de gente con ganas de disfrutar de la velada.
Varios hombres que se me hacían conocidos se sentaron en la barra y pidieron sus tragos. Pronto llegaron las invitaciones y mis rechazos.
Nada interesante. Esta vez, las horas se prometían aburridas. Hasta que apareció él, un incauto desorientado pidiendo una bebida de alta graduación. Lo tenía.
Hice un gesto al camarero y le cambió la bebida.
- No es bueno beber whisky solo. -le dije.
- Bueno, creo que ahora no lo estoy.
- ¿Qué te hace pensar que me voy a quedar?
- Quizás si le pongo interés lo consiga.
- Umm, lo dudo, solo vengo a advertirte que eres un jugosa presa.
- ¿Una presa?
- Sí, un hombre solo con la cartera caliente buscando borrachera es blanco fácil de alimañas.
- No le tengo miedo a los demonios, acaba de dejarme uno con cara de ángel.
- ¡Uhhh! Un corazón roto. Cariño, eso es aún peor. Las mujeres desesperadas huelen a kilómetros la pena.
- ¿Ah sí? ¿Y qué podría pasarme?
- Podrías terminar en un altar.
- ¿Tiene algo de malo?
- ¡Ohh, de verdad!, estás en peligro. ¿Crees en el altar? Te van a cazar seguro.
- Y tú estás aquí para, ¿Salvarme?
- Más o menos. Yo soy el ángel que viene a curar tu alma, San Pedro dice que mis bordados son los mejores.
- ¿Y si prefiero seguir con la herida y buscar el pecado?
- Entonces, has tenido mala suerte, hoy no es la noche de la barra libre de besos.
- ¡Ay qué lástima! ¿Y quién organiza la barra libre?
- Alguna que otra diabla, esa parte no la conozco.
- Pero la biblia dice “ amaros los unos a los otros” ¿Cuál es el problema?
- Lo siento, no me interesa, los ángeles no tenemos sexo.
- ¿En serio? Mirándote cualquiera lo diría.
Me detuve a observar sus ojos. A pesar de la provocativa conversación, el brillo de sus pupilas conservaba la misma tristeza con la que había entrado al bar. Quedé callada. Este tipo no era como los de sábados anteriores. Cómo podría vengarme aprovechando la fragilidad de su dolor si la sentía tan pura en su mirada.
Me vi sentada un ocho de abril de hacía dos años, pidiendo un trago tras otro hasta perder la nitidez de todo en el fondo del vaso. Juré no volver a sentir, reírme de mi propio corazón y jugar con la pérdida ajena para demostrarme a mi misma que estaba por encima de cualquiera. Resultaba fácil, en cuando los inconsolables abandonados detectaban los encantos femeninos, enterraban cualquier signo de debilidad para imponer el poder de sus hormonas. Ellos por su propio pie caían en la trampa, yo, simplemente, les daba un pequeño empujón.
Pero este hombre me mantenía el pulso con frialdad y eso me intrigaba.
- Te acompaño a casa.
- ¿A casa? Pero si eres un ángel, ¿Vas a dejar el cielo?
- No, simplemente quiero arroparte y asegurarme que tienes dulces sueños.
- Querido ángel de la guarda, creo que será mejor que te acompañe yo a la tuya, no son horas propias para un ser celestial como tú, permíteme que sea este modesto mortal quién te proteja. Llevo un ajo que le pedí al camarero.
- ¿Un ajo? Eso es para los vampiros.
- Oh me equivoqué de película. ¿Seguro que no usaban ajos para los demonios?
Recuerdo despertar al día siguiente con una resaca de pasión que aún me sacude el cuerpo. Esta vez, la araña se enredó en su propia red. Tanto, que sigue atrapada por unas brillantes pupilas.