Con un ardid amoroso el zorro atrapó la oveja, quien maniatada junto al caldero parecía estar resignada a convertirse en la última cena de su captor. En ese momento trágico para uno y gustoso para el otro, se suscitó un pequeño diálogo entre los presentes.
—Siempre he sido muy ingenioso para la caza, difícilmente se me ha escapado alguna presa. Lo raro, es la facilidad con la que tú has caído en mi engaño. —Comentó el zorro al tiempo que sazonaba un caldo que olía exquisito.
La oveja, con ojos de carnero degollado, sabiendo que no tendrían que ser sus últimas palabras, hábilmente contestó.
—Cuantas veces te has enamorado zorro?...
—Enamorado? —, contestó él, sin percatarse que la oveja tramaba algo. —Un maestro del engaño como yo, libre y experto cazador que razón tendría...
La oveja, confiando que sus palabras la ayudaran a no ser cena de nadie, se animó a más.
—Es que yo te he observado dijo, mostrando una seguridad que resultaba imposible pasar por alto. Más de una vez, mientras sigiloso te llevabas alguna de mis hermanas pude ver tus ojos, tus patas y la forma en que las seducías.
El zorro interrumpió.
—Un momento, quiere decir que tú me habías descubierto y no les avisaste a las demás?. Pe... pero como... Si jamás me he descuidado.
La seguridad de zorro se había esfumado como el suave vapor que manaba de la gran olla de caldo. No discernía entre lo peligroso y lo importante, el por qué la oveja había traicionado a los suyos... de qué era capaz?.
Fué así que dejó que se acomodase mejor y sin dejar de revolver el caldo, mientras cortaba y agregaba unas verduras la alentó a que siguiera con su relato.
—Parece que he llamado tu atención sr. cocinero, te aviso que no soy una traidora y tampoco he perdido la razón. Digamos que el amor, a veces, se nos presenta de formas extrañas.
El zorro ya totalmente perdido, comenzó a pensar en los interrogantes que rondaban su cabeza, había estado enamorado?, cuántas veces?, qué es el amor?...
Revolvió el exquisito caldo, dejó el cucharón en la mesa y mirando a la oveja con cara de sorpresa arremetió. —Y tú... qué es lo que sabes, de dónde sacas tú, tanta seguridad. Sin ir tan lejos fíjate la posición en la que te encuentras, creo que distas bastante de ser la querida invitada y realmente, que tanto te importaría mi vida a minutos de convertirte en cena—. La vehemencia en sus palabras denotaban cierta certidumbre pretendiendo infructuosamente tomar el control de la conversación.
La oveja, sin mediar respiro, mirándolo fijamente, y ya sin ojos de carnero degollado le contestó. —Tú eres ese a quien con pasión me he entregado y ya que nunca lograré ser tu querida, seré tu cena y así siempre viviré en ti... "mi amor".
Totalmente desconcertado el zorro mientras le retumbaban esas dos palabras, dejó los utensilios de cocina sobre la mesa de madera, miró el caldero humeante, volvió a mirar la oveja, se tomó la cabeza con ambas patas como diciendo "qué estoy haciendo?", los ojos se le llenaron de lágrimas y elevando un aullido al cielo, cogió el cuchillo y de un solo movimiento cortó las cuerdas y las patas maniatadas ya no lo estaban.
La oveja se paró de un salto y baló de alivio, con los ojos llenos de lagrimas se arrimó vergonzosa, cosa que hasta el momento no había demostrado y acercando su hocico al zorro lo besó. Éste, quien por primera vez experimentaba sentimientos, dejó el cuchillo nuevamente en la mesa y tomó entre las patas a su dulce y tierna enamorada para continuar el idilio mientras se preguntaba... por qué ha de doler tanto el corazón, será esto el amor?.
No lo era, la oveja había tomado el cuchillo y con un movimiento casi quirúrgico, sin mancharse la lana, lo hundió en el pecho del zorro. Así lentamente éste cerró sus ojos y creyéndose muerto de amor se dejó fallecer.
La oveja tras romperle el corazón, libre y sin apuro, se sirvió en un cacharro un poco del caldo y saboreándolo se fue alejando del caldero; verdaderamente estaba exquisito.