La nueva promoción de agentes había acabado su formación y como llevaba sucediendo desde hacía varios años, me tocó ser la tutora de uno de ellos.
Eran las siete y media de la mañana y me encontraba en la comisaría saboreando el primer café del día cuando el novato de turno apareció ante mi para presentarse.
— Buenos días señora, soy Rodrigo, su nuevo compañero de patrulla.
Levanté la cabeza de mi taza y me quedé analizándolo unos segundos. Era otro muchacho de unos veintitantos, fibroso, con bonitos ojos azules y el cabello peinado a conciencia hacia un lado.
— ¿CrossFit, calistenia o triatlón?
— Calistenia señora. —¡OMG! Su respuesta me revolcó el corazón, el arte de la calistenia era dominada por muy pocos.
— Hola Rodrigo, me llamo Gemma, por favor no me llames señora, voy a ser tu compañera y me hace sentir como si fuera tu madre.
— Lo siento señora, perdón Gemma no era mi intención, sólo pretendía ser respetuoso.
— Lo sé, lo sé, venís con la lección bien aprendida de la academia. Vamos, toca salir a la jungla, la práctica no tiene nada que ver con la teoría.
—Lo estoy deseando señora, digo Gemma.
Le indiqué al novato que se sentará de copiloto pues nunca he dejado a nadie las riendas de mi vehículo y comenzamos la jornada que resultó ser de lo más aburrida.
Fueron pasando los días y Rodrigo y yo empezamos a tener conversaciones más distendidas en los largos ratos que pasábamos haciendo siempre el mismo recorrido, hablamos de la familia, música, cine, deporte, política...E iba descubriendo que el tipo, a pesar de su juventud, resultaba bastante interesante.
Una noche nos tocó hacer de escoltas de una chica y, como en las películas, estábamos vestidos de paisano metidos en un coche de incógnito, vigilando la entrada de la vivienda de la protegida. Nos surtimos con varios termos de café y varias bolsas de bollería para matar el tiempo.
Al ir a abrir una de las bolsas que yo había traído, Rodrigo se detuvo para leer los ingredientes y es que el muchacho llevaba una vida ultra sana y no consentía ingerir nada que entre sus ingredientes llevará una E, o sea aditivos. Bueno, le pedí disculpas, pues no sabía de su escrupulosa alimentación y acordamos que cada uno se comiera lo suyo.
Después de cinco cafés, yo siete bollos con aceite de palma, él seis palmeras con harina de espelta y cuatro horas de trabajo, el cansancio de ambos era evidente y a Rodrigo se le ocurrió darme una clase magistral de nutrición y vida sana. Comenzó explicándome la pirámide alimenticia y su aplicación al mundo fitness, los superalimentos, las grasas trans...Y mientras daba su charla me quedé un momento hipnotizada mirando cómo se movían sus pronunciados labios y se me pasó por la cabeza el mordérselos. Ésto provocó que me saliera una carcajada de vieja verde cachonda e hizo que Rodrigo detuviera su oratoria.
Uy, me había pillado, sentí vergüenza. Le pedí disculpas y me excusé alegando que tanto café no me sentía bien.
Rodrigo sonrió y sentí un tsunami de sangre recorrer mis venas.
— Uff ¡Qué calor hace!
— Pero si hace tres grados ahí fuera.
— Será la menopausia, no me hagas caso Rodrigo.
Y mientras decía esto, agité una mano y sin querer, la dejé caer sobre su pierna. Rodrigo me lanzó una mirada de sorpresa y al instante, retiré mi extremidad a la misma velocidad que si la hubiera puesto sobre un puercoespín. Volví a pedir disculpas intentando sostener su azulada vista pero mis ojos se resbalaron por su cuello hacia la camisa del uniforme que se ajustaba a la perfección sobre los marcados pectorales.
— ¿De verdad que no hace calor aquí?
— Bueno, igual está la calefacción muy alta.
Las siguientes dos horas pasaron en silencio. Rodrigo se entretenía escuchando el canal de radio de la policía y yo ahogaba mis frustraciones sexuales en café. No sé cómo pudo suceder, pero, a pesar de toda la cafeína que corría a sus anchas por mi cerebro, me quedé dormida.
Al cabo de no sé ni el tiempo, me desperté con toda la parte de la mejilla que había apoyado sobre la ventanilla empapada de baba y con esa sensación de haber dormido tan profundo, que no sabía dónde estaba. Parpadeé varias veces para situarme y bostecé con ganas a la vez que me giraba y estiraba los brazos. Entonces apareció en mi campo de visión Rodrigo. Upss Rodrigo. Se me cortó el bostezo de un hachazo y volvió la sonrisa nerviosa. Por favor, este niño va a pensar que soy idiota.
— ¿Te encuentras bien Gemma?
— Sí, sí Rodrigo, gracias por preocuparte, me ha vencido el cansancio, me estoy haciendo mayor, jaja, esto no me había pasado nunca.
— No te preocupes, no ha pasado nada ahí fuera.
— Menos mal que has estado atento. Me has salvado el cuello, podría haber ocurrido algo muy gordo.
— Estoy seguro que tú de mi edad lo hacías igual o mejor que yo.
-— ¿Eh? Sí Rodrigo, sí, de tu edad, así es.
-— ¿Has tenido alguna pesadilla?
-— ¿Pesadilla? ¿Por?
-— No parabas de decir, ¡házmelo sin aditivos!
Quería evaporarme como Houdini. ¡Ay Rodrigo!, cómo te explico que soñaba contigo...