Dom10Sep202303:18
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Autor: Cesar Cordoba
Género: Microrrelato

El boricua (de “Las cosas que pasaron mientras dormías”)

El boricua (de “Las cosas que pasaron mientras dormías”)
 
La negrura del cielo intimida. La noche muestra los colmillos de su boca cada vez que escupe sobre la ciudad sus lenguas eléctricas y convierten el aire en plasma.
Pero a Haurer eso no le importaba.
—Nadie oirá tus gritos —pensó.
Caminó unos metros sin importarle que la lluvia grisácea le ensuciara el cabello y bajó por una rampa lateral hasta donde estaba estacionado su Van sobre una calle adoquinada.
La lluvia atenuaba los sonidos y las luces de la calle se deslizaban por la avenida como espectros difusos.
Miró la hora.
—Falta menos —sonrió cínico y respiró profundo.
Tenía todo lo que necesitaba. El cianocrilato, las bandas elásticas, la soga, los guantes y una paciencia infinita.
—Hoy se termina esta historia, Haurer… Mañana el mundo será apenas mejor… Algo es algo. Es mejor que nada —se dijo a sí mismo en voz baja.
Apretó la colilla del cigarrillo entre los dedos pulgar y medio y la disparó como una antigua catapulta. Las cenizas del tabaco formaron un breve arco de chispas en la oscuridad hasta disolverse.
Avanzó lentamente en la penumbra sin hacer ruido y recordó cuando conoció a Fico. Tal vez un mes atrás.
Por casualidad vio su rostro torcido y perverso una noche que fue a comprar a la tienda “El Boricua". Una bandera puertorriqueña adornaba al fondo del local.
Quizá reivindicando el concepto abstracto de un nacionalismo inexistente o vendido por políticos de baja autoestima.
Fue hasta el sector de bebidas, tomó unas latas de cerveza y se dirigió a la caja para pagar…, cuando escuchó un sonido similar a un cachetazo, un jadeo y la siguiente amenaza:
—Abrí el culo maricón… ¿O querés que llame a la migra?
Haurer golpeó las manos con desagrado y vociferó:
—¿¡Hay alguien acá!?
Unos treinta segundos después un joven de unos veinte años apareció súbitamente. Tenía la cara marcada por un golpe y se lo veía consternado.
—¿Cuánto es? —preguntó Hauer.
—Siete con cincuenta, señor.
Pagó con un billete de diez. No dijo nada. No era necesario. Automáticamente supo de qué se trataba el asunto.
Un indocumentado más, explotado. Laboral y sexualmente. Un rehén más.
Haurer salió de la tienda y se sentó a esperar. Eran casi las diez, así que cerrarían en unos minutos.
Las luces se apagaron. Primero salió el joven con pasos apresurados (luego se enteraría de que se llamaba Jesús, y sin entrar en detalles se imaginó semejante herejía).
Y entonces apareció Fico. De rulos entrecanos, piel marrón, un metro setenta y como cien kilos de peso. Unos cincuenta años de edad. Usaba botas para parecer mas alto.
Seguramente estaría casado, con un par de hijas y una esposa redonda y creyente hasta el extremo.
Regresó a la noche siguiente, casi al filo de las diez. Y nuevamente lo atendió el joven Jesús. De rasgos mesoamericanos. Tal vez de origen Maya o Azteca.
Esta vez tenía una nueva marca. Y le contó que su jefe, el boricua, se llamaba Fico.
Luego de estudiar la aburrida rutina del puertorriqueño, decidió lo más simple. Engrasar el metro cuadrado de superficie que lo separa de su auto y tan solo esperar.
Así que lo encontró de espaldas en el suelo y algo mareado. Entregado.
—¿Estás bien Fico? —le preguntó, y algo que no encajaba bien entró en sus ojos de pánico.
La linterna que compró en la Feria de Pulgas de Daytona resultó ser altamente eficaz.
Un segundo de descarga eléctrica alcanzó para diluir la poca conciencia que quedaba de este ser descartable.
Ya inmovilizado, esperó a que despertara.
—Hola Fico…, ¿como estás? —le preguntó.
Fico intentó decir algo pero tenía la lengua pegada al labio.
—¿Querés ir al baño?
Y Fico cabeceó en señal de acuerdo.
—¿Lo primero o lo segundo?
Quiso levantar el índice, pero tenía pegados los dedos de las manos.
—¿Querés mear? —preguntó Hauer.
Y Fico movió la cabeza.
—Entonces meá, hijo de puta —le susurró sonriente —. Si podés.
Mientras, el prepucio se le inflaba como una piñata.
Luego le selló la boca, los oídos, el ano, la nariz…
Solo los ojos le quedaron abiertos.
 
 
César Cordoba

3 valoraciones

5 de 5 estrellas
Cuauhtémoc Ponce
Jurado Popular
  • 64
  • 25
hace 1 año
Comentario:

Ese Haurer me cae bien

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Cris Morell Burgalat
Jurado Popular
  • 141
  • 11
hace 1 año
Comentario:

Un relato con buen fondo de justicia social. Gracias por escribir y compartir. Saludos

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Álvaro Díaz
Jurado Popular
  • 64
  • 32
hace 1 año
Comentario:

Muy bueno, César. Ese Hauer pinta para personaje recurrente.

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