Todo comenzó casi por casualidad tras una simple conversación en donde por un momento se fundieron los actores. Hacete pasar por mi y fijate si lo podés resolver, esas fueron las palabras, a partir de ahí al no encontrar oposición, menos resistencia de una persona que no gustaba de la burocracia administrativa, los peldaños de la escalera fueron solo apareciendo, el camino tomaba forma y dada su idiosincrasia la escalada era inevitable. El gran simulador entró en el juego.
Se sabía cada número y cada letra de todo lo necesario al punto que, cuando era solicitada alguna comprobación física, él fingía haber olvidado el documento y deletreando o enumerando otros datos el engaño surtía efecto. La vida se le hizo más fácil a partir de allí, lo saludaban y lo reconocían, aunque no fuera quien decía ser.
De esa forma continuó viviendo, actuaba una vida que lo hacía sentir pleno. Hasta que un día temprano entró a su casa y encontrando una bella mujer sentada en el diván, azorado por la actitud invasiva enérgico preguntó, _—ud. quien es, qué hace aquí?—. La mujer en un tono tan frío que lo heló contestó, vine por tí y dijo el nombre de la persona que precisamente él no era, así en ese momento con una fuerte opresión en el pecho, sintió que su alma lo abandonaba. La muerte esbozaba una sonrisa socarrona mientras él vanamente repetía una y otra vez su verdadero nombre.
En ese mismo momento en alguna esquina perdida del barrio, allí donde se cruzan los atajos, el diablo en clara concordancia con la jugada de la muerte, esperaba al otro hombre para ofrecerle a cambio de su incondicional servicio, la eternidad.