Si me preguntan qué fue lo que pasó, es que realmente no lo sé… Tampoco es que hubiera bebido tanto, porque no acostumbro beber en exceso cuando no estoy en casa. Caminaba por la calle cuando una lluvia otoñal se mezcló con un poco de frío llegando el atardecer, así que me refugié en la barra del primer bar que encontré por el camino y pedí una cerveza… La pequeña, pero tupida lluvia anunciaba que eso no terminaría pronto, pero tampoco es que llevara prisa por regresar. Así que me puse cómodo en aquel solitario lugar, y mientras veía a través de la ventana las gotas resbalar por el cristal, fui pidiendo unos cuantos tragos más. De fondo se escuchaba música tranquila, melodías que hace tiempo no escuchaba, —¿le parece bien la música que hay, o quiere escuchar otra cosa? —me preguntó una joven de algunos veinticinco años.
—No, deja la música como está, va acorde al frío y la lluvia, mejor sírveme otra cerveza — le contesté, y seguí un par de horas dentro de ese lugar… Terminé mi último trago, pagué la cuenta y al salir fue cuando sucedió; fue algo nuevo para mí porque nunca me había pasado… Me sentía enamorado; tanto así que llegué a sentir esas mariposas en el estómago que hace tiempo no sentía y no pude evitar soltar un suspiro; estaba enamorado, y lo mejor de todo, es que fue sin razón alguna; sin pensar en nadie, sin hablar con nadie, y fue mi primera vez que me enamoré, tal vez por el simple hecho de existir.
© Cuauhtémoc Ponce.