Me fascina el funcionamiento del Sol. Sus rayos dan vida a las cosas inertes, nos las muestran en su plenitud de colores, curvas, formas y pliegues. Pero, al mismo tiempo, juega con ángulos que proyectan su muerte, sombras planas carentes de alma, de color... La esencia desaparece a escasos metros de la vida.
Los seres humanos siempre hemos imitado a nuestros dioses. Y, a pesar de que hace siglos que renegamos de la deidad del Sol, actuamos a su semejanza. Al principio, creamos ilusiones en nuestros semejantes, hacemos que sean visibles al resto, que se sientan importantes en nuestros corazones. Con el tiempo, aparecen las asperezas y nuestro afán de grandeza nos hace intentar empequeñecer al resto. Sin embargo, quién más hiere es quién más muere por dentro. Y así alcanzamos la terrible fusión entre creador y destructor. Cuando todo tu afán es acabar con las ilusiones de los demás, tu ser se pudre y la sombra toma el protagonismo, incapaz de proyectar vida en la muerte.
Fran Márquez