No es la humanidad sino tú
lo que ama devorar la finitud;
eres el alimento del tiempo.
De tus suspiros nace el viento.
Tus miedos son una inyección de civilización
para controlar la barbarie que llevas dentro;
la peste hambrienta del libre albedrío,
que emerge, cual volcán, en la desesperación.
Cultura y leyes al servicio de la especie.
Trabajo para mantenerte ocupado,
libros para entretener la mente,
política para jugar y distraerte.
Ocioso, no eres más que manada
pastando lo que tenga a bien la tierra ofrecer;
una enorme plaga dedicada solo a comer,
devastando con devoración a placer.
Precisas un Dios al cual temer
a fin de mantener tu bestia en su jaula;
una tromba de desastres desatarías al saber
que nada existe por sobre tu poder.
Es necesario crearte un más allá;
un después del final, como objetivo,
para salvarte de caer en el vacío
de creer que solo es lo está acá.
En riesgo está tu cordura
si llegas a comprender la finitud;
la nula magnitud de tu existencia,
para la historia y su influencia.
Cuando nada esperas, todo carece de valor.
Todo te es poco, no importa cuánto;
siempre le falta una astilla para ser madera.
Solo te calma escuchar, que la vida es eterna.
¡Ay, humano! ¡Ay, humano!
¡Cuánto hay por hacer para que estés a salvo!
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