Vie07Jul202318:06
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Autor: María Elena Balbontín Urtubia
Género: No ficción

La Razón de mis ojeras

La Razón de mis ojeras

Hace un par de años leí un volumen que se titula “Eva al Desnudo”, donde se expone una interesante alternativa a la Teoría de la Evolución. Casi al final, la autora, Elaine Morgan, predice, entre otras cosas, los probables efectos evolutivos del uso de la píldora, con el siguiente enunciado: "los genes de Casanova y Headcliff empezarán a desaparecer
de las cunas". Como yo tenía claras referencias del primero y la mención del segundo me dejó muy intrigada, rauda me fui a consultar a don Google para estrellarme sin prevención con la escalofriante Emily Brönte y su apoteósica “Cumbres Borrascosas”, que hasta entonces nadie había tenido la gentileza de mostrarme.

Tras el revolcón en mi ignorancia y luego de sacrificar un par de noches, visité al resto de su familia. Así descubrí a su hermana Charlotte con su “Jane Eyre”, novela que desde entonces, hasta hoy, se ha convertido en mi favorita por su narrativa, sensibilidad, feminismo de 147 años y porque el Sol en Piscis me obliga.

Todo el mundo sabe que los ingleses se creen los monarcas de la cultura y tal vez se han ganado el cetro si revisamos la friolera de genios que han tirado al mundo. Sumo a eso mi cinefilia y a que algo no anda bien en mí. Tras leer la novela tres veces, me arrastré en un frenesí investigativo, convencida de que los tataranietos de Shakespeare no pueden resistirse a traspalar sus amados clásicos al teatro, cine y televisión. Encontré sólo dos versiones de “Cumbres Borrascosas”, una de 2006, cuya libre interpretación me pareció tan infumable que no la resistí ni por cinco minutos, y otra de los años 80 protagonizada por el guapísimo 007, Timothy Dalton. Jane Eyre, no obstante, ha sido interpretada muchas veces, gracias a lo cual me desvelé comparando el libro con las películas de 1944 y 1996. Como soy una madre preocupada y también debo trabajar para pagar mis gustos finos, el cuerpo no me alcanzó para ver la miniserie de 2006,
aunque, gracias a Youtube, vi de un tirón, en idioma original y sin subtítulos la de 1983, protagonizada por una dulzura llamada Zelah Clarke en el papel de Jane y, para terminar de capturar mi corazón, otra vez Dalton, cuya interpretación consiguió coronarlo como mi actor favorito de todos los tiempos y que me enamorara irreductiblemente de su Ms.
Rochester, pues ningún triste y gris mortal podrá compararse jamás a ese apasionado y hermoso macho alfa.

Sin embargo, eso no impidió que, pese al cansancio, mi vicio me empujara a alquilar en el DVD Club la película de 2011, para llorar a lágrima viva toda la siguiente noche.

En conclusión, debo abandonar este delirio y dormir un par de horitas. Además, es una suerte que Elain Morgan nombrara a esos dos personajes para llevarme a conocer una obra transgresora como la de Charlotte Brönte, porque ni la dirección o producción más mediocre puede opacar la secuencia de la declaración de Edward a Jane en el jardín, eso
porque más allá de su intenso y profundo romanticismo, salta el sesgo de género para dictar un decreto universal de libertad: “Yo no soy un pájaro. Soy un ser humano 
independiente, que ejerce su voluntad alejándose de usted”. He ahí su eterno y bello espíritu: Amor, nada más que amor. Algo que, desde un principio, la desnuda Eva ya sabía.

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