Una historia real más común de lo que se pueda imaginar.
Sería el sábado perfecto para mí; estaría solo en casa cuidando de mi hijo que ya no es tan niño y se entretiene viendo la pantalla donde me pongo a jugar con mi PlayStation. Sí, a mis cuarenta y cinco años, no dejan de emocionarme los vídeojuegos.
Llevo quince años de casado y la mayoría de las parejas entienden que, después de los diez años de matrimonio las cosas cambian un poco. Los besos matutinos se convierten por una obligación o rutina en ver quién prepara el desayuno. Se reparten responsabilidades sobre las compras o la limpieza de la casa… Pero este sábado sería distinto para mí; sería MI SÁBADO, o al menos eso creí hasta hace unos cuantos segundos.
Hoy desperté temprano, preparé el desayuno para toda la familia y me puse a hacer la limpieza de la casa para después meter la ropa sucia en la máquina de lavar para que no hubiera “reproches” a la hora de sentarme en el sofá y ponerme a jugar con mi PlayStation al lado de mi hijo.
Mi esposa salió a una tarde de “chicas”; ellas suelen reunirse una vez cada quince días en una casa diferente, donde ya me ha tocado atenderlas cuando es el turno de mi esposa en hacer dicha reunión aquí en casa… Así que prendí mi consola de videojuegos y destapé una cerveza. Era mi sábado de ser feliz sin que nadie me interrumpiera hasta que mi esposa lo arruinó todo, cuando me mandó un mensaje de texto diciendo ‹‹Ya salí, mi amor, voy para el apartamento››…
¡Carajo! ¿Tan temprano y arruinando “mi sábado de ser feliz”? … Muchos me dirán que no amo a mi esposa o que no quiero estar con ella, pero no es eso, de hecho amo a mi esposa; más que a mi PlayStation; el problema no es que venga a casa, el problema es que me mandó ese maldito mensaje de: ‹‹Ya salí, mi amor, voy para el apartamento››, cuando sólo tenía unos segundos de haber salido, y la escuchaba bajar las escaleras…
© Cuauhtémoc Ponce.