Los parlantes de mi casa, de una manera apenas audible, captan una radio que sospecho será vecinal. Al lado mío, mientras trabajo o escribo y no pongo música, suena todo el tiempo la voz de un locutor (y a veces varios) de los cuales difícilmente distingo qué dicen, pero sus tonos ¡sus tonos! sí que se distinguen. Puedo notar el momento de dar una propaganda, a la manera antigua, o la de los partidos de hoy día, que siguen anunciando productos los mismos relatores, con ese entusiasmo marcado que lleva la voz a un sube y baja de enooorrme y graaann convicción. También alcanzo a distinguir el tono ceremonioso y militante de las voces que anuncian el Templo de Dios, el Paraíso o el mismo Infierno del que hay que salvarse. Al parecer, también tienen su programa predicadores.
Durante el día no es difícil imaginar que están hablando de las noticias del día, el tono es análitico, presumido de saber, y deliberante. No sé qué dicen, pero me convencen de lo que "un ciudadano decente haría" y de "en un país en serio" las medidas, el dólar o el mercado (tal vez era todo lo mismo).
Hay tonos y enunciaciones que son universales más allá de las latitudes, hay tonos diurnos y tonos nocturnos. Los nocturnos, por ejemplo, acompañan el silencio de la noche, el ruido de algún coche que pasa, los pasos de los vecinos y sus murmullos, el gato que salta entre las plantas y la voz de los pensamientos propios (que nunca es la misma que emitimos con la garganta).
Cuando ensimismado en mis propios devaneos caigo en la cuenta de las voces de la radio suelto un poco el hilo de la noche o del día que tengo y me dejo llevar por esa tonada musical de algún tema inexacto e incierto que no me trae recuerdos, pero sabe a merienda de un domingo a la tarde de la niñez.