Cuando ella recobró la conciencia, se dio cuenta que estaba amarrada a algo, sus manos estaban encadenadas a lo alto y traía los ojos vendados. Lo último que recordó, fue haber tenido una plática con un hombre atractivo en un bar y de ahí en más, no recordaba nada.
De pronto una voz masculina rompió el silencio—. ¿Conoces el sexo Snuff? — le preguntó la voz a su oído mientras le quitaba la venda que no le permitía ver. Apenas lo hizo, se dio cuenta en el entorno que se encontraba: era un sótano pestilente, con un colchón asqueroso manchado de sangre a su lado derecho y frente a ella, estaba una videocámara con una luz en color rojo que indicaba que se estaba grabando todo lo que sucedía en ese momento. La chica vio sorprendida como en las paredes había fotografías pornográficas con cuerpos desnudos y mutilados que, sin duda, habían estado en esa habitación… El hombre apareció frente a ella arrastrando un escritorio con ruedas, lleno con distintos artefactos: cuchillos, sierras, martillos, látigos, bisturís, clavos, palos de madera, pinzas, etc.
—¿Sabes lo que voy a hacer con esto? — preguntó el psicópata y continuó: —Mientras tenemos…, perdón, mientras tengo sexo contigo, voy a calentar el bisturí y voy a marcar en tu espalda un poema que me gusta mucho, después te voy a golpear muy fuerte, y agarraré las pinzas para arrancarte pedazos de tu piel. Si soportas ese dolor, agarraré el martillo y todo eso, mientras sigamos teniendo sexo. Después agarraré el látigo para azotarte y este palo de madera… ¿Te imaginas dónde lo voy a incrustar?... En fin, si te comportas como buena chica, tal vez tengas una muerte rápida. ¿Por dónde quieres que comience? — preguntó la bestia.
Los ojos de la chica no daban crédito a lo que estaba pasando, volteó a ver a su verdugo y le contestó: —comienza con el bisturí, escribe en mi espalda las obras de arte que has hecho en este cuarto; después agarra el palo de madera y continua con el látigo. Quiero sentir como la sierra corta mis huesos mientras me haces tuya…, grábalo todo, quiero que quede esto para la inmortalidad.
El hombre, sorprendido ante tal determinación, y sabiendo que la chica no estaba jugando, porque en sus ojos en vez de mostrar terror mostraban deseo, lujuria y las verdaderas ganas de sentir eso. El hombre no pudo más y se lanzó a besarla diciendo: —eres perfecta, eres lo que nunca imaginé— mientras le quitaba las cadenas…
Diez minutos después, el hombre estaba encadenado con sus manos en lo alto. Y fue el momento en que la chicha preguntó: —¿Por dónde quieres que comience?
—Por el cuchillo, córtame la piel de la espalda con el cuchillo, después…, ya veremos.
© Cuauhtémoc Ponce.