Mar09May202307:09
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Autor: Diego Cisneros
Género: Otros géneros

Profanación

Profanación

El mundo estaba sumido en una oscuridad que olía a pino, a musgo y a frío. De la tierra humedecida por la última tormenta de nieve comenzaban a ascender jirones de niebla, vapores blanquiscos como fantasmas deslizándose por el aire frío y húmedo. En cuanto Björn vio en la lejanía elevarse un resplandor dorado detrás de dos montañas coronadas de blanca nieve, se levantó del viejo tocón de roble en el que estaba sentado y escupió al fuego el amasijo de hojas de Hierba Amarga que estuvo remoliendo toda la noche. 

Björn tenía la lengua adormilada y las encías adormecías por el amargo sabor de la hierba. No obstante, ni una pizca de sueño encima. 

Sus hermanos de armas se sobresaltaron al escuchar el apagado del fuego por el puñado de nieve que lo cubrió. Abrieron los ojos y se frotaron los párpados para ajustar su vista a la penumbra. Descubrieron a Björn parado a un costado de la pira de madera humeante, con su hacha lista en una mano y su escudo presto en la otra. Les clavó una mirada torva, como recriminándoles por seguir recostados y descansando. 

En ese instante, comprendieron que el amanecer ya lo tenían encima y que era preciso comenzar a alistarse para continuar con su misión. Se levantaron con premura y se pusieron a hacer los preparativos necesarios, sintiendo el frío mordiendo sus extremidades y la fatiga del viaje acumulada en sus cuerpos.

Caminaron por cerca de siete horas por terreno agreste y traicionero antes de adentrarse en el corazón del Bosque de los Lamentos. Cada crujido de hojas secas bajo sus pies parecía un grito ahogado de advertencia en el silencio sepulcral del lugar. Y mientras seguían un rastro de ramas rotas, trocitos de tela raída y algunas gotas sangre, a Björn le volvía el recuerdo del día en que lo perdió todo. La imagen del pueblo destruido se aferraba a su mente como una garra afilada, torturándolo con cada paso que daba en aquel bosque siniestro. Fue como si la descarga de electricidad que había sentido en aquel momento hubiera dejado un residuo permanente en su alma, haciéndolo sentir como si estuviera arrastrando una carga pesada que no podía soltar. 

Björn despegó los labios, pero no logró articular palabra. No concebía, no entendía, como es que lo que veían sus ojos podía ser siquiera remotamente posible. Decenas de cuerpos desperdigados por el suelo, tanto como de seres humanos como de animales domésticos, todos yacian tendidos inertes, sobre la tierra, en un charco seco hecho con su propia sangre debajo de ellos. A lo lejos, se distinguían casas forzadas y saqueadas y algunas más quemadas. 

Una punzada de miedo le atravesó el corazón. No supo en qué momento comenzó a correr en dirección a su cabaña ni en qué momento entró en ella. Lo que sí supo, pero que en ningún momento le prestó atención, fue que todos los tesoros que llevaba en hombros se le deslizaron de las manos y se desperdigaron por todo el piso de madera al caer, golpeando y rodando por todas partes como una lluvia de monedas tintineantes. En las paredes de la cabaña, que alguna vez fue su amado hogar, se encontraban marcas de enormes garras y escandalosas salpicaduras de sangre que parecían gritar su tragedia. Sus muebles, así como la ropa de su familia se hallaban desperdigados por doquier, desgarrados y empapados de sangre como las heridas abiertas de un cuerpo torturado. 

Björn caminó unos pasos vacilantes, su boca seca y su corazón retumbando como un tambor. Fue entonces cuando lo vio: detrás de la cama familiar volcada, el cuerpecito de su pequeña Astrid yacía inmóvil, pálido como la nieve y con los ojos llenos de terror que parecían mirar hacia el vacío. Björn se arrodilló con un gemido ahogado y tembloroso, llevando el cuerpo de su hija al pecho mientras se negaba a sí mismo, en lágrimas de dolor e impotencia, la cruenta realidad.

  —¡Por aquí! ¡He encontrado algo!

El eco del grito del explorador se desvaneció en la densa niebla que envolvía el bosque. Björn se sacudió la tristeza de encima y corrió hacia la fuente del ruido. Cada paso que daba era como un latigazo que resonaba en la tierra, marcando su determinación. Y aunque las imágenes desgarradoras de su antiguo poblado en escombros seguían acechándolo en su mente, Björn no permitió que lo detuvieran. Su ira era como un fuego que ardía en su pecho, impulsándolo hacia adelante como el viento a un barco que navega a toda velocidad.

A los pies de una elevación rocosa, entre arbustos congelados y árboles muertos, se escondía una cueva semicubierta por hielo. De la entrada de la caverna pendían largos carámbanos que brillaban con la luz de las antorchas, y en su interior reposaba una negrura insondable que ponía los pelos de punta.

El grupo de guerreros se preparó para adentrarse en la roca, aferrando con fuerza sus armas y encendiendo sus antorchas para iluminar el camino. Al principio, avanzaron por un laberinto de columnas y estalactitas que parecían formar un camino sin fin. El sonido del río subterráneo resonaba cada vez más fuerte a medida que se acercaban a su fuente.

Finalmente, tras atravesar un pasadizo estrecho, el grupo emergió en una enorme cámara de piedra. La formación rocosa era impresionante, con cientos de túneles similares que se extendían a lo lejos. Björn y sus guerreros se detuvieron a contemplar el paisaje y a discutir qué camino seguir.

Fue entonces cuando un grito desgarrador los interrumpió. El alarido preñado de dolor y espanto hizo que el grupo de Björn se pusiera en alerta y se les erizara el cuero cabelludo. El eco del grito se propagó por las paredes de la cámara, dando la sensación de que el lugar estuviera vivo y respirando.

—¿Qué demonios fue eso?

Antes de recibir respuesta, divisaron en un pasaje cercano la tenue presencia de una luz azulada. Björn hizo una señal para que todos se detuvieran y avanzó sigilosamente hacia la entrada, acercándose a la fuente de la luz. A pocos metros de la entrada, echó un vistazo. Lo que vio a continuación fue lo más perturbador que jamás había presenciado. En medio de la cámara, una decena de criaturas semihumanas se congregaban alrededor de llamas azuladas que brotaban del suelo rocoso. Esqueléticas, encorvadas y desnudas, las bestias se daban un festín de carne humana. La escena repugnante hizo que Björn se sintiera asqueado y horrorizado a la vez, mientras los animales gruñían y se arañaban por poseer un brazo a medio comer, y otros, mucho más violentos, desgarraban a dentelladas la carne del hueso de una pierna.

Björn se esforzó por apartar la mirada de la terrible escena que se presentaba ante él. Trató de respirar hondo, pero cada vez le costaba más trabajo. Su aliento se condensaba en nubes de vapor mientras que sus ojos brillaban con un destello de pavor; fijos en un punto invisible. Sus pupilas se contraían y dilataban sin control, dejando entrever el terror que lo invadía.

Finalmente, se recargó sobre una pared de roca en un intento por encontrar un poco de estabilidad. Pero nada parecía ayudarle a escapar de la horrible realidad que estaba presenciando.

Mientras tanto, sus hermanos se acercaron para tratar de entender lo que estaba sucediendo. Uno a uno, dieron un vistazo a la escena y cada vez que lo hacían, regresaban a su lugar con la garganta seca y el rostro pálido, incapaces de comprender por completo lo que habían visto.

El hermano de armas más joven fue el primero en romper el silencio.

—Son demonios. Esas cosas son demonios. —murmuró con voz temblorosa.

Björn apretó los dedos alrededor del mango de su hacha, sintiendo cómo su mandíbula temblaba de la ira que se apoderaba de él. Los recuerdos de la masacre del día anterior volvían en poderosas oleadas de rabia, y él no podía permitir que esas criaturas quedaran impunes. Sin decir una palabra más, soltó un poderoso grito de guerra y se abalanzó contra ellas. Sin decir una palabra más, soltó un poderoso grito de guerra y se abalanzó contra ellas.

Sus hermanos, impulsados por el arrojo de Björn, lo siguieron de cerca. Las armas agitándose en lo alto y los escudos preparados para el combate, dieron inicio a la batalla.

Las criaturas, ante el embate de los invasores, se volvieron enseguida hacia ellos. Sus ojos, antes llenos de negrura, se tornaron rojos, enseñando sus colmillos y sacando las garras en un gesto de desafío.

La batalla se desató con una furia desenfrenada, mientras el aire se llenaba con gritos que desgarraban el alma y gemidos de dolor que retumbaban en los oídos. Gritos y gemidos que se entremezclaban en un coro de caos y sangre.

Los vikingos eran una fuerza imparable, sus habilidades de combate así como su fuerza eran legendarias. Se abalanzaron sobre sus enemigos con una determinación férrea e inquebrantable. Pero las criaturas no eran menos formidables. Se defendían con una rabia y una ferocidad inhumana, usando sus garras y dientes como armas mortales. 

En medio de la carnicería, se podía ver la determinación en los ojos de los combatientes, una resolución incuestionable que los impulsaba a seguir luchando a pesar del dolor y la muerte que los rodeaba. 

La sangre fluía como ríos mientras los cuerpos caían al suelo, pero nadie se detenía, nadie se rendía. Era una por la supervivencia en la que sólo los más fuertes y astutos saldrían victoriosos. 

Al final de la batalla, las bajas fueron devastadoras; se contaban por montones, tanto para los vikingos como para las abominables criaturas. El campo de batalla estaba sembrado de cadáveres y sangre, haciendo difícil saber quién había ganado la pelea. No obstante, fueron los hermanos de armas de Björn quienes se mantuvieron en pie al final de la brutal lucha. Ensangrentados, heridos y cansados, cayeron de rodillas al piso mientras respiraban con dificultad.

Sí, las pérdidas que habían sufrido eran inmensas y las heridas, profundas, pero la misión había sido cumplida. Finalmente, Björn había pagado su deuda de sangre a esas bestias salvajes, y la amenaza de una posible invasión futura se había extinguido, o al menos eso era lo que querían creer. Pero aún así, incluso en medio de la victoria, un aura de tristeza cubría a los sobrevivientes mientras lamentaban a sus compañeros caídos y los sacrificios que habían hecho para lograr la victoria.

Cuando los últimos tres hermanos decidieron que era hora de abandonar la cueva, un monstruoso rugido de ira resonó desde los cientos de túneles que habían dejado atrás. El rugido se superponía a otro aún más aterrador, y a otro, y a otro más. La cacofonía de sonidos guturales continuó aumentando hasta que los hermanos se dieron cuenta de que de los túneles emergían decenas y decenas de nuevas bestias hambrientas...

3 valoraciones

4.3 de 5 estrellas
Iván Silvero Salgueiro
Jurado Popular
  • 46
  • 24
hace 1 año
Comentario:

Está muy muy bueno, Diego. Y me gusta la parte de los demonios que no tienen nada de común. La primera parte, sobre todo en el momento que recuerda la matanza de su gente me queda un poco jolibudense por la forma de presentar la historia. Creo que se podría buscar darle una vuelta de tuerca para que se corra de esos lugares comunes. 

Otra cosa, si los demonios comían humanos desgarrando la carne ¿por qué la hija está muerta pero entera y los cadáveres en el pueblo no están comidos? 

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hace 1 año
Comentario:

Hola, Diego. Parece que es un principio de una novela, ¿verdad? Garpa. Muy buen desarrollo de una fantasía mística. Gracias. ¡Saludos!

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samir karimo
Jurado Popular
  • 201
  • 27
hace 1 año
Comentario:

muy interesante y espeluznante

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