—Papá, despierta, tengo miedo, hay un muerto en mi cama— me dijo mi hija de tan sólo seis años.
Así que me despertó de un profundo sueño y volteé a ver el reloj que marcaba las cuatro y treinta de la madrugada. —¡Ay, hija, no otra vez!
—Es verdad, papá, hay un muerto en mi cama, tengo miedo.
—Hija, no hay muertos en tu habitación, es otra pesadilla. Eso te pasa por ponerte a ver las películas que tu mami y yo vemos— le dije mientras me levantaba de la cama, le tomaba su mano y nos dirigimos a su habitación. —¿Ves? Aquí no hay nada, es otra pesadilla — le expliqué mientras encendía la luz y revisaba el armario, la ventana y los rincones con expresión de desagrado.
—No papá, ahí está en mi cama, está lleno de sangre.
—¡Mariana, por favor! Aquí no hay muertos, ni fantasmas ni nada, tuviste una pesadilla y eso es todo… Bueno, está bien, vamos a hacer algo por esta noche, tú te vas a dormir con mami y yo me vengo a dormir a tu cama. ¿Te parece bien? —. Así que ella asintió con la cabeza y la llevé a nuestra habitación.
—¿Qué pasó? — me preguntó mi esposa al sentir que la niña se acurrucaba a su lado.
—Nada, que Mariana volvió a tener otra pesadilla; así que me voy a ir a dormir a su cuarto— le contesté mientras salía de la habitación y al mismo tiempo mandaba un mensaje al teléfono de mi esposa escribiendo:
“No dejes salir a la niña de la habitación por nada del mundo, voy a hablar con la policía, en realidad hay un maldito cadáver degollado en su cama”
Cuauhtémoc Ponce.