Jue27Abr202323:30
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Autor: Sergio Alfonso Amaya Santamaria
Género: Cuento

Allá vienen los guachos

Allá vienen los guachos

¡Allá vienen los “guachos”!

Sergio A. Amaya Santamaría

17/06/2021 2106178123652

La tarde empezaba a pardear y la pareja de caminantes trataba de llegar antes de anochecer al rancho La Palma. Remigio y Refugia eran un matrimonio joven, aún sin hijos, aunque la mujer ya llevaba un embarazo evidente, la pareja había salido hacía dos años de su rancho; de hecho, Remigio se había robado a la muchacha. Costumbres de aquellos lugares. Se habían ido con rumbo a Pénjamo, en busca de alguna oportunidad de trabajo y un tanto alejados de los corajudos hermanos de la Refugia, deseosos de lavar la honra familiar, aunque ellos habían hecho lo mismo con sus mujeres.

Su vida en aquellas lejanas tierras había sido la misma: Trabajo de sol a sol y siempre mal comidos; solo el amor y la pasión juvenil les hacían llevadera la vida. En Pénjamo, Remigio se había contratado como peón de un criador de cabras, habiéndole confiado un hato de cincuenta cabezas para pastorearlas en los alrededores, debería tener cuidado de no invadir tierras ajenas, los perjuicios ocasionados le serían cobrados de su magro salario; junto con el trabajo venía aparejado el uso de una casucha de adobes con techo de palma, que para la pareja fue casi un palacio, pero algo no funcionó con el patrón, porque a las pocas semanas le despidió. Remigio la tomó con calma y alguno de sus compañeros de infortunio le aconsejó que se fuera hacia el sur.

—¿Pa’onde queda eso, exclamó Remigio?

—No tiene pierde, compa, te vas derecho pa’quel cerro ─dijo al señalar hacia una sierra lejana─, cuida que siempre el sol mañanero lo tengas a tu mano izquierda y ya pal atardecer lo tendrás a la derecha; en tres jornadas deberás llegar a un rancho que le dicen del Ojo de Agua Caliente, ta cerquita del río, onque te desalejes del Ojo de Agua, siempre llegarás al río y hay hartos ranchos onde trabajar.

—Pos sí ─dijo Remigio─, se ve que no tiene pierde, voy por la Refugia pa’hacer el itacate y le vamos a tempranear, el patrón me dijo que puedo pasar la noche en el jacal.

Así fue su salida de Pénjamo. Salieron todavía con la luz de las estrellas, una luna rabona medio les alumbraba. La primera jornada fue entre callejones de sembradíos, todo muy parejo, se tumbaron a nochear al amparo de unos mezquites, junto a un canal que llevaba agua para regar. Remigia preparó la lumbre y a poco se encontraban dando cuenta de unos tacos de frijoles con chile, luego se acostaron muy juntos, al calor de la cobija de Remigio y del ardor de sus propios cuerpos. La lumbre se apagó y se quedaron dormidos. En alguna hora de la madrugada escucharon pisadas de caballos, eran muchos, los muchachos se ocultaron bajo la cobija prieta, a fin de pasar desapercibidos.

—Han de ser Cristeros ─murmuró Remigio─, tate sosiega y no hagas bulla, no nos vayan a llevar con ellos, vienen del Michuacán, yo crio’que le van a cair a los guachos de Pénjamo.

Cuando el sonido de la cabalgata cesó, la pareja levantó sus bártulos y apresurados siguieron su camino. Poco alejado del canal de riego terminó el camino llano y se encontraron entre pedregales que les lastimaban los pies, pero por su deseo de alejarse del peligro, no se detuvieron a pensar en ello. Remigio tuvo la precaución de llenar los guajes con agua fresca y, sin detenerse, se mataron el hambre con trocitos de carne seca y salada. Al caer la tarde, agotados de caminar sin reposo y sentirse seguros, los muchachos se refugiaron bajo unos pedregales, encendieron una fogata y calentaron los últimos tacos que llevaba Refugia. Al ver la necesidad de abastecerse, Remigio sacó su honda y se retiró en busca de algún conejo. No halló conejo, pero sí un gordo tlacuache, que para el caso igual servía. La mujer lo despellejó y saló la carne para que les durara. Al calor de la fogata y al resguardo de las rocas, la pareja pasó una noche tranquila. Al día siguiente, ya descansados, notaron las dolencias de las mataduras en sus pies, las lavaron con un poco de agua y en cuanto el sol les indicó el camino, siguieron rumbo a ese incierto destino. A media mañana encontraron una vereda y se toparon con unos arrieros, a quienes preguntaron por el Ojo de Agua Caliente.

—Ai van bien, muchacho ─le respondieron a Remigio─, pero tengan cuidao, pos andan rete enojaos los melitares, quesque anoche los madrugaron unos cristeros… Mejor métanse pal monte, pos si siguen el camino los van a jallar.

La pareja de enamorados hizo caso al consejo del arriero,  y se volvieron al abrupto pedregal, por donde no podrían caminar los caballos, sin perder de vista el camino, pero protegidos por piedras y matorrales y uno que otro mezquite. A lo lejos vieron una humareda y alcanzaron a ver una partida de militares que cabalgaban rumbo a Pénjamo. Sin dejarse ver se acercaron a la ranchería, donde vieron varios cuerpos colgados de los árboles y un grupo de soldados sentados en piedras, alrededor de una hoguera, bebían mezcal a boca de botella. Temerosos de ser vistos, los muchachos se pusieron al amparo del pedregal y en silencio siguieron su ruta. Cuando el sol se ocultó tras de los cerros, buscaron un sitio donde pasar la noche sin ser vistos. El rancho quemado había quedado lejos, pero no se arriesgaron a hacer fogata, por temor a ser descubiertos. Esa noche comieron carne de tlacuache salada y cruda, pero no había otra, unos tragos de agua fresca les ayudaron a pasar los bocados.

Al día siguiente reanudaron la marcha, intentaban alejarse de las rancherías, por temor a toparse con alguno de los grupos en guerra. se volvieron a encontrar a un grupo de arrieros, quienes les dijeron que adelante se encontrarían un rancho llamado “El tlacuache” y a media jornada adelante, un caserío conocido como “El guayabo”, donde deberían aprovisionarse de agua, luego seguía un pedregal muy árido, con una extensión, por donde cruzarían, de unos cinco kilómetros, siempre sobre la misma ruta. Cuando pasaran el pedregal, deberían caminar hacia “donde el sol se mete” y en poco tiempo encontrarían el “Agua caliente”.

—Pero cuando oigan bulla, tense sosiegos, pos Cristeros o Guachos levantan a la gente por igual, pa que pelién con ellos.

Con estas recomendaciones, la pareja siguió adelante, siempre atentos a los ruidos extraños al propio monte. Ya de anochecida vieron las luces de un rancho y pensaron que ya era “El tlacuache”, por lo que se retiraron monte adentro para hacer su fogata y poder cenar algo caliente, luego de dejar los rescoldos, alimentados con unas pocas varas delgadas y debajo de una gran roca, los enamorados se envolvieron en la cobija y casi al instante se quedaron dormidos, el cansancio los derrotaba. A medianoche escucharon pisadas de caballo y voces no muy cercanas que el viento les llevaba. Salieron con cuidado de su sitio de descanso y Refugio recomendó a la Refugia que se mantuviera en silencio, se puso atento, para tratar de entender lo que decían.

—Ándele, compadre, échese un trago pal frío… Pos si, vamos a’cer rancho aquí, la guardia va a ser pesada, quesque nos va a alcanzar mi coronel Odilón.

—Pos vale que así sea, pos si nos cain los guachos, casi ya no traimos parque, a mí me queda como media carrillera pal 30/30 y mi 38 nomás tiene la carga.

Luego de escuchar estas palabras, Remigio volvió al lado de su mujer y le comentó que eran cristeros; más valía seguir escondidos hasta que se fueran. Esa noche ya no pudieron dormir parejo, eran simples cabezadas que les llenaban de ensoñaciones angustiantes.

—Yo crioque nos apresuramos bien mucho, dijo Refugia, a la mera en el rancho estaríamos más seguros, ¿qué no?

—Pos a saber ─repuso Remigio taciturno─, yo crioque los cristeros ya deben haber pasado por el rancho, a saber, qué váyanos a jallar.

—Ánimas benditas que nuestras familias estén buenas.    

—Pos a saber… ─medio respondió Remigio─.

Cuando empezaba a clarear por el rumbo de Yurécuaro, se acentuaron los ruidos de los cristeros y nuevas pisadas se escucharon.

—¡Alto ahí, ¡quién vive! ─gritó un guardia, lo que puso en movimiento a otros hombres─.

—¡Gente de mi coronel Odilón! ─repuso el que llegaba de avanzada─, que dice que nos váyanos rumbo a Pénjamo y él nos irá cuidando, por si nos encontramos con los guachos no presentar un solo frente.

Pos mira que la malicia bien el coronel ─dijo el que comandaba al grupo─. Vamos pues a seguirle.

Los hombres montaron sus caballos, que habían dejado sin desensillar y pronto se alejó la cabalgata. Remigio y Refugia volvieron a quedar tranquilos y el sueño los envolvió, hasta que sintieron que el sol calentaba la mañana.

—Pérame aquí, Refugia, voy a llenar los guajes y no me tardo.

El muchacho, con los guajes al hombro se acercó a las pocas casas que eran dominadas por una vieja capilla, a su paso encontró unas mujeres que iban al nixtamal.

—Buenos días, señoras ─saludó Remigio─, de casualidá ¿habrá onde agarrar un poquito de agua?

Las mujeres lo miraron temerosas, pero al ver que era un muchacho y desarmado, le respondieron.

—Por atrás de la iglesita hay un ojito de agua, que’s de onde bebemos nosotros. ¿No vites a los cristeros?

—Claro que los vi, bueno más bien los oyí en la noche, hasta que se fueron pude dormir un poco.

—Se llevaron a nuestros hombres y muchachos, que pa defender a Cristo Rey, nomás falta que nos los maten.

Al decir esto, las mujeres se persignaron y siguieron su camino apresuradas. Remigio se dirigió a donde le indicaron y luego de llenar los guajes volvió al lado de Refugia, que ya lo esperaba nerviosa.

—¡Pos onde andabas, Remigio!, yo tengo bien harto miedo.

—No te priocupes, mi alma, ya se jueron los hombres y se llevaron a algunos del rancho, vale más que camínemos y más adelante almorzamos.

Poco después se acabó la vereda y solo miraban el suelo rocoso, producto de milenarias erupciones volcánicas. Cuando se sintieron seguros, se detuvieron a la sombra de unas rocas, Remigio recogió algunas varas de la escasa vegetación y pudieron comer el resto de la carne del tlacuache; en un pocillo que llevaba, Refugia calentó agua e hizo una infusión de hojas de naranjo, lo que les reconfortó un poco.

Con la confianza de que los combatientes se habían retirado de la región, la joven pareja reanudó su camino rumbo al Ojo Caliente, siguieron rumbo al sur, como les habían indicado y luego de terminar el eterno pedregal, llegaron a un sitio llamado El Mármol, ya muy cerca del Río Lerma. Antes de dejarse ver por el poblado, los muchachos observaron el movimiento durante más de una hora. Todo estaba en silencio, si acaso algún perro mostraba algo de vida en el caserío; la risa de algunos niños se escuchaba en la lejanía, traída por el viento. Ya cuando se sintió seguro de que no había hombres armados en el pueblo, Remigio pidió a su mujer que le aguardara bien escondida, por las dudas, en tanto él se acercaba a informarse del rumbo que deberían seguir.

Después de pasar una espesa nopalera, Remigio miró un estanquillo, como en todos los pueblos del rumbo, donde se atiende a la clientela mediante una de las ventanas de la vivienda; se reconocía el establecimiento por los anuncios de bebidas embotelladas,  por lo que se acercó seguido de algunos perros que no dejaban de avisar que se trataba de un fuereño.

—Buen día le dé Dios ─dijo al llegar a la ventana, tenía a la vista a la mujer encargada de la tienda─.

—Buen día también pa ti, muchacho, pos has venido cuando ya se han ido los guachos, pos si te jallan, te llevan, como hicieron con todos los hombres del rancho, sin faltar los endinos que nos queren llevar también a las viejas. Pero dime, ¿qué se te ofrece?

—Pos vengo desde lejos y quero llegar al Ojo Caliente y me dijieron que al llegar a este lugar ganara pa otro lado, pero quero estar seguro.

—Y haces bien, hijo mío. Mira, tienes que ganar pa onde sale el sol, no tienes pierde, no vayas a cruzar el río, pos sus aguas son traicioneras. El Ojo Caliente ta bien lejísimos y el camino es un puro piedregal, no tienes pierde.

—Ta bueno, madrecita ─contestó educado Remigio─ y pos quisiera mercar una sardina y unos bolillos, si los hay.

—Pos la sardina es fresca, pos la portola ta bien fría, ja, ja, ja, pero los bolillos ya no tanto, pero todavía tan buenos y te voy a regalar un chipotle que yo mesma hago.

Remigio pagó el consumo, agradeció a la buena mujer y se regresó en busca de Refugia, quien lo esperaba escondida entre las piedras, tan bien lo hizo, que el mismo Remigio no la encontraba, hasta que la muchacha lo llamó. Con verdadero deleite, los muchachos dieron cuenta de sus panes con sardina; con su cuchillo de monte, Remigio abrió la lata y aderezaron el alimento con el dulce picante del chipotle.

Al día siguiente, ya mediada la mañana, la joven pareja arribó al Ojo Caliente, donde fueron bien recibidos, las levas los habían dejado sin brazos jóvenes para el trabajo, por lo que los muchachos no tuvieron problema para establecerse en la hacienda. Tiempo después formalizaron su situación ante el señor Cura.

Todas estas cosas las recordaba Remigio, cuando ya tenían a la vista el rancho La Palma, de donde habían salido huyendo, hacía más de dos años, La refugia llevaba en los brazos el producto de ese amor de jóvenes, que floreció entre tantos inconvenientes. Ya la guerra se había alejado de esos rumbos e iba a menos, por lo que esperaban que su hijo viviera en un mundo de tranquilidad, donde pudieran criarlo cubierto por el amor que los había hecho recorrer grandes distancias.

Los padres de Refugia la recibieron con muestras de alegría y los hermanos abrazaron al cuñado, como nuevo miembro de la familia.

FIN

 

NOTAS: Guachos. Esta era una forma despectiva de denominar a los soldados Federales

 Aunque “Portola” es una marca registrada, en algunos lugares se hizo sinónimo de un envase de hoja de lata de forma ovoidal, siendo el producto de cualquier marca.

Enero 11 de 2012

Ciudad Juárez, Chih.

Mayo 21 de 2022

Rosarito, B. C.

3 valoraciones

5 de 5 estrellas
hace 1 año
Comentario:

Me encantó su prosa, Sergio. Un excelente trabajo. Pude mentalmente trasladarme a esas tierras tan desconocidas para mí. Un abrazo.

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  • Sergio Alfonso Amaya Santamaria hace 1 año
    Gracias, Luyila, tus palabras son alentadoras y me muestran que al paso de los años, algo he aprendido. Te mando un abrazo.
hace 1 año
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  • Sergio45 hace 1 año
    Gracias, Walter. Saludos
Álvaro Díaz
Jurado Popular
  • 64
  • 32
hace 1 año
Comentario:

Lindo cuento. Muy bien escrito. Fue un gusto leerlo.

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  • Sergio Alfonso Amaya Santamaria hace 1 año
    Gracias por tu comentario, Álvaro, lo aprecio. Un abrazo.
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