Dom30Abr202306:55
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Autor: Felipe Nesbet
Género: Cuento

Morir en cuarentena

Morir en cuarentena

Esa noche casi no pude dormir. Me perturbó mucho que en medio del acto sexual la Vale, mi polola, haya dicho “Juampi”. Pensaba que tal vez no dijo eso, que quiso decir “papi”, como a veces me decía en medio del sexo. Pensaba y repensaba sobre lo que oí. Lástima que no era como una grabación que uno podía escuchar mil veces, subiéndole el volumen. Esa grabación anidaba en mi memoria y el sonido me indicaba que sus palabras decían “Juampi”. El único Juampi que conocíamos era Juan Pablo Munizaga, un amigo de nosotros. En realidad, era conocido, aunque tenía más cercanía con la Vale. Recordaba que la Vale siempre lo miraba sonriente y le reía sus chistes, muestra inequívoca que le atraía. Se trataba de un tipo alto, delgado, simpático, casi el prototipo que le gustaría a cualquier mina.   

No sé si sería por esa duda que esa mañana la vi más fea de lo habitual. Percibía su rostro con un aire más siniestro, su piel algo más cetrina, su sonrisa más diabólica y su cuerpo más flácido. La aparté con algo de dureza cuando se me acercó a hacerme cariño. El hecho que no haya notado mi actitud, deliberadamente desagradable, me enojó aún más.

Seguía pensando y repensando en el Munizaga. No eran solamente celos, sino que veía la posibilidad que ella haya tenido algo con él. Él era amigo del Javier, el hermano de la Vale. Javier se había metido con la Maite Segovia, prima del Munizaga. Tal vez hicieron un pacto, para que el otro se coma a su hermana, de seguro Javier lo prefería a él como cuñado.  

Justo esa mañana la Vale recibió la llamada de su hermano. Nunca me interesaban sus conversaciones, pero esa vez quería saber de qué hablaban, con la idea que en la conversación podía aparecer el Munizaga.  

Analizaba cada mención que hizo sobre él. Cada vez que nos vimos los tres. Recordaba esa vez que Munizaga contó unos chistes de doble sentido, que nunca le agradaban, pero con él le hicieron gracia. Una vez ellos dos recordaron cuando el Javier casi chocó con un poste de luz. Pero más que nada tenía patente una vez que apareció y ella, que era bajita igual que yo, se colgó a abrazarlo. En ese momento no me molesto nada, pero ahora me enervaba esa mirada sonriente, que iluminaba su carita. ¿Alguna vez me miro así la cabra de mierda? Creo que por primera vez en mi vida experimenté eso que llaman celos. Esa sensación de peligro que ella me pudiera dejar al otro. En un momento tuve ganas de ir a matar a ese concha de su madre del Munizaga. 

Esa noche fue la primera vez en los dos meses que llevábamos juntos en los que no tuve ganas de cogerla. Igual lo hicimos y acabe casi por compromiso.

A la mañana siguiente llegue a la conclusión que estaba delirando: la famosa cuarentena le estaba haciendo mal. Además, sin sus obligaciones labores y con más tiempo libre estaba pensando en tonteras. Objetivamente, no tenía ningún argumento para creer que su pareja tuvo algo con el Juampi Munizaga. De seguro le caía bien, lo encontraba atractivo, pero de ahí a haberse acostado con él, no tenía sentido. Por eso esa noche quiso hacerle bien el amor. Besándola entera, disfrutando su piel suave. Después la vio durmiendo plácidamente, con esa carita de niña buena que le encantaba. “Como pude ser tan hueón de pensar que me engañó, mi Valesita linda”, se decía a mí mismo. Se tomó un whisky y se durmió. Soñó que terminaba esta maldita cuarentena y todo volvía a la normalidad y hacían ese viaje a Brasil que tenían programado. La veía corriendo feliz con su vestido rojo por la avenida Paulista de Sao Paulo. Estaba tan hermosa. Quería que el sueño siguiera. Quería seguir recorriendo esa ciudad inmensa, pero sentía que el día había llegado y no quería despertar. No quería sentir que la Vale ya no estaba con él, porque yo mismo la había matado. 

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Cris Morell Burgalat
Jurado Popular
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hace 1 año
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