Allí está él. pálido. espectral. viejo. viejo y harto. mira hacia abajo. sin piedad hunde su cuchillo y escurren hilos de sangre. lacera, desgarra. indiferente corta las vísceras y con total apatía levanta el tenedor hasta sus labios ancianos y resecos. sus ojos se posan en el mantel impecable. solía preguntarme quién será. toda una vida y no tengo idea de quién demonios es. nada, la nada misma. el vacío sobre la silla adornada en lienzos de paño verdoso. cuando era pequeño lo admiraba ¡cómo lo admiraba! ¡la mente de un niño es tan simple, tan ingenua…! él jamás me miró más que para espetarme algún insulto, un gesto de fastidio. ¡vergüenza! ¡su gran vergüenza solía ser!
El tintineo de los cubiertos sobre la vajilla es el único sonido. él no está aquí, ni en ningún lado. mamá llena su vaso casi a rebalsar y nadie que lo note, ni siquiera ella misma… ahí está él, justo frente a mí. el vaso se llenó como de inmundicia mi vida, la vida mediocre que me dispuse llevar. no quiero ser injusta con mis hijos, los amo, siempre los amé, pero nunca supe cómo. ojalá entendieran que lo intenté. ahí está él, masticando con asco, con la misma repugnancia que veo cuando me mira. la que siente cuando se esfuerza en cumplir lo que él llama “deberes matrimoniales” ¡¿deberes matrimoniales?! ¡cuánta estupidez! la penetración como un deber. si notara que yo estaría tanto más tranquila de no tener que aceptar su arrumaco, que por dentro es también para mí un pesar. lo miro a él, justo frente a mí. a kilómetros de distancia. sobre la pared de la sala el cuadro mismo que pende hace años parece llamarme y alentar una huida. el barco en la tormenta, aquel cuadro, ese barco…
La miro. está perdida. perdida otra vez, en el estúpido cuadro. él no la mira. nunca la mira. nunca nos mira. esta sala fría, esta situación incómoda. la cena es el momento de la familia, solía decir mamá ¿familia? no. nunca lo fue ni lo será. ¿hogar? más le valdría claustro. mi deber era encontrar un hombre como él y entonces ser una infeliz más. otra como ella. ella que se pierde en el cuadro. que voltea su vista cuando no quiere ver. con frecuencia no quiere ver. como volteó su vista tantas veces cuando él, en nombre de la buena educación, descargaba toda su furia contra nosotros. perros de obediencia. ¡malditos dogos entrenados! eso debíamos ser. no cuestionar. escuchar y obedecer ¡pero si éramos solo unos niños queriendo vivir! no. eso no se permite en esta sociedad. en este mundo de casas hermosas y manjares que ya no sentimos gustosos…
Mi hija lo mira, lo sufre, le tiene un miedo atroz. de pequeña lo escuchaba y corría a su habitación a encerrarse por horas. lo evitaba. como cuando entra en la habitación y finjo dormir. me revuelve que se me acerque, que me quiera tocar, me retuerce sentir su pútrido aliento ¿que sí pensé una salida? seguro y no sería difícil. ayer mismo. la ciudad está llena de ratas. la posguerra dejó miseria y la miseria ratas, y él una más. compré algunas cosas y luego lo pedí. un poco en la comida. sería lo mejor. él come ya sin gusto, sin apetencia, pero come. tardaría algunos días, eso averigüe, pero sería la mejor manera. es viejo; no sospecharían; sería fácil. tan fácil como a él le habrá resultado fusilar a un judío o un traidor. si, ayer pensé que lo haría. realmente pensé que lo haría. en la alacena duerme el frasco…
Lo iba a hacer ¡lo había decidido!, se lo merece. ¿o acaso el que sea mi padre lo redime de sus crímenes? fui a su habitación, sé dónde guarda el arma. la tomé. atravesé la sala y me detuve junto a la ventana del estudio. el aroma del tabaco me devolvió a la infancia, debí esforzarme por reprimir las náuseas. sentí con más fuerza la necesidad de apretar el gatillo. me acerqué; no me veía. no podía fallar, ahí lo tenía a él; él y la posibilidad de disparar todo mi odio. ¡lo necesitaba! ¡lo debía hacer! si supiera que regresé a mi habitación y apoyé el caño en mi sien… cerré los ojos y las lágrimas caían al suelo. ¡si tan solo me hubiera visto…!, habría apretado él mismo el gatillo. no lo hice. en el armario duerme su revólver…
Iba a hacerlo. finalmente lo había decidido. fue anoche. la casa estaba en silencio y sombras. abrí el cajón. el brillo de la cuchilla lo pedía. temblé ¡muerto! ¡muerto deberías estar! ¡no hay quién lo merezca más! pero no, no pude. volví a encerrar el cuchillo en el cajón y me odié…
Los platos ya están casi vacíos; el silencio es agobiante. él apoya, tosco, su vaso sobre la mesa. “con permiso”, dice, mirando a todos y a nadie. se levanta y sube las escaleras. nadie, nunca, lo haría…