Lun22May202313:36
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Autor: Sergio Alfonso Amaya Santamaria
Género: Cuento

Las aguas gruesas

Las aguas gruesas

Las aguas gruesas

Derechos reservados

Sergio A. Amaya Santamaría

La familia de Mateo era humilde, vivían a la orilla de un hermoso río donde los niños aprendían a nadar y los hombres obtenían el sustento para la familia por medio de la pesca. La humedad de los terrenos ribereños los hacía fértiles, lo que les aseguraba dos o tres cosechas por año, suficiente para el gasto de la familia y poder vender los excedentes para comprar alguna ropa a la prole.

Mateo tendría alrededor de diez años cuando notó preocupados a sus padres; por las noches los escuchaba platicar en susurros, para no despertar a los niños. El abuelo era más claridoso.

—Yo crioque este año va a ser muy llovedor ─decía algunas noches en que la familia se sentaba fuera de la casa para disfrutar un poco del fresco nocturno, rodeados de ocotes encendidos, para mantener alejados a los zancudos─.

—La luna se ha mirao mesmamente igual a cuando yo era chamaco, en aquella ocasión el río se enojó bien mucho. Recuerdo que ese año ya tráibanos ranas hasta en los sombreros.

—¡Qué se va a acordar, tata!, si de eso hace bien hartos años.

—Pos ora lo verás m’hijo, nomás hay que estar atentos, cuando las ranas empiecen a ganar pal monte, es que vienen las aguas gruesas. ‘Tonces hay que seguirlas, pa las tierras altas.

—Mi tata, ya’stá chochiando ─dijo el padre de Mateo a su mujer─, quesque van a venir las aguas gruesas.

—Pos hay que’star aprevenidos, habías de hacer un bajareque en las tierras altas, pa ganar pa’llá si en verdá es cierto.

—Onde pasas a crer mujer; dice el tata que cuando las ranas ganen pa’rriba, hay que hacer lo mismo.

El cielo amaneció encapotado y el viento del norte soplaba más fuerte de lo acostumbrado. Las aguas del río se notaban encrespadas y los pescadores no salieron ese día, conocedores del medio, sabían que había que tomar precauciones. Tirado en la hamaca, el padre de Mateo miraba pensativo con una paja en la boca y el sombrero casi sobre los ojos. Algunos movimientos le llamaron la atención y se enderezó, quedó sentado con los pies en tierra. De entre los juncales, las ranas saltaban, alejándose de la ribera, iban tierra adentro. El hombre miró asombrado y llamó al abuelo y a su mujer.

—Mira vieja, mire tata… las ranas ganan pal monte, tal como dijo usté.

—Te lo dije, muchacho, vámonos pa’rriba. A ver, mujer, traite a los chamacos y unas cobijas, y tú, dijo al hijo que seguía sentado, deja de estar tarugueando con las ranas y vamos a llevar agua y comida, pos quen sabe cuánto pueda durar esto.

La familia levantó sus escasas pertenencias;» en una bolsa de plástico pusieron sus papeles importantes y con los machetes en las manos, cargaron con bultos y bolsas. En el camino se encontraron con otros vecinos que los miraban perplejos.

—Pos pa onde ganan, pues, si ya no tarda en llover, mejor esperen a que pase el mal tiempo.

—No muchacho, anda por tu familia, pos van a venir las aguas gruesas.

—¡Ah que don!, pos como pasa a crer eso, son cuentos de los viejos, pos si nunca ha pasao.

—Pos mira que te lo dice un viejo, pero allá tú.

La familia siguió su camino, llegaron a unas tierras que el abuelo tenía en lo alto de la loma. De inmediato se pusieron a cortar palos y para el medio día ya tenían armada una enramada. Cuando empezó a llover, al menos ya no se mojaban, poco a poco cubrieron los muros con ramas y palmas, cuando pasara el temporal, podrían recubrirlas con barro. Durante tres días llovió con intensidad, algunos vecinos llegaron junto a ellos, pidieron permiso al abuelo para hacer unas enramadas, lo que el viejo consintió, sabía lo que se avecinaba.

Esa tercera noche empezaron a escuchar uno como zumbido y de pronto un estruendo; era una avenida importante, el río se salió de madre y las aguas empezaron a extenderse hacia los lados. A la luz de los relámpagos, miraban que las aguas broncas arrastraban árboles, piedras y animales. Los mayores no durmieron, pendientes de las aguas del río que subían de forma notable. A la mañana siguiente, el río se había convertido en un inmenso lago, no se miraba el otro lado. Su casa junto al río estaba cubierta hasta el techo.

Mateo miraba fascinado el gran río, en su mente guardaba esas experiencias que en un principio le parecieron divertidas, pero al paso de las horas empezó a sentir temor; ya no era el amable río donde los chamacos retozaban mientras las madres lavaban la ropa y los padres lanzaban la tarraya. A la vuelta de los días empezaron a llegar militares en lanchas, para llevarlos a los albergues, en donde recibirían ropa seca y comida caliente. El niño escuchó que hubo varios muertos y muchos perdieron sus casas, por fortuna ellos habían escuchado al abuelo y fuera de algunas ollas, no habían perdido casi nada, en realidad tenían muy poco. El chamaco nunca olvidaría Las aguas gruesas.

Sergio A. Amaya Santamaría

28 de octubre de 2011

Ciudad Juárez, Chih.

16 de febrero de 2023

Playas de Rosarito, B. C.

2 valoraciones

5 de 5 estrellas
hace 1 año
Comentario:

Sergio querido, tema terrible has abordado con tu relato tan bien pintado. El léxico que manejás nos introduce en un cuadro vivo. Muy bello y triste a la vez. Abrazo!

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  • Sergio hace 1 año
    Gracias, Nadia y es tan real esto, que se repite año tras año en rancherías apartadas de los centros urbanos. Te mando un abrazo.
hace 1 año
Comentario:

¡Hola Sergio! Hace un rato hice un comentario sobre tu cuento desde mi celular, pero ahora veo que no está... ¡no entiendo por qué! Te decía que me había gustado mucho tu relato. Es un tema muy actual y encuentro que está muy bien redactado. ¡Te felicito! Saludos cordiales.

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  • Sergio hace 1 año
    Gracias por tus palabras, Betty. Saludos cordiales.
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