Fue la noche, o las largas horas de silencio en la casa, fue la compañía en el trabajo, alegre, bulliciosa, fue la vida que cuajaba y no encajaba a la vez. Fue un ideal de vida y una pulsión de placer que chocaban, o no, hacían que no se cruzaban, pero permanentemente movían el amperímetro hasta lo imposible.
Fue la cerveza de una, o quizás el agua saborizada de la otra, fueron las risas, el grupo de amigas en común arregladas (ellas también). Fue el momento que de la nada se hizo especial, el rato después del trabajo, las horas antes de volver a la casa.
Fue sentarse a la par, sin distancia, una al lado de la otra, fue el roce de las piernas, los pies que se tocaban al cruzarse. Fueron las selfies, las caras pegadas, las risas al unísono y las miradas que se buscaban sin poderlo evitar.
Fue el aire de primavera, el perfume de cada una, fue un escote, una mano sobre la pierna, de una sobre la otra. Fue la complicidad y la hora de irse temprano “porque en casa me esperan”.
Fue la charla hasta el auto, de una, pero luego al de la otra, “porque había tanto para hablar”. Fue el rincón escondido, tras un par de árboles, en el estacionamiento y sin gente. Fue la puerta que se abrió rápido, de par en par, fue escabullirse adentro, las dos, y la risa, y los abrazos, y las caricias, y las manos entre las piernas, de una en la otra.
Fue apretar fuerte un cuerpo contra otro, los besos en el cuello, alguna mordida distraída, las tetas que se rozaban, los pezones que se buscaban, erguidos. Fue la camisa de una con botones perdiendo ojales, la blusa de la otra que fue abriendo las ganas, fue el cierre de un pantalón que se iba corriendo y el cinto de la otra que se soltaba. Fue la misma búsqueda frenética la que tenían, desesperada, cadenciosa, el aire agitado. Fueron las lenguas, las chupadas, los senos en fruta, maduros de atracción y ardor.
Fue estarse una cayendo sobre la otra, semi sentadas, semi arrodilladas en el asiento trasero. Fueron los dedos ajenos que se metían en el sexo mojado y que volvían a la boca para sentir el sabor, con esa locura de conocer lo íntimo de quien se adora.
Fue comerse las bocas, las tetas, masturbarse mutuamente, hacer el amor, el roce de los sexos, sentir la cola perfecta, la grosería justa, las uñas largas rasgando la piel.
Fue la celeridad, el apuro, las ganas acumuladas. Fue eléctrico, fue intenso, los pocos minutos que parecieron horas. Fue el descargue mutuo, el placer satisfecho, el orgasmo compartido.
Fue en una noche como ésta, saliendo de un bar más, con brisa de verano en las caras. Fueron la chica divertida y la que estaba apurada, fue la advertencia y la sorpresa, de que no se enamorase, porque en la casa el marido la esperaba.