I
Bien podría ser lo banal del día, las compras del super, las charlas de trabajo, las tareas de la casa hechas u olvidadas, o el simple calor insoportable de un verano odioso. Las razones podían ser muchas, pero todos los casos tenían el sesgo de lo inesperado de lo arbitrario y caprichoso. Nada se delataba de antemano como la razón única para que todo eso ocurra, pero cuando pasaba se vivía como la sensación del error de haber “justo” molestado con lo que no había que molestar.
II
El día estaba hermoso, la juntada por cumple con familiares y amigos cálida y agradable, alegría de vino y charla y un final de jornada de sol y fresco, la gente despidiéndose en la vereda y un cierre para dejar el corazón contento. El amor debía mandar, las sonrisas, los comentarios, las anécdotas. El resto de torta en la mesa y ese momento de alegría y melancolía a la vez cuando todo termina y se empiezan a llevar las cosas a la cocina.
IV
Gran parte del día le había pasado que, al servir, al charlar, lo que decía, a quién miraba, cómo miraba, quién le hablaba, si la gente era bien atendida o no, era un motivo de alerta interno por si llegaba a ocurrir. Pero las horas fueron pasando y el día se mostró armónico y encaminado. Finalmente, cuando todo parecía culminar de muy buena manera bajó la guardia y se mostró suelto de cuerpo, exultante, extrovertido. Todo era chiste y gracia. Decidieron sacarse una foto familiar y posó con su mejor alegría, su cara rubicunda de haber pasado bien, sonriente el grupo. Y al ver la foto en la pantalla, otra vez recibe un ladrido, una queja ácida, un reclamo, la acusación caprichosa y nociva sobre la foto: que está de una manera adrede en que la tapa a ella, que no la deja ser, que él sólo piensa en su ombligo.
V
Y empiezan a sonar todas las alarmas por dentro: no es fácil ver cruzarse un rayo en los ojos de una persona, ni sentir el trueno temblando como consecuencia sobre sus mejillas.
Es algo ocasional, azaroso, que sin embargo se avisa y se prepara: “en cualquier momento caeré”, le dice. Y él está como desatento mirando la manera en que se desatan las nubes en su rostro, viendo los cambios, las sutilezas de las formas que, de la misma boca, de la misma nariz, las mismas cejas, se trastocan en una negrura indecible. Y, aun así, aún con todos esos anuncios el rayo cae y él salta, grita, o calla en un suspiro espasmódico para sentir luego el trueno temblando al ritmo de las llamas que el miedo instaló en lo más profundo que esos ojos lo miraron.
VI
Y la foto se vuelve a hacer. Dos fotos para la misma pose, remedando la sonrisa que en la primera fue espontánea y en la segunda mascarada.
VII
La guardia se vuelve a levantar, en el aire se huele: porqué tuvo que cometer ese error, porqué creyó que podía soltarse, es su culpa por hacerla enojar, no debería desatender, tiene razón ella, ese medio paso en que quedó adelantado tuvo que haber sido un movimiento inconsciente de vedetismo, de querer brillar más que ella. Tendría que haber visto ese leve movimiento en la ceja, el ojo empezando a entrecerrase y evitar el mal momento a los dos.
El día debe terminar tranquilo, es su cumple.
VIII
No debe volver a provocarle.