La primera vez fue casualidad, y las otras tres veces también. Eso fue hace dieciséis años, un día pasé a las afueras de una funeraria. Adentro, un velorio se llevaba a cabo. No sé cuál fue el motivo que me hizo entrar, tal vez fue que simplemente me llamó la atención el recinto. Así que entré en silencio encontrándome con un rostro conocido. Claudia, la hermana de un amigo de la primaria que velaba a su hermano esa tarde. Me recibió con un abrazo, así que sólo le dije ‹‹Lo siento››, y no entré en detalles de que fue pura casualidad que yo estuviera ahí.
—¿Qué hacías ahí, Jorge? — me preguntaba un policía tres meses después.
Y es que la cosa no paró ahí. Dos semanas más tarde, pasé por ese mismo lugar, y un grupo de conocidos estaban despidiendo a un padre que fue asesinado en un asalto. —Gracias por venir, hermano— me dijo un antiguo compañero de trabajo. —¿Quién te avisó? — me preguntó. A lo que yo simplemente le dije que las noticias malas son las primeras en llegar. Pero no era cierto, la verdad es que llegué como la primera vez, por pura casualidad.
—¡No me quieras ver la cara de idiota! — Insistía el policía, mientras yo le respondía que investigara lo que quisiera.
Y es que no era para menos. Al mes, pasé por el mismo lugar y esta vez entré a la funeraria por puro morbo, porque era demasiada casualidad, y la funeraria ni siquiera estaba cerca de mi domicilio… Mis sospechas se hicieron realidad: una maestra de la primaria había perdido la vida, un hombre alcoholizado al volante fue el causante de su muerte.
Mi presencia no fue desapercibida, las cámaras de seguridad y los encargados de la funeraria hablaron con la policía.
—Tres muertes, tres diferentes velorios donde nadie se conoce entre sí. Pero tú si los conocías de alguna manera. ¡Qué casualidad que tú estuviste presente en todos! ¿No lo crees, Jorge? ¿No crees que es mucha casualidad?
—Ya le dije que sí. La primera vez fue casualidad, y las otras tres veces también— le contesté, aunque en el fondo, él no podía vincularme a ninguno de esos muertos. Porque todos tenían un sólido culpable. Al final, la policía nunca me hizo nada, sólo me interrogó porque fue muy raro que me apareciera en tres velorios, con gente conocida y de pura casualidad… Ha pasado mucho tiempo de eso, y nunca más volví a entrar a una funeraria.
© Cuauhtémoc Ponce.
*¿Y si les dijera que la historia es real?