Mié14Jun202312:39
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Autor: Sergio Alfonso Amaya Santamaria
Género: Cuento

Pasatiempo macabro

Pasatiempo macabro

Pasatiempo macabro

El juego de la ouija

Una noche tormentosa, un grupo de amigos de ambos sexos se encontraban reunidos en la casa de Alfonso, una construcción antigua dejada por el porfirismo en las cercanías del Cerro de las Campanas, en Querétaro. Eran seis jóvenes estudiantes de preparatoria, tres parejas aficionadas a jugar con la ouija. Para ellos era divertido ver que, de forma inexplicable, el apuntador del tablero se movía por sí solo para formar palabras y cifras en respuesta a las inocentes preguntas que los chicos le hacían.

Para hacerlo con un cierto dramatismo, a Joaquín y a su novia Débora les pareció más festivo si lo ambientaban un poco. Apagaron la luz principal de la habitación, solo dejaron encendida una lámpara que había sobre una mesilla de noche. Llevaban dos velas negras compradas exprofeso y dejaron abierta la cortina para que los alumbraran de forma intermitente los relámpagos que se generaban durante la tormenta. Todos festejaron la ocurrencia.

Jugaron durante un par de horas, luego se detuvieron para comer unas rebanadas de pizza que habían llevado preparada, bebieron unas sodas y rieron por cualquier simpleza, como suele ocurrir cuando se juntan varios jóvenes. Ya satisfechos volvieron al juego. Le tocaba jugar a la pareja de Alfonso y Mónica, su novia. La chica le sugería preguntas y Alfonso tocaba el puntero, al terminar la pregunta seguía con la mano el indicador, pero sin tocarlo, el indicador se movía entonces de letra en letra o números, según fuera la respuesta a la pregunta formulada, Tomás y Belinda anotaban lo señalado para formar la respuesta recibida.

Los amigos seguían con su juego, sus risas se escuchaban en todos los rincones. En tanto y sin que a ellos les llamara la atención, la tormenta se incrementaba, tanto en lluvia como en descargas eléctricas. De pronto la lámpara empezó encender y apagarse de manera intermitente, los jóvenes pensaban que en cualquier momento se podría interrumpir el suministro eléctrico, tal vez la tormenta pudiera dañar las líneas de transmisión.

El viento incrementó su fuerza y abrió una ventana, ante el sobresalto de los amigos, Alfonso se levantó de inmediato para intentar cerrarla, pero era tanta la fuerza del aire que no lo lograba, Joaquín se acercó a ayudarle, ambos estaban empapados por la lluvia. En ese momento el viento pareció llevar una cierta armonía, casi como música extraña ­que invadiera sus sentidos y se dejó escuchar una voz susurrante que a los seis les hizo estremecer:

─«Queridos chicos, hemos pasado veladas entretenidas, divertidas… pero ya me he cansado de ello, ahora les propongo un juego un tanto diferente, pero divertido… ¿tendrán el valor de jugarlo conmigo?»

─¡Dígame!, ¿quién habla?, ¿en dónde se encuentra?

─«¿Por qué tantas preguntas, Alfonso… tú me conoces… estoy a tu lado cuando en la soledad me inhalas hasta intoxicarte…? ¿me recuerdas…?»

─¿A qué se refiere, mi amor? ─preguntó Mónica inocente─.

─No, mi vida, no sé de qué habla ni quién sea el que afirma eso.

─«Tontuelo… a tus amigos los puedes engañar, pero no a mí… diles… cuéntales de esos cigarrillos de mariguana que compras en la puerta de tu escuela… parecen reales, ¿verdad? Piensas que son Marlboro y los fumas a escondidas de tus padres y amigos… eres un traviesillo, ji ji ji.»

─Mi amor ─dijo Belinda a Tomás─, yo creo que mejor nos vamos, ya es bastante tarde y mis padres se enojarán, ya deben de estar preocupados.

─«No, mis niños… desde este momento nadie puede salir de esta habitación, todos jugaremos… ya verán lo divertido que será…»

Sin mediar su voluntad, como autómatas, Alfonso y Joaquín volvieron a sus lugares, en tanto el viento llevaba fétidos olores, como de animales en descomposición, los amigos sintieron nausea y sentían los ojos llorosos. La extraña voz se volvió a escuchar.

─«Bien, amiguitos… el juego lo van a empezar las niñas, para hacerlo divertido… Hagan la primera pregunta, chiquillas…»

Las tres jóvenes se miraban atónitas, sin saber quién empezaría el extraño juego…

─«Empieza tú, la de mechones dorados… ─refiriéndose a Débora─, coloca tu manita sobre el puntero.»

Sin voluntad propia, la chica estiró su brazo para tocar el apuntador, que sintió que le quemaba la mano, pero no podía retirarla.

─«Di o piensa la pregunta, tontuela… nos tienes expectantes… ¡Anda!»

─¡Dime quién habla! ─salió el sonido por la boca de Débora, aunque ella no movió los labios para hablar─.

El puntero se empezó a mover a voluntad… e-s-a-e-s-u-n-a-b-u-e-n-a-p-r-e-g-u-n-t-a-s-o-y-a-q-u-e-l-l-a-p-e-s-a-d-i-l-l-a-e-n-q-u-e-p-e-r-d-i-s-t-e-u-n-a-m-a-n-o.

En ese momento la mano de Débora se empezó a quemar sin poderla retirar del puntero. No había flamas, pero la carne se puso roja y de a poco se transformó en una masa negra que se desprendió del antebrazo. Tan horrorizada estaba la muchacha que no pudo ni emitir un grito, cayó desvanecida junto a Joaquín. Se volvió a escuchar el horripilante susurro.

─«No se preocupen por esta chiquilla, esa mano fue con la que golpeó a su madre una noche que llegó intoxicada por una substancia que su noviecito le dio para tenerla sin su consentimiento. Cuando Débora recuperó la consciencia, Joaquín le agradeció esa muestra de amor que le había dado, ella no supo a qué se refería, hasta que, al acostarse vio manchada su braga. De alguna forma estaba conforme, aunque no recordaba nada.»

Sin voluntad propia, Joaquín posó la mano en el puntero y lo sintió helado, se estremeció con el frío que palpó. El olor a descomposición se incrementó e hizo casi irrespirable el ambiente. La música del viento se escuchaba en crescendo y decrescendo, ruidosa, inarmónica.

─«¡Pregunta, Joaquín! ─se escuchó amenazante el susurrar─.»

─¿Por qué yo?, solo hice lo que haría cualquier enamorado…

El puntero empezó a moverse en tanto la mano y el antebrazo de Joaquín se empezó a congelar. El muchacho miraba atónito lo que ocurría con su brazo, en tanto veía moverse el puntero.

L-o-q-u-e-h-i-c-i-s-t-e-f-u-e-p-e-r-v-e-r-s-o-y-r-u-i-n-d-e-j-a-v-e-r-q-u-e-t-i-e-n-e-s-u-n-c-o-r-a-z-ó-n-d-e-h-i-e-l-o

El viento y la tormenta arreciaron, la fetidez insoportable hizo vomitar a Mónica y Belinda los malolientes residuos de la pizza. El brazo congelado de Joaquín se desprendió sin derramar una gota de sangre, que estaba solidificada. Al darse cuenta el muchacho de que estaba manco cayó desmayado junto a Mónica.

Una macabra risa se escuchó estridente, tan fuerte que los cristales la ventana estallaron ante el sobresalto de los cuatro amigos conscientes…

─«Ahora pueden irse, muchachos tontos, no vuelvan a tomar la ouija como un juego ─la voz se acalló y en ese instante la tormenta se volvió una leve llovizna y una suave brisa llevaba a sus sentidos los aromas de un huele de noche sembrado en el jardín de la casa.

─¿Que hacemos, Tomás? ─preguntó Belinda a su novio─, no los podemos dejar así.

En ese momento Alfonso tomó consciencia de la situación, extrajo su teléfono celular y llamó al 911, informó a la telefonista lo ocurrido y le indicaron que nadie saliera hasta que llegaran los paramédicos. Veinte minutos después se escuchó la llamada en el timbre y Alfonso abrió la puerta, los visitantes lo siguieron con una camilla y su maleta de primeros auxilios.

Casi detrás de la ambulancia llegó una patrulla y dos policías entraron a la casa. En tanto les tomaban los signos vitales a sus amigos, Alfonso relató a los agentes lo que había ocurrido.

─¿A qué hora llegaran sus padres? ─interrogaron a Alfonso─.

Ellos volverán hasta mañana, fueron a atender un asunto familiar a la ciudad de México.

Deme por favor los nombres y números telefónicos de ellos, debemos informarles de lo ocurrido. Entonces volvió a escucharse el timbre, eran los padres de Débora y Mónica. Se enteraron de los detalles que les dieron Alfonso y sus amigos.

─¿Qué sucederá con los chicos? ─preguntó la mamá de Belinda─.

─Bajo la responsabilidad de ustedes, sus padres, pueden retirarse, ya tenemos anotados sus domicilios y los chicos serán llamados para declarar ante el Ministerio Público. Los lesionados serán llevados al Hospital General, avisaremos a sus padres de lo ocurrido… aunque, a decir verdad, no sé cómo explicaré el asunto de este Pasatiempo macabro.

FIN

Sergio A. Amaya Santamaría.

Noviembre 21 de 2021

Junio 14 de 2023

Playas de Rosarito, B. C.

2 valoraciones

4.5 de 5 estrellas
hace 1 año
Comentario:

Un cuento muy macabro con final incierto. Pero me ha gustado

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  • Sergio Alfonso Amaya Santamaria hace 1 año
    Gracias por leerme, Gaizka. Abrazo
samir karimo
Jurado Popular
  • 201
  • 27
hace 1 año
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  • Sergio Alfonso Amaya Santamaria hace 1 año
    Gracias, Samir, siempre generoso. Abrazos.
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