Lun26Jun202303:54
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Autor: Leonardo Ossa Castaño
Género: Cuento

REDOBLE DE TAMBORES

REDOBLE DE TAMBORES

Recuerdo bien las palpitaciones, que como tambores, vibraron en mis sienes el día en que recibí el grado de subteniente de la Fuerza Aérea durante la ceremonia castrense. La Plaza de Armas había sido engalanada con sobrias banderas que ondearon frente a mis padres, hermanos y novia.

Inicié mi carrera de oficial siendo copiloto a bordo de un monomotor, el “Havilland Beaver”, para preservar a nombre del estado la soberanía nacional mientras recorría las fronteras más distantes de la patria.

Operé cientos de pistas en mis años de servicio; unas bien equipadas, otras, sólo ofrecían terrenos áridos cubiertos de polvo amarillento.

Años después fui piloto comercial, de donde también salí, para pilotar únicamente por placer las pequeñas aeronaves clásicas de ferias aeronáuticas.

Recuerdo, ya jubilado, haber despegado al mando de un “Pilatus Porter” con el viento cruzado que nos estremeció a la aeronave y a mí durante todo el vuelo; el placer que busqué al volar se diluyó con la distorsionada señal de la torre de control, el deterioro de las condiciones atmosféricas y el caduco A.D.F. (Automatic Direction Finder) que no resultaba confiable.

Durante los primeros minutos en el aire me distraje mirando la extensa línea de la costa con los buques de carga aproximándose al puerto; Fue la altitud la que me obligó a concentrar las maniobras de sustentación, hasta dejar nivelado el fuselaje en trayectoria de crucero.
Recuerdo haber buscado a partir de allí, contacto con el personal en tierra:

— Torre de control le llama aeronave Centauro Alpha.
— Ruido de estática
— Torre de control le llama aeronave Centauro Alpha.
— Aeronave Centauro Alpha para torre de control, su señal es débil, prosiga.
— Centauro Alpha reporta mi única alma a bordo, alcanzando once mil quinientos pies de altitud, autonomía de vuelo para cuarenta y cinco minutos, procediendo hacia el noreste de la bahía, con dificultades técnicas en los equipos de navegación y comunicaciones.
— Aeronave Centauro Alpha le notifico tormenta eléctrica en su trayectoria, hay presencia de grandes cúmulos de nubosidad con alto desarrollo vertical.
— Aeronave Centauro Alpha recibe su información.

Escuchando a la torre comprendí que volaba directo a la tormenta. De inmediato decidí ejecutar un giro de ciento ochenta grados para regresar al aeropuerto de origen.

— Torre de control, la aeronave Centauro Alpha inicia regreso con descenso progresivo hasta alcanzar dos mil quinientos pies para notificar aeródromo a la vista.

Esa fue mi última comunicación, la misma que reiteré por tres o cuatro oportunidades, sin que escuchara indicaciones desde tierra.

Intenté mi descenso haciendo un giro amplio sobre el ala izquierda, tratando de obtener señal del radiofaro, no obstante, visualicé que la tormenta avanzaba contra mí, castigándome con sus primeras ráfagas.

Maniobré los comandos para incrementar el descenso, pero las corrientes de aire ascendente eran superiores a la fuerza de empuje, que pretendí imprimir, al motor de la diminuta nave.

— Torre de control aeronave Centauro Alpha ¿Me escucha?

Solo capté un tenebroso silencio como respuesta.

— Torre de control aeronave Centauro Alpha ¿Puede oírme?

— Ruido de estática.

La tormenta me había atrapado. Sentí que volaba con el abandono de una hoja al viento.

Finalmente descendí entre sacudidas y el corazón batiente en entropía, no tuve contacto visual con tierra, ni una orientación precisa. Fue un descenso agobiante.

Recuerdo con fidelidad el brillo metálico sobre las alas del pequeño avión haciendo contraste con el cielo oscurecido que centelleaba implacable. Arriba, las tonalidades grises del cielo, abajo, el mar; más allá, el color verde de las praderas opacado por el efecto de la lluvia, y a lo lejos, milagrosamente aparecía la difusa cinta negra del aeródromo.

Recuerdos, muchos recuerdos, que son recreados hoy en mi mente con una lucidez extraordinaria, casi fílmica.

Han transcurrido muchos años desde aquel suceso. Ahora, estoy en mi lecho de muerte, ciego desde hace algún tiempo por la diabetes y acosado por mil enfermedades más. Familiares junto a la cama rezan con la certeza de que moriré esta noche.

Mis piernas sin movimiento anuncian que los pasos por el mundo han terminado, mis manos trémulas son incapaces de alguna obra, mi rostro pálido y el cuerpo sudoroso, anuncian que el fin está cerca.

Consciente de lo que está por ocurrir, el corazón se agita haciendo palpitar mis sienes.

Presiento que los ángeles que me guiarán en mi último vuelo ya se aproximan.

No sé, si las trompetas del apocalipsis recibirán mi alma en el otro mundo, pero bien pudiera hoy decir, que para el funeral donde me rendirán honores, ya los tambores comenzaron a sonar.

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