Acaba de llamar Ernesto para avisarnos que no volverá a casa hoy porque en la asamblea decidieron ocupar la universidad. Nos contó que reclaman el respeto a los derechos de algunos alumnos a quienes se les prohibió el ingreso al centro de estudios.
Casualmente, durante el almuerzo del pasado domingo, habíamos estado hablando de los reclamos sociales. En esa charla nuestros padres nos relataron conflictos que vivieron mientras participaban de manifestaciones siendo estudiantes.
Cuando fuimos a la sala a disfrutar el café, tomando el cancionero de Serrat en sus manos, mamá leyó: «¡Ay Utopía, / incorregible / que no tiene bastante con lo posible. / ¡Ay! Utopía, / que levanta huracanes / de rebeldía». (1)
La inesperada noticia de la huelga motivó a mamá y papá a ponerse a hacer tortillas que yo les llevaré a los estudiantes en un par de horas. Mientras esperaba, puse dentro de una mochila un jean, dos remeras, ropa interior y una toalla, para llevarle a Ernesto. Sé que no la querrá; igualmente se la dejaré a algún amigo para evitar la discusión.
Miré el noticiero esperando conocer novedades pero no tuve suerte: la lucha nunca es noticia. Cuando asistan los móviles de la televisión será porque ya habrán obligado a los estudiantes, con gases y balines, a abandonar la ocupación. Los medios mostrarán cómo las «fuerzas del orden» colocan las esposas en las muñecas de quienes reclaman. Para ellos, solo el triunfo del desamor y el poder amerita ser difundido, reflexiono.
¡Ay! Utopía,
cabalgadura
que nos vuelve gigantes en miniatura.
¡Ay! Utopía,
dulce como el pan nuestro
de cada día!. (1)
Cuando fui a llevarles la comida, supe que mi hermano y dos amigos suyos habían organizado la asamblea de esa tarde, instancia en la que votaron y decidieron la ocupación. Escuché que habían consultado abogados y pedido el apoyo a centros de estudiantes de otras facultades para hacerlo.
Me preocupo porque sé que alcanza con un acto violento, muchas veces promovido por infiltrados, para provocar daños irreparables; pero comprendo que la defensa de los derechos es una obligación innata del ser humano.
«Si no defendiéramos a nuestros compañeros, seríamos cómplices de quienes están violando las normas existentes, las que otros supieron conquistar con su lucha» gritaba desde un megáfono un asambleísta subido a una silla. Aparentaba ser poco más que un adolescente impulsado por sus deseos tempranos y sus ilusiones, era sumamente delgado y de su cabello revuelto se desprendía caspa que acumulaba sobre la desteñida remera, evidentemente no disfrutaba de la higiene, parecía provenir de una casa de okupas de las afueras de la ciudad.
«Sin utopía, la vida sería un ensayo para la muerte», escribí en un pizarrón y me fui.
Es su lucha, seguramente lo harán mejor que nosotros, pensé. Yo terminé mis estudios hace cuatro años, fue en un tiempo de mayor tranquilidad social o, tal vez estábamos algo dormidos.
En el peor de los casos, aún si no lograran sus objetivos, yo diría: «¡Ay! Utopía, / como te quiero / porque les alborotas el gallinero. / ¡Ay! Utopía, / que alumbras los candiles / del nuevo día». (1)
Fragmento de Utopía - J. M. Serrat.
Cuento incluido en el libro SUBIENDO LA CUESTA (homenaje a Joan Manuel Serrat) de Adriana Mesiano y Patricia Mesiano
La poesía hermosamente comprometida está dando paso a una vulgaridad sin sentido que solo pretende distraer.
Apostemos por escribir, aunque solo sea para lograr unas pocas lecturas.
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