Sáb21Oct202310:16
Información
Autor: Guillermo Genta
Género: Cuento

Sierras de Córdoba (versión revisada)

Sierras de Córdoba (versión revisada)

Acompañado por Carlos, a media mañana, cabizbajo, medio dormido y desalineado, con un libro en la mano, entra en lo que para él es su segundo hogar. Se sienta, con cuidado para no perder el equilibrio, en el lugar de siempre y pide, como de costumbre, con gestos de los dedos pulgar, índice y mayor de la mano derecha, un cortado en pocillo con dos medialunas. Mirando por la ventana la reverberación del sol en las hojas de los árboles, movidas por la suave y cálida brisa de la mañana de una primavera que comienza prometedora, se pone a pensar en lo que fue, en lo que no fue y a soñar en lo que será.

Sin darse cuenta, sus pensamientos y todo su ser se fueron desplazando a las largas y felices vacaciones de su infancia y adolescencia en el chalet “La Paz” del abuelo, en las sierras de Córdoba. La casa estaba ubicada, comenzando un badén, al borde de la ruta asfaltada que unía la entonces Villa Carlos Paz con las Altas Cumbres, para luego descender, Traslasierra, a Cura Brochero. La casa miraba de frente a una extensa e interminable llanura que descendía suavemente hacia el poniente hasta esfumarse, uniendo cielo y tierra, en el horizonte muy lejano. Los días diáfanos, sin nubes, poco antes  de que el sol ardiente se hundiera en las sierras, sus rayos pegaban a pleno en el frente de la casa y ésta brillaba amarilla como recién pintada. A esa hora solíamos sentarnos, todos o parte de los  veraneantes - hermanos, mamá y tías y abuelos por parte de papá - en la galería que estaba en el frente del chalet, un poco elevada sobre el terreno. Los temas de conversación giraban en torno del tiempo, la comida de la noche, quizás alguna compra previa en el almacén de Desimone, y lo lindo que la habíamos pasado en el río San Antonio que circulaba serpenteando, límpido, entre piedras, como todo río serrano, a poca distancia de la casa, en lo que sería el lecho del valle que unía la pronunciada pendiente del cordón de sierras, ubicado a escasa distancia del fondo de la casa, y la interminable llanura que se desplegaba infinita delante de la galería.

De pronto, lo interrumpe un ruido seco al apoyar el mozo la tasa humeante en la mesa. Su cuerpo pega un respingo y la ensoñación se desploma. Se esfuma. Antes de que el mozo se marche, se miran y sonríen cómplices. Sintiendo aún el confort y calidez del recuerdo fugaz de aquellos años inocentes y felices, se inclina, toma un sorbo pequeño, cuidando de no quemarse, y saborea el café como si fuera el último. Ya satisfecho, porque con ese acto imagina que el día comienza en la dirección esperada, abre el libro en la última página que leyó, marcada con una flor seca, y poco a poco se deja llevar por la música y el ritmo de las palabras de quién, el siente, lo escribió para él.

Transcurrido un par de horas de intensa lectura, cierra el libro marcando la hoja final leída con la flor seca, se da vuelta y le dice a Carlos: por favor trae la silla de ruedas y llevame a casa.

Valoración promedio

Aún no hay Valoraciones
Colapsar menú
Inicio
Concursos
Publicar
Servicios Editoriales
Login

0













We use cookies

Usamos cookies en nuestro sitio web. Algunas de ellas son esenciales para el funcionamiento del sitio, mientras que otras nos ayudan a mejorar el sitio web y también la experiencia del usuario (cookies de rastreo). Puedes decidir por ti mismo si quieres permitir el uso de las cookies. Ten en cuenta que si las rechazas, puede que no puedas usar todas las funcionalidades del sitio web.