Lun23Oct202300:28
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Autor: Servando Clemens
Género: Cuento

Las tres cruces

Las tres cruces
Las tres cruces
Lupita Jiménez no era muy inteligente, pero eso sí, era la más trabajadora de su casa y se afanaba en los negocios de su familia. Era una muchacha que rondaba los treinta años y que jamás había tenido novio; sin embargo, su sueño era casarse de blanco, aunque ningún hombre se fijaba en ella. Una tarde, en la plaza, conoció a un foráneo llamado Raúl Morales, un tipo alto, guapo y con mucha labia, quien se dedicaba a vender biblias de pueblo en pueblo y quien soñaba hacerse rico. Los dos jóvenes se hicieron novios de inmediato y empezaron a salir a los lugares más bonitos de la región en el automóvil del padre de Lupita. Llevaban pocos días de noviazgo y él la convenció de ir al motelito que estaba a la salida del municipio. Los primeros meses fueron de pura felicidad. Los padres de Lupita se hacían de la vista gorda, pues jamás habían visto a su pequeña tan alegre. Ella estaba tan enamorada que le daba dinero a Raúl, ya que él decía que su madre estaba enferma de gravedad. Lupita estaba contenta y triste a la vez: se encontraba embarazada; sin embargo, Raúl era cada vez más distante y grosero. Entonces, en un hotel, ella decidió contarle la verdad que le había ocultado por días y él se volvió loco y comenzó a aventar cosas contra el suelo y a gritar insultos.
—Vamos a hacer algo —dijo Raúl, después de pensar unos minutos—. ¡Vamos a casarnos! No pienso dejar a mi hijo sin un padre.
—¿En serio, mi amor?
—Sí. ¿Por qué no me habías dicho nada del embarazo?
—Es que te notaba tan alejado y ahorita te enfureciste tanto y yo...
—Es que me agarraste de sorpresa y mamá sigue enferma.
—Ay, te amo.
—Pero necesito hacer algo, Lupita. Y necesito que me ayudes.
—Lo que sea por nosotros y por nuestro bebé —dijo Lupita mientras se acariciaba el vientre.
—Necesito que me des cien mil pesos para curar definitivamente a mamá y venirme a vivir al pueblo.
—Pero no tengo tanto dinero.
Raúl se asomó por la ventana de la habitación del hotel.
—¿Y así quieres que me venga a vivir contigo?
Lupita empezó a contar con los dedos.
—Bueno, a lo mejor sí logro reunir esa cantidad. Sacaré todos mis ahorros, venderé mis joyas y le pediré dinero a mis padres.
Raúl sonrió.
—Muy bien, pero no digas que me darás ese dinero porque de seguro no te creen nada y piensan mal de mí.
—No les diré nada, corazón. Haré lo que tú digas. No soy tan astuta como las chicas que van a la escuela, pero sé arreglármelas para ocultarle cosas a mis padres.
—Algo más: regresaré a la ciudad, pero necesito que me mandes el dinero a la misma cuenta, la de siempre.
—¿No quieres que te acompañe? De ese modo conozco a mi suegra.
—No, no quiero que vayas… mamá está… loca, ¿entiendes? Y quizá no comprenda lo que pasa. Tú confía en mí.
—No entiendo muy bien, pero haré lo que tú digas.
—Bien dicho, nena.
—¿Y cuándo nos vamos a casar?
—Ay, todas las mujeres son iguales.
—¿No pensabas casarte conmigo?
—Eh, bueno, este…, escucha con atención para que me comprendas: espérame en la estación del tren el martes de la semana entrante. Ese día retorno y planeamos lo de la boda y hablamos con sus padres. No se te olvide mandar el dinero antes de martes, de eso depende la vida de mi madre.
—Oh, gracias, cariño. Nunca pensé que alguien como tú podría enamorarse de alguien como yo.
—Tienes suerte, cielo.
Ella consiguió el dinero. Dos días después hizo el depósito; incluso mandó un poco más para que Raúl se comprara un traje nuevo. Lupita aguardó desde la mañana del martes en la estación de tren, pues él no le reveló la hora. Esperó hasta que se hizo de noche y decidió regresar a casa. Pensó que quizá se había equivocado de martes y fue al siguiente, luego al siguiente y después al siguiente martes. Nada. Sus padres trataban de consolarla, pero no podían, no lograban hacerla entrar en razón. Lupita no quería ir al medico a pesar de que su madre casi la llevaba a rastras. Pasaron las semanas. Ella siempre aguardaba los martes a que él bajara del tren. Casi se llegaba la fecha del parto. Lupita tenía muy mal aspecto. Raúl ya no volvió, porque ya se había comprometido con una señora adinerada de la capital. Una conocida de Lupita le dio noticia, mostrándole el recorte de un periódico. La fotografía del diario, que mostraba a Raúl enlazándose con una mujer mayor, terminó por enloquecer a Lupita, quien murió de tristeza, recostada en una banca de la estación del tren, a punto de parir, con los ojos abiertos y las manos sobre su vientre abultado.
Los padres de Lupita contrataron a un investigador privado y localizaron a Raúl, quien no sabía nada de muchacha, pues no le interesaba e incluso la había olvidado. El padre se enteró de toda la verdad: leyó el diario de su hija. Se enfureció por no estar más atento a lo que le ocurría a su hija. Pensó que eran situaciones de jóvenes que se zanjaban solas sin ayuda de viejos. De inmediato envió una carta a Raúl. En ella le explicaba que la chica se encontraba deprimida y enferma de gravedad y que no quería cuidad a su bebé. También le prometía dinero, casa y tierras a cambio de que se uniera con su hija. Raúl, rápidamente contestó la carta, aceptando la propuesta del señor Jiménez.
Ahora Lupita, Raúl y su hijo están juntos para siempre en un panteón privado. El entierro de lleva a cabo en la madrugada, sin invitados. En el epitafio solamente dice: Aquí yace la familia Jiménez Morales.
El padre de Lupita le entrega un fajo de billetes al sepulturero y una botella de tequila.
—Ya sabes, Pancho, no le digas nada a nadie —le advierte, tocando la culata de su pistola.
—Cómo cree, patrón, yo soy una tumba —responde el sepulturero en lo que clava la tercera cruz en un montículo de tierra.
—Nos vemos —dice el señor Jiménez y se marcha con paso cansado.
El sepulturero suelta la pala, destapa la botella y le toma un trago largo para no perturbarse por los gritos desesperados.
—Lo siento. Raulito —murmura el sepulturero—. Qué horrible se debe sentir ser enterrado vivo.
SERVANDO CLEMENS
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1 valoración

4.0 de 5 estrellas
Álvaro Díaz
Jurado Popular
  • 64
  • 32
hace 10 meses
Comentario:

Muy bueno, Servando, Como siempre. ¡Qué bueno tenerte de nuevo por acá! Un abrazo.

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  • Servando Clemens hace 10 meses
    un abrazo
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