Habia sido un dia ajetreado en el trabajo, y necesitaba descanso. Se desnudó, entró en la ducha y mientras el agua recorria las curvas de sus senos, notó un escalofrio de placer en su zona púbica, como si unas manos varoniles estuviesen acariciándola. Se dejó llevar al éxtasis total, y al llegar al grado máximo de lujuria se dio cuenta de que estaba sola, no había nadie con ella. Salió de la ducha, la ventana estaba abierta y el viento soplaba con suavidad.
-“Estoy sola y cansada. El subconsciente me ha jugado una mala pasada”- se dijo, y se dirigió a su habitación, donde un sueño reparador en su mullida cama la transportaría a un mundo de relax y de descanso, para afrontar con garantías el siguiente día de trabajo.
A las siete en punto, como cada mañana, el despertador hizo sonar su rutinaria melodia. Se despertó sudorosa, con las sabanas en el suelo y con sensación de cansancio. Se preparó el café, untó mantequilla en las tostadas, y después se dirigió al espejo donde la palidez de su rostro la asustó.
-“He debido tener mucha fiebre, estoy pálida como un cadáver”- se atrevió a decir a la imagen que se reflejaba como un espectro delante de ella. -“Me daré colorete en las mejillas, no puedo ir así a la oficina”- . Dicho y hecho, y a las ocho en punto se encontraba camino del trabajo.
Salió a la ciudad, y el aspecto que tenían las calles era desolador, vacias, sin gente y el cielo de un rojo fantasmagórico. Subió las escalinatas del edificio donde trabajaba, y el interior mostraba una imagen totalmente diferente a la del resto de los días. El portero no se encontraba en su habitáculo, y los habituales grupos de gente hablando, tampoco estaban.
-“Qué extraño es todo”- se dijo con aire asustada mientras volvia a la calle. -“¿Dónde están todos?”- Una punzada de dolor sacudió su tripa, mientras regresaba sobre sus pasos. Al llegar a su domicilio encendió la televisión para escuchar las noticias, pero en la pantalla en negro solo aparecían tres extrañas luces. Aterrorizada a más no poder, sacó el móvil de su bolso y se dispuso a llamar a alguno de sus contactos, pero el teléfono no tenia cobertura.
Tras unos momentos de bloqueo, reaccionó y decidió volver a salir a la calle. Tenia que contactar con alguien y saber qué pasaba. Nadie por la calle, los aparatos eléctricos sin funcionar, el cielo de un color rojizo fantasmagórico, su sensación de cansancio y esos dolores de tripa. Deambuló por las calles durante horas, sin encontrar repuestas a las múltiples incógnitas que pupulaban por su cabeza.
Cuando la oscuridad empezaba a dominar la ciudad, decidió regresar a su domicilio, con el mismo miedo con el que salió, y con las mismas interrogantes. Se daría una ducha caliente para relajarse, pero esta vez cerraría la ventana.
Un rayo de luz con su lejano trueno le dieron las buenas noches, en el momento en que se acostó en su cama con ánimo de descansar. El dia siguiente, a las 7 de la mañana, el familiar sonido del despertador la hizo despertarse, esperando que todo lo ocurrido el día anterior hubiera sido una pesadilla.
Preparó el café, se untó la mantequilla en las tostadas y encendió el televisor para oir las noticias. Todo parecía normal, incluso su estado de ánimo. Se vistió para ir a la oficina, y al salir a la calle, el griterío de la gente y el ir y venir de los coches la alegraron de tal manera que casi fue arrollada por un ciclista. El edificio donde trabajaba ebullia de actividad, y el portero la saludó cortésmente, como era habitual.
Se sumergió en la vorágine laboral, con la sensación de que todo lo ocurrido el dia anterior había sido fruto de una pesadilla, ocasionada por el estrés de su trabajo, pero una pesadilla al fin y al cabo. Pero lo que no acababan de remitir eran sus dolores de tripa.
–“¿Por qué no vas al médico, a que te recete algo?”- le dijo una de sus compañeras. –“No será nada grave, pero asi sales de dudas”.
El médico que la atendió la conocía desde niña, pues no en vano era un amigo de la familia. No sólo era su médico, era también su segundo padre, el asesor al que acudía cuando tenia algún tipo de problema tanto laboral como personal. –“¿Qué tengo?”- le preguntó con ansiedad.
-“No te preocupes, es una buena noticia. Estás embarazada”.
-“¿Embarazada? Eso es imposible. Hace más de un año que no he mantenido relaciones”.
Presa de nerviosismo, se aprestó a volver al trabajo, pero la impresión que le había dejado la noticia, la hizo replantearse el volver a casa, descansar y meditar cómo era posible su embarazo. La anterior noche en la ducha, el viento en la ventana, qué enigma se escondía en su estado de gestación.