Mis pesadillas comenzaron hace unos pocos días, en ellas hay monstruos, animales desconocidos, mitad perro, mitad lobo…, mitad no sé qué. Lo peor de todo es que suceden a diario.
Quisiera contar más a fondo, más a detalle de lo que son mis pesadillas pero no puedo, porque todo sucede tan rápido que no me da tiempo en detenerme a observar más específicamente lo que sucede a mi alrededor.
Sólo sé que siento hambre y mucha sed. Mi instinto de supervivencia me pide que busque algo y salgo a encontrarlo, escondiéndome entre las sombras, ante esas bestias… Encuentro un poco de víveres y salgo corriendo a toda velocidad. Una de esas “cosas” se percata de mi presencia y sale en dirección hacia donde me encuentro con la intención de devorarme. Corro lo más veloz que puedo ir; mi corazón quiere rendirse, pero mi cabeza me dice que no, que tengo que llegar a mi destino aunque sé que son más veloces y fuertes… Volteo hacia atrás y veo que ya no me sigue; ya no le intereso porque encontró a un adolescente en la persecución y ahora lo está devorando a él. Pobre chico, simplemente se cruzó en el momento y la hora equivocada, pero me salvó la vida y estoy agradecido por eso.
Entro a un callejón y ahí está otro animal, terminando de comer a otra persona, es difícil saber si era hombre o mujer. No importa, su apetito es insaciable y comienza a perseguirme; “tengo que llegar”, me digo a mí mismo y me aferro a mis víveres sacando un segundo aire de energía para llegar a mi edificio… Puedo verlo, está a tan sólo una calle de distancia.
Escucho una alarma, sí, la conozco bien, es esa que te saca de los sueños, o mejor aún, de las pesadillas… Mi vecino Joe abre la puerta, entro deprisa y entre los dos la atrancamos de nuevo… Le agradezco y subo a mi apartamento, me doy una ducha; me voy exhausto a la cama a dormir… El sueño, el único lugar donde terminan mis pesadillas; al menos por este día.
© Cuauhtémoc Ponce.