Un aullido fuerte y sobrenatural lo sacó de sus sueños. Volteó a su lado derecho de la cama y Sara, su esposa no estaba a su lado. Esta era la tercera vez que pasaba en esa misma semana. Sin pensarlo dos veces abrió el armario, sacó la escopeta y bajó raídamente las escaleras. Él sabía donde encontrarla. El sótano, un lugar seguro que siempre estuvieron de acuerdo que en caso de que llegase a suceder alguna emergencia, ese sería el lugar idóneo para esconderse.
Vivián en el bosque, a media hora en carretera del poblado más cercano que, si bien había lobos y muchos otros animales nocturnos que rondaban la zona, el sonido de ese “animal” era muy diferente a lo que habían escuchado.
—Ana, ¿estás ahí? —Preguntó mientras el cerrojo se giraba para abrir la puerta.
Estaba atemorizada, sus lágrimas de terror cubrían todo su rostro. —¿Qué es eso? —preguntó ella.
—No lo sé, pero a mí también me asusta, pero no te preocupes que yo te protegeré.
—Se está volviendo más recurrente; más fuerte y eso me asusta.
—Toma el arma, yo iré por la linterna y saldremos a buscar lo que sea que se encuentre allá afuera y, si algo se mueve, disparas, siempre has tenido buena puntería —le reconoció él. Y era verdad, su esposa tenía mejor experiencia en manejar la escopeta… Nada, no encontraron nada y regresaron a casa.
Pero la noche siguiente no fue diferente a la anterior, de nuevo un aullido despertó a Steve de su sueño, volteó a su lado derecho de la cama y Sara, su esposa no estaba a su lado. Ahora ella estaba frente a él, con la escopeta en la mano.
—Perdóname, Steve, no puedo seguir con esto, tus aullidos me están volviendo loca —. Y sin dudarlo, disparó.
© Cuauhtémoc Ponce.