Mié31Jul202423:28
Información
Autor: Cris Morell Burgalat
Género: Cuento

El meñique de la Señora Taker.

El meñique de la Señora Taker.

La Señora Taker llevaba un anillito en el dedo meñique de su mano izquierda. Me obsesionaba mirarlo porque ese anillo me recordaba a uno que siempre llevaba mi madre, heredado de mi abuela. Era un arito con cuatro circonitas con la fecha de su nacimiento grabado en el interior. Era sencillo pero vistoso. La Señora Taker era más bien ordinaria, no era tan elegante como mi madre, pero ese anillito que llevaba en el meñique le daba un toque de distinción y ella lo sabía. Cuando movía la mano lo hacía de tal manera que destacase el meñique. Al hablar gesticulaba y, siempre, situaba, su apreciado meñique a la altura de los ojos, de los suyos y los de los demás (para mostrarlo y a la vez verlo ella). En ocasiones frotaba el meñique por sus labios pintándolo de carmín y luego se iba comiendo la pintura del dedito a mordisquitos.

Aunque no tenía unas manos especialmente bonitas siempre las llevaba arregladas, sin pellejos. Tenía una piel fina e hidratada, sin manchas y no se le apreciaban las venas que recorren normalmente las manos. De sus palmas apenas se distinguían las líneas de la vida y ella bromeaba de no tenía huellas dactilares que la policía nunca la podría fichar y que podría ser una espía perfecta. Después de estas palabras hacia tirabuzones con el meñique y reía. A partir de aquí fantaseaba explicando relatos policiacos, donde ella era la protagonista, mientras hablaba su meñique se movía otorgando autentificación a sus aventuras. Había convertido su meñique en un don personal, único y universal, como esos grupos sanguíneos raros que, solo ellos, pueden salvar una vida. Jamás utilizaba guantes.

Siempre llevaba las uñas meticulosamente pintadas de color según la estación del año. De ello se encargaba Dora Mar la única esteticista del pueblo quien tenía un salón de belleza, donde además de peinar se hacia la manicura y pedicura. Yo trabajaba allí de aprendiz. Entre ellas no había buena sintonía, aunque lo disimulaban. Todo comenzó cuando a Dora Mar se le ocurrió criticar el meñique en cuestión. El Señor Taker que controlaba el suministro eléctrico del pueblo dejó al Salón de Belleza a oscuras durante dos días hasta que la peluquera le pidió perdón al meñique. Que absurdo ¡pero, a partir de entonces, ya nunca más, nadie en el pueblo se atrevió a mencionar al meñique sino era para alabarlo y/o piropearlo.

El meñique era inquisitivo, seductor, embaucador, impaciente… tenía vida propia.

Un día de otoño apareció el meñique de la Sra. Taker en una cajita, en la comisaría de policía. La Sra. Taker desapareció nadie la había visto ni la verían nunca más. El pueblo quedo consternado por la muerte del meñique, tanto empeño de la Señora Taker en darle protagonismo a su dedito tuvo sus frutos y nadie se acordó de ella, todo el mundo lamentaba la perdida de aquel dedito tan expresivo e importante para la comunidad. Con el paso de los años todavía se le recuerda.

Foto: Heather Mount en Unsplash

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