Entre espejos y sueños
La noche por fin llega, aunque sin prisa, y la oscuridad se vuelve una intrusa en mi casa.
Ya no veo con nitidez, por eso enciendo la lámpara de mi escritorio que comienza a iluminar unas hojas en blanco y otras, colonizadas por letras, que aguardan impacientes el desarrollo de la historia que se ha tomado un descanso. O mejor dicho, me lo he tomado yo.
Escribo una novela sobre un escritor que tiene una comunicación real con sus personajes. Ellos lo visitan de noche, por eso al comienzo cree que los ve en sueños. Sin embargo allí están, en su casa, pidiéndole todo tipo de explicaciones sobre sus características y destinos.
Me gusta escribir cuando el sol se desmaya en el horizonte, para luego desaparecer, porque logro una especial complicidad con esos seres que habitan mi universo interno y se transforman en los personajes de mis cuentos.
Mi ritual antes de comenzar a escribir consiste en observar, cada noche, si la inquilina del cielo se presenta con su vestido blanco o está escondida en su refugio.
Voy a continuar el desarrollo de los sucesos. El escritor ha comenzado a escribir un cuento donde Juan Dahlman, luego de golpearse la cabeza con el batiente de una ventana, comienza a ingresar lentamente en un infierno y luego de ocho días, los médicos deciden trasladarlo a un sanatorio. Cuando está en mejores condiciones, Juan decide ir a la estancia del Sur para su recuperación total.
Se dirige allí en un tren que lo deja en medio del campo y camina hacia un almacén donde decide comer. Unos jóvenes lo enfrentan y lo retan a un duelo.
El patrón le arroja un puñal a sus pies, aunque desconoce cómo usarlo en una pelea.
Comprende que es mucho más honroso morir allí, defendiendo su buen nombre, que en la cama de un sanatorio.
El escritor se queda muy conforme con su cuento y mientras la luz de su escritorio acaricia las hojas bautizadas con tinta, se abandona a un sopor que desdibuja la realidad.
Voy a buscar un café para darle pelea a mi cansancio y ordeno algunas ideas que están dispersas jugando a las escondidas.
Retomo. El escritor comienza a escuchar ruidos y observa una silueta en el marco de la puerta. No se sobresalta, sabe quién es y por qué viene.
Juan Dalhman se sienta sigiloso en el sillón de cuero que tiene frente a él. En el silencio de una noche cerrada, se escucha el ruido de la respiración del visitante .
-Vengo a pedirte explicaciones. Me has confundido y mucho. En verdad he muerto en el sanatorio y tu me has hecho creer que mi final se precipita en una pelea digna en los campos del Sur.
-Eso es lo que crees pero ni yo estoy seguro. Tal vez ese tren te llevó a la estación de un infierno interno y esa lucha no existió y has muerto en el hospital. ¿Pero….si verdaderamente has viajado al Sur? No descarto esa posibilidad…
Juan lo mira con cierta desconfianza y su creador prosigue:
-Y ahora, eres tu el que me engaña. Eres el personaje de mi cuento y no puedes aparecerte como si fueras real.
-Lo soy, tu me creaste y tengo entidad para tí.
Despierto con la taza de café helado cerca de mi rostro.
Me acomodo el cabello y frente a mí estaba sentado en el sillón de cuero negro, el escritor de mi cuento.
Por supuesto que creí estar soñando o pensé que podía estar afectado por lo que estaba escribiendo: personajes de cuentos que cobran vida y visitan a sus creadores.
Decido acostarme para relajar mis ideas e ingreso en la dimensión onírica de manera inmediata.
Estoy soñando con laberintos, espejos... De pronto me doy cuenta de que estoy ciego. Utilizo un bastón para moverme entre las sombras y percibo frágiles contornos que pronto se esfuman.
Cuando los primeros destellos de luz me despiertan, recuerdo el sueño, y me reconforta que habiten en mi retina, los objetos de mi habitación.
Decido prepararme un café y al pasar por mi escritorio, diviso la silueta delgada de un bastón, apoyada en el sillón de cuero, desafiando a mi sano juicio.
Patricia Licciardi