Jue30Mar202322:11
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Autor: Cesar Cordoba
Género: Cuento

Vamos a Daytona?

Vamos a Daytona?
Vamos a Daytona?
El vuelo rasante de los aviones me hizo imaginar que eran pájaros suicidas, formando vórtices voraces en el aire aún humedecido por la reciente lluvia cercana al aeropuerto, para luego morir. Las estelas de humo flotaban perezosas, y luego descendían lentamente para marchitar las flores que aún persistían en perfumar este día. Esta ciudad.
Crucé con mi Corolla, una nueva intersección de puentes gigantes inconclusos y me dio la impresión de que me arrastraba entre las patas de una araña del tamaño de un estadio de fútbol. No paran nunca. Vivo aquí desde hace veinte años y aún no me acostumbro, la transformación urbana es permanente
Algunas palmeras moribundas colgaban desde unas grúas amarillas y estáticas al costado de la autopista, esperando ser enterradas, trasplantadas a la tierra.
Hubiera encendido un cigarrillo, pero ya no fumo. Aunque de tanto en tanto recibo una descarga neuronal y sé lo que es. Mi lengua automáticamente produce más saliva de lo normal y sé que son ganas de fumar. Dura un milisegundo esporádico, lo suficientemente largo como para recordarme que mi adicción a la nicotina será eterna.
De pronto, la voz rasposa de Juliana gatilló riendose y me disparó a la cabeza nuestro pasado y su imagen vino a mi, plena, insaciable.
Viéndome, viéndonos como si un dron indiscreto sobrevolara nuestros cuerpos en pleno apareo y transmitiera las imágenes en las redes.
Solíamos fumar, desnudos en su cama, antes, durante o después de revolcarnos como perros en el barro. Ella era mayor que yo, cuatro años, lo cual no es mucho, pero yo tenía catorce años de edad y a decir verdad me inició en el arte de amarla, a aprender a flotar en su nube de sexo, a bucear en su océano. En el océano.
Vaya placer.
Su cuerpo era espléndido, la espalda blanca con lunares pequeños, las piernas torneadas y un culo con forma de pera y manzana a la vez, tan delicioso como las frutas mencionadas.
Una adicción más que me acompañaría el resto de mi vida.
Aún conservo una foto suya posando en tangas jactándose del buen trasero que tenía.
Anduvimos, entre idas y vueltas, un par de años, urgentes y salvajes. Nos gustábamos mucho, nos queríamos, pero sin la necesidad de mentirnos amor u otras cursis promesas de telenovela.
Nunca le pregunté dónde había aprendido todo lo que sabía, no me interesaba averiguarlo, solo la disfrutaba. Aunque lo sospechaba, precocidad y necesidad en aquel lugar, en aquel entonces iban de la mano.
El tráfico, insoportable como siempre a esta hora, se hacía cada vez más lento, así que decidí tomar la primera salida cercana. Active la luz de giro y cambie de carril hasta llegar a Broward Boulevard.
Paré en el semáforo y regresé a Juliana. El tiempo es tirano. Supe encontrarla de casualidad unos quince años después.
Ella me reconoció y yo a ella, ninguno dijo nada. Quedaba muy poco de la que yo había conocido, gorda, desaliñada, avejentada y con un par de niños encima, revoloteando como moscas a su alrededor. No quise molestarla, así que preferí ignorarla.
También yo había envejecido en cierta forma, pero me conservaba casi igual que cuando la conocí.
Tenía dos hijos y me concentré en comprarles helados en cucuruchos y en bromear con ellos.
Ella me miró triste, tomó de la manos a sus mosquitas y se fue, tal vez llorando al ver el reflejo de un espejo distorsionado. Nunca lo sabré. Nunca más la volví a ver.
Sonó el celular y miré de reojo si valía la pena responder la llamada.
Estoy harto de que me llamen para ofrecerme algo que no pedí, ni pediré. No necesito lo que no necesito, hasta que lo necesite.
Creo ser claro.
Era mi ex.
Quería que vayamos a Daytona Beach. Tenía unos días libres y quería compartirlos conmigo.
Dije que si. Vamos.
La única condición era que el hotel tenga vista al mar.
Vivo a cinco minutos del océano atlántico. Me encanta el mar, pero vivir frente a la playa es costoso y no podría hacerlo sin matarme trabajando. Lo cual no esta en mis planes.
Así que mantengo cierta distancia, aunque cada oportunidad que tengo de comprarme esta ilusión, lo hago.
Ella, de hecho odia al sol. Aún tiene el culo marcado por el traje de baño desde que fuimos a Venice Beach, en el Golfo de México, tres meses atrás y me hace responsable por ello. A mi me gustan sus marcas.
¿Estás cansado para ir hoy?- preguntó.
Un poco, pero son solo tres horas de manejo. Llama al hotel, a ver si hay habitaciones disponibles y si las hay, paso a buscarte. Te parece?-
-Dale, ya te aviso. Besos- dijo y se despidió.
Es extraño. Mejor dicho, los extraños somos nosotros. Ella y yo o todo el mundo.
Tal vez la madurez y el distanciamiento hayan hecho replantearnos qué queremos o qué virtud valía la pena resaltar del otro para poder continuar juntos.
Quien sabe.
Desvíe el rumbo y fui al minimercado. Allí tienen una vinoteca interesante y a muy buen precio. Vinos franceses, italianos, germanos, húngaros, argentinos y Cava español. A este último lo descubrimos en uno de nuestros viajes a Barcelona y desde allí se convirtió en una de nuestras bebidas preferidas.
Así que compraré dos botellas, mejor tres.
Conocí a Nancy en el siglo pasado. Más de una decena de mujeres después de Juliana. En otro país, en otra vida, sin celulares ni redes sociales, sin trabajo, sin futuro. Jugábamos a la revolución, a cambiar el mundo, a cambiar un país que nunca cambiaría.
No teníamos autos, ni motos, ni dinero, ni poder.
Andábamos en tren, en colectivos o a pie. Suena distante y frágil el camino de regreso a esa existencia pero es inevitable. La conclusión, comparando nuestro presente, era que éramos unos necios influenciados por los libros que leíamos y por el misticismo de un pasado que no nos pertenecía, nosotros queríamos recoger la antorcha y finalizar lo imposible.
Lo que nunca sería.
Íbamos a las marchas, a reuniones, a plenarios, a charlas políticas, ávidos de conocimiento. Mientras que los planes de los dirigentes, eran otros.
Entre adoctrinamiento e internas, yo trataba de llevarme a la cama a cuanta compañera se me cruzaba.
Cuando me hablaban si había interpretado la tercera posición, yo les decía que si, pero mi perspectiva era muy particular, y me imaginaba diferentes posiciones del Kamasutra.
Apenas la vi, me gustó. Casi no hablaba. Me habían invitado a una charla y ella estaba allí. Me invitó un mate sin decir una palabra. Le pregunté a mi anfitrión si ella hablaba, se rió, a sabiendas de que le había echado el ojo.
Cuando giró de espaldas me gustó aún más.
Las espuma de las olas negras, reflejaba pequeños destellos de una luna apática. Semi oculta, opacada por la atmósfera y la niebla que lentamente invadía la playa.
Nos miramos en silencio, bebimos más cava y nos besamos.
Mientras el murmullo del agua nos sedaba con un efecto narcótico pocas veces experimentado. Orgásmico, llenos de dopamina.
Me pasaría el resto de mi vida aquí. Contemplando esta síntesis de felicidad.
Caminamos en la oscuridad, en plena bajamar y la playa se hizo gigantesca.
Al fin y al cabo, resulta que no necesitábamos mucho para tanto. Aunque llegar hasta aquí, llevaría décadas de búsqueda incierta. Entonces vaciamos la botella.
No hay fórmulas mágicas, ni respuestas precisas. Puedes fingir y quedarte quieto. Simular que este destino es el que te tocó y nada puedes hacer para cambiarlo. O todo lo contrario. Mandar todo a la mierda. Arriesgarse a perder.
Parirte a vos mismo en el barro y nacer de nuevo. En otra galaxia.
Me dió la impresión de que a medida que nos alejábamos del hotel, nos íbamos deshojando de viejos inviernos, dejando millones de hojas esparcidas sobre la arena oscura del océano.
Tal vez mañana, gaviotas o pelícanos asirían nuestros fragmentos, pequeñas partes de nuestra historia y las dejarían caer, cual propaganda revolucionaria en algunas islas solitarias o sobre ciudades desiertas donde solo unos pocos sobrevivientes las leerían. Estaría muy bueno.
Llegamos hasta el muelle y los fuegos artificiales inundaron el cielo negro de la noche.
Ella me agarró la mano como en la escena final de Fight Club, y un hilo invisible nos siguió cosiendo el alma.
Fin
Cesar Cordoba

 

 


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5 valoraciones

5 de 5 estrellas
Cuauhtémoc Ponce
Jurado Popular
  • 64
  • 25
hace 1 año
Comentario:
Buen relato mi estimado
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Edith Vulijscher
Jurado Popular
  • 18
  • 11
hace 1 año
Comentario:
¡César! No sé con qué palabras decirte cuánto me gustó esta historia.  Quizás no recuerde bien lo tuyo que leí antes pero creo que otros no me han gustado tanto como este. No pude evitar identificarme con algunas partes. Un abrazo.
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samir karimo
Jurado Popular
  • 201
  • 27
hace 1 año
Comentario:
muy bueno, estimado
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hace 1 año
Comentario:
Hermoso César, embriagante! Abrazo grande!
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Cris Morell Burgalat
Jurado Popular
  • 141
  • 11
hace 1 año
Comentario:
Me ha encantado. Un relato  que traslada y transmite. Gracias por escribir y compartir.  Desde Barcelona, chin-chin con cava fresquito
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