Leer que en Petorca, la comuna más afectada por la sequía en el país, ganó el Rechazo en el plebiscito constitucional, (que, entre otras muchas cosas, proponía que el agua sea un bien público), me lleno de rabia. Presumía que ganaría esa opción, por lo que el día de la derrota no lo sentí tan duro, pero leer lo de Petorca me enojo muchísimo. “Gente de mierda. Chilenos de mierda. Que vergüenza esta gente culia”, vociferaba. “Flaites de mierda. Lo sabía todo ese lumpen le dio el triunfo al Rechazo. A quien rechucha se le ocurrió hacer el voto voluntario”.
Me escuchaban mis amigos el ruso y el micrero (no era micrero, pero como administraba una línea de micros le decíamos así). Ellos igual habían votado Apruebo, pero no estaban tan enojados como yo; aunque el ruso si lo vivió mal con todos sus amigos revolucionarios.
Para pasar las penas electorales decidimos almorzar juntos. Pensamos que los choripanes nos ayudarían a pasar el mal rato, por lo que partimos al supermercado a comprar la longaniza, pan, mayonesa, y tomate y cebolla para el pebre. Todo lo necesario para tener esa carnecita rica, caliente, y el juguito rojito que corría por el pan crujiente. Por algo fue elegido el mejor sándwich del mundo; aunque en su versión argentina, que es casi igual a la chilena.
No sé porque al llegar al supermercado me volvió la rabia. Será por encontrarme con la gente, eventuales votantes del Rechazo. En la entrada del super una humilde señora nos ofrecía sus berlines.
- - Que vieja de mierda apuesto que voto Rechazo¡ – espete mientras caminaba raudo.
- - Felipe, tal vez la señora votó Apruebo – me dijo el ruso.
Me disculpaba a mí mismo pensando que la señora no me había escuchado, pero el ruso tenía razón. No podía andar chucheteando a todo el mundo que Rechazo, sino tendría que hacerlo con más de la mitad de la población. Si la mierda de la plurinacionalidad tuvo la culpa de la derrota, sumado al hijo de puta del Pelado Vade, y que los hueones de la Convención pensaron que el 70% de los chilenos queríamos ir hacia un proceso revolucionario.
Como forma de disculpas le quise comprar uno de sus berlines a la señora. Aunque no soy muy bueno para las cosas dulces, los berlines eran mis favoritos; tampoco eran los que me gustaban, esos grandes horneados, sino pequeños fritos, pero me servirían para resarcirme de mi error y serían el postre ideal para el almuerzo. Algunos podían decir que es medio raro comer choripán y berlín de postre, pero para pasar la pena de la derrota todo valía.
Después de decirme el precio y pedirle tres le consulte a la señora por quien votó en el plebiscito.
- - Rechazo po. ¿Usted cree que quiero dejarle el país a los comunistas?
Al final era verdad, así que la deje sola con sus berlines. Ella se quedó sin una venta y yo sin ninguna esperanza con esta gente.