—Decidido, «el Viejo Patrón» será nuestro punto de encuentro —sentenció Marc ante un entusiasmado Jordi.
Joan Marcè era un anciano hombre de negocios. Se trataba del principal explotador de un bosque de abetos en la Catalunya más rural. A finales de septiembre, principios de octubre, coincidiendo con las primeras nevadas en los Pirineos, el empresario comenzaba su habitual campaña navideña.
Joan era muy querido en su tierra. Su negocio abastecía de empleo a la mayoría de familias de la región. Era conocido como el «Viejo Patrón», todo un honor para él al recibir el mismo apodo que el más longevo de los árboles que poblaban su amado bosque.
El gran abeto sobrepasaba en altura al resto. En sus más de 400 años de existencia, había sobrevivido a grandes catástrofes, como el incendio que arrasó más de cien hectáreas allá por los años treinta. Los pocos árboles que quedaron, fueron talados y vendidos para ambientar las navidades de unas pocas familias pudientes de la alta sociedad catalana. Todos menos el emblemático «Viejo Patrón», que se erigía intacto después de que cediera el fuego. Una década más tarde, el bosque fue reforestado y la grandeza del legendario árbol llevó a los lugareños a inventar historias dispares sobre la procedencia de su nombre.
Casi un siglo después, había quiénes le asociaban poderes parecidos a los del "árbol de las Almas" de la película Avatar; otros, lo distinguían como un emblema asociado a la madre patria (de ahí lo de Viejo Patr-ón) y le daban más importancia que a la mismísima señera*. De un modo u otro, el paso de los años y los acontecimientos surgidos a su alrededor, lo engrandecieron en toda la comarca. Sin embargo, aquel bosque albergaba un tenebroso secreto. Durante el siglo XX, fueron muchos los desaparecidos entre sus frondosos parajes.
Marc y Jordi eran dos jóvenes ecologistas decididos a acabar con la tala de árboles en la región. Las navidades de 2016 se acercaban y los dos amigos lo tenían todo planeado. A las 3:00 de la madrugada del 2 de octubre, Marc iba de camino en su viejo "Cuatro Latas"; Jordi aguardaba en el punto de encuentro, junto al imponente abeto, impaciente. Unas luces se vislumbraron muy a lo lejos, tenía que ser Marc, pero el nerviosismo se apoderó de su amigo por unos interminables segundos.
"¿Será la guardia forestal? ¿Nos habrán descubierto?", pensó hasta cerciorarse de que se trata del vehículo de su compinche.
Marc sonrió, abrió el maletero y ante sus ojos apareció el cuerpo escuálido de Joan Marcé. El viejo empresario, a pesar del entumecimiento que sufrían sus extremidades, logró incorporarse. Una vez de pie, devolvió la sonrisa a sus captores, helando la sangre que corría por sus venas.
—¡¿De qué te ríes, maldito asesino?! Tú eres el responsable de esta masacre —le instigó Jordi mientras señalaba la tala de árboles que los rodeaba.
—«El Viejo Patrón» te llaman... Hoy vas a hacer honor a tu nombre —continuó Marc mientras sacaba un par de palas del maletero.
Una extraña sonrisa continuaba dibujada en el rostro de Joan Marcé. La ira se apoderó de Marc, arrebató con brusquedad una pala de las manos de su amigo y descargó un duro golpe contra la cabeza del empresario. Justo antes de recibir el impacto, una de las raíces del «Viejo Patrón» resquebrajó el terreno y salió disparada hacia Marc, noqueándolo y evitando así su mortífero ataque.
La sonrisa del empresario seguía creciendo hasta alcanzar los límites de su rostro, deformándolo mientras la Luna llena proyectaba la sombra infinita del gran abeto que parecía engullir a los muchachos. Marc yacía en el suelo y Jordi corría, como si intentase escapar del mismísimo Infierno. La alargada sombra del Viejo no acababa nunca, proyectando en su mente sus mayores temores.
—No puedes escapar —susurró el viento, marioneta al servicio de las ramas del abeto. Definitivamente, el árbol tenía alma, un espíritu maligno y ambicioso capaz de todo por mantener su grandeza.
Un siglo antes, «El Viejo Patrón» era el quinto abeto más alto y longevo de la comarca. Pero no era suficiente. Cada mañana, el joven Joan Marcé lo visitaba, el árbol le atraía mágicamente. Fruto de ese influjo, Joan perdió el control de sus actos y el árbol le ordenó generar el gran incendio que acabó con la vida de sus oponentes. Las vidas del joven Marcé y «El Viejo Patrón» quedaron ligadas para siempre.
A la mañana siguiente, dos pequeños abetos florecieron en las proximidades del «Viejo Patrón». Nada más se supo de Marc y Jordi, así como de los cientos de cadáveres que yacían bajo aquel cementerio de árboles.
Fran Márquez