Mié17May202321:51
Información
Autor: Iván Rodríguez
Género: Cuento

Zamuro. (Buitre)

Zamuro. (Buitre)

Zamuro
Extracto de “Sumarios Alquímicos"
Iván D. Rodríguez.

I.

La quietud abarcó todo. Los pájaros quedaron mudos, no volví a oírlos. Las formas aun estaban allí, dando volteretas a través del cielo desértico, pero las veía como a través de un cristal ondulado, como en el inicio de una película de kung-fu de bajo presupuesto. Pero, en las cercanías, los detalles me abrumaban. Cientos de pequeñas hormigas caminando, cargadas de sustento. Los arbustos a mi derecha crujiendo al contacto con la brisa. Una gota de savia cristalizada colgando de un hilo imposible de un cactus gigante. Podía verlo todo perfectamente, hasta el más nimio detalle, pero sin embargo ya no era lo mismo.

Creo que pasé la noche desmayado, porque ya amanecía al despertar. Pero el indecible peso sordo en la espalda y los espasmos de dolor empezaron apenas volví en mí. Recuerdo que pensé, decepcionado, en lo fácil que hubiera sido simplemente desvanecerse y no despertar, como las doncellitas en las películas de Drácula. En el principio sentí que era posible recuperarme, que con el amanecer volverían mis fuerzas, y llegué a albergar la esperanza de ponerme bien, que alguien pasara, me viera, y me llevara a un hospital. Hasta contemplé la posibilidad de gritar, y logré emitir algunos siseos inútiles que solo sirvieron para reforzar mis expectativas. En un par de horas mas estaré mejor, me dije en ese instante. Un magnifico sol se erguía ya sobre el horizonte, infundiéndome calor, sacudiendo el frío intenso que llevaba en los huesos tras la helada noche al descampado. Su sola presencia me espantó el miedo a las criaturas que había escuchado minutos antes, aullándole a las estrellas. Me salvó de algo, recuerdo que pensé, y creo que dios quiere que sobreviva, porque me iluminó. Le agradecí a dios por darme la luz, y al sol por darme calor, claridad de vista y pensamiento.

Un universo de luz blanca me quemaba el cuerpo como millones de agujas. La solaridad asesina dominaba todo mi espectro de visión, excepto por una angosta sombra incrustada bajo los matorrales que me ocultaban de la cerca. Allá hay un poco de sombra, y es necesario escudarse del sol, me decía mientras me armaba de las pocas fuerzas restantes para acometer el viaje más duro de mi vida. Me arrastre milímetro a milímetro, haciendo un último esfuerzo cada vez, un último sacrificio que se repetía incontables veces, con el instinto de sobrevivir manteniéndome a flote en un mar de dolor. Apenas alcancé a llegar a la sombra deseada, y no sin una perdida de energía y defensas que me costaría caro. Al atardecer estaba tan débil por el trayecto, que no me percaté hasta bien entrada la noche del suplicio del frío atenazante, el cual me tomó por sorpresa; el frío desértico de los elfos de las noches de luna llena, que congela los dientes y produce agudos dolores de cabeza acompañados de alucinaciones. Mis pulmones empezaron a sentirse espesos, y se volvió un trabajo en si mismo tratar de respirar un poco de aire. Y allí conocí la tos.

Las convulsiones empezaron amaneciendo el segundo día, tras 30 horas sin ingerir líquido; me iba apagando poco a poco, desangrado, paralizado de cintura para abajo y deshidratado por el sol, que iba acabando conmigo lenta, pero feroz e implacablemente. Tosía con el cuerpo, y me costaba respirar durante los largos vahídos de calor. Para el mediodía había dejado de tragar, y los vómitos asfixiantes llegaron, acompañados de bilis al principio, luego de sangre, y al final, un tejido marrón, viscoso y denso, probablemente proveniente de mi tracto digestivo en ruinas. Ya entrada la tarde, la ausencia de saliva y el calor me habían hecho surcos sangrantes que se coagulaban en el paladar, contra los que chocaba mi lengua, hinchada y rasposa, produciendo un dolor continuo. La vista me abandonaba por minutos, y llegó un momento en el que dolía demasiado parpadear como para abrir los ojos de nuevo. -Pero no, yo no puedo morir, me insistía a ultranzas, debo salvarme, alguien sálveme, alguien por favor, Dios sálvame-. Sentía la fiebre apoderarse de mi cuerpo minuto a minuto, y de pronto volaba en sueños a casa, de donde nunca debí salir, o deliraba estar en un río ancho y cristalino, bañándome saludable, hasta que un nuevo ataque de tos me traía de vuelta al espanto de estar abandonado a mi suerte y sin posibilidades de salvación.

Durante mis últimas horas luché, aterrorizado por lo desconocido, rezando, llorando, rogando en mi mente por ayuda. Uno piensa tantas cosas, tonterías cuando estas vivo y a salvo, pero que son horrendas o estúpidas cuando un trance así te avasalla. Por ejemplo, recuerdo que pensé mucho en el sabio rey condescendiente del principito, dando ordenes a la luna para que saliera, pero solo cuando ésta estuviera lista. Y me vi errado en la moraleja del idiota que pide lo obvio. Ello me hizo reconsiderar, pensar que quizás ceder era lo más sensato, que lo mejor quizás fuera sosegarme un poco y resignarme a que lo que pasara, cualquier cosa que esta fuera, era irrevocable y estaba preordenado. Creo que fue una buena decisión, porque me produjo cierta tranquilidad de espíritu que me ayudó durante un rato. Y entonces, de pronto, cesó. Recuerdo que luego me pareció de muy mal gusto el permanecer consciente después de haber muerto. No deberían contarle a uno todas esas cosas acerca de la muerte cuando es todo una mentira, eso de que no hay mas nada, que dejas de existir y punto. Pero al menos el dolor había desaparecido por completo. Y el final me llegó sin darme cuenta, sin siquiera una fracción del trauma que me había llevado hasta él. Porque resulta que la parte más fácil de morir, es morirse.

II

Así que allí estaba yo, muerto de lado, contorsionado contra la arena en la cual yacía, pero aun encerrado en un cuerpo que no me correspondía ya, que había dejado de ser útil, y del cual no sabia como salir. Había dejado de ser aterrorizante, era patético. Intente hacer fuerzas para incorporarme, para salir de mi coraza, mi caparazón, como solía decir la jipi de mi hermana, pero no podía. Ni un centímetro. Por ahí no podía empezar. No podía sentir nada físicamente, pero una lucidez particular de la percepción del entorno, y una especie de habilidad de “ver” con el cuerpo me hacían extremadamente consciente de mi mismo. Todavía tenía mis piernas, mis brazos, mi hombro izquierdo y el derecho, que había sido descoyuntado y desgarrado en el accidente. Pero todos estos estaban muertos. Solo yo sobreviví. ¿Como podría haberme parado? El sol, aunque presente, dejó de ser la fuente única de luz en mi mundo, y un vago tono sepia que salía de las nubes cubrió todo, una tenue luz blanquecina con matices marrón/rojizo iluminando el universo. Estaba en un momento paralelo, al lado y dentro de mi muerte a la vez, un lugar que pertenecía al mundo, pero que ningún ser vivo había visto jamás. Eso no estaba mal, una vez que te dabas cuenta. Me invadió el deseo de aventura, sentí curiosidad por ver qué había detrás de esas colinas que se movían, como detrás de chorros inmensos de aire caliente, en el horizonte. Quise conocer un paso mas allá de lo que había visto hasta ahora. Ya que estoy muerto, pensé, bien puedo habituarme a mi estado, y ante lo inevitable de mi situación, empezar a disfrutar de las libertades de estar muerto, si es que existía alguna. Simplemente olvidar el tiempo, ser inmortal por un segundo eterno e internarme en la muerte, hasta descubrir sus secretos. Ser uno con ella, llegar a algún tipo de comunión con mi nuevo estado. Hasta lo deseé. Pero, como de costumbre, había olvidado que es peligroso creer que donde se está, es donde uno llega. Lo malo es que el alivio de un problema puede ser, y generalmente resulta, la fuente de un problema mayor.

Me estaba pudriendo. Me habían jugado una mala pasada. Ahora no sabía si habían pasado minutos o siglos, pero podía sentir mi cuerpo hinchado, y que la ropa en la cual morí, la chaqueta azul de los sábados y los pantalones de lino, me quedaba pequeña. También mi piel, mi sustancia, se había vuelto una masilla inconsistente y grotesca, que supuraba, emitía flatulencias constantes y se abría por los puntos de tensión. Las hormigas y otros insectos ya habían dado cuenta de mis ojos, mis mucosas externas, y buena parte del tracto digestivo. Era indoloro, pero insufrible. Poco a poco me iba deshaciendo, ante mis ojos y sin poder hacer nada para evitarlo. La arena bajo mi cuerpo estaba dura y seca, absorbiéndome, convirtiéndome en desierto con cada minuto que pasaba.

En mi desesperada inocencia, hice un intento valeroso por enfrentarla, y adaptarme a ello. En mi fuero interno, me decidí a aceptar que la disolución fuera a llegar así, en la forma de una putrefacción lenta e insoportable, y que quizás el cambio favorable del que todos hablaban llegaría después, con tunelcito de luz y todo, cuando algo vi que en verdad me aterrorizó. Una bandada de pajarracos atroces y gigantescos se acercaba desde el oeste, al compás de los chorros de aire caliente que me separaban del mundo real. Eran 4, 3 de ellos completamente pardos, y el más grande, de cabeza blanca y mirada penetrante e inteligente, siguiéndolos desde lejos. Desde que los vi acercarse desde el horizonte, supe instintivamente que venían por mí, y entré en pánico. Empecé a suplicarle a Dios, a llorar a pensamiento vivo que me llevara, que por favor no me dejara ser devorado por los carroñeros, en lo que me parecía el colmo de la degradación y el sufrimiento, ahora del alma, tras el del cuerpo. Pero nadie escuchó, o al menos eso creí en ese momento. Llegaron en lo que pareció apenas un segundo, aunque no podría asegurarlo, y se posaron sobre mí, caminando en erráticas trayectorias por encima de mis piernas, mi cuerpo, mi cara, graznando letanías dignas del peor emisario del averno. Quizás estuviera condenado por algún acto imperdonable del cual no fui consciente, mas no por ello menos culpable. Quizás esto es lo que merezco, recuerdo que pensé. Todo es posible. Quizás sea así. En ese momento no lo entendí, pero sí me pareció que estos chillidos espeluznantes tenían un efecto adormecedor, y se me antojaban cargados de ritmo. Quizás, pensé luego, en mi estado hinchado y carcomido por el sol y las hormigas era susceptible a estímulos que en un estado normal hubieran pasado desapercibidos. No obstante, aun me encontraba en un estado de terror absoluto. Eran horrendos, torpes y crueles. Estaban habituados a realizar la sucia tarea que estaba a punto de sufrir, y sus penetrantes ojos de vidrio negro eran ventanas profundas a momentos sin pasado: trechos al sol, muerte sin sombra; camino incierto y emboscada; degollamiento y abandono; intenso dolor del alma y el ahorcado columpiándose en la brisa; columna de humo y un muerto ardiendo abajo. Derrumbe en medio de la neblina y el puente roto que no se ve.

Los pardos, que habían llegado primero, caminaban sobre mí y a mi alrededor, danzando a saltitos un ritual de hambre y ferocidad contenida mientras esperaban que llegara el mayor, que se había rezagado y no se daba apuro. Aún cuando los pardos aterrizaron, este no era más que una mota vaga acercándose en la distancia. Planeó aún cuatro o cinco veces más sobre nosotros, en círculos, antes de aterrizar, y cuando lo hizo, fue con un estilo majestuoso y pausado que no había observado en ninguno de los otros. Había diferencias marcadas entre estos incapaces pájaros pardos y su inmenso jefe, que inspiraba respeto con solo verlo volar. El líder agacho la cabeza y, justo frente a mi cara, mostró durante un instante unos parpados traslucidos ascendentes, con los cuales cubría sus ojos extraños e insondables, volviéndolos imposibles de penetrar. Y luego se paró sobre mi abultado abdomen para dar inicio a mi consumación. Al principio solo pensaba en resistirme, en escapar al asco y la vergüenza, mientras el animal empezaba a caminar alzando y bajando la cabeza, produciendo gruñidos cortos, como invocando a alguna fuerza oscura y desconocida para que lo ayudara a cumplir con su sucia misión. El aire a mi alrededor se empezó a enrarecer, y un inquietante velo anaranjado cubrió todo nuestro universo. Recordé una vez que me sentí así. Sucedió a los ocho años, cuando casi muero con el sarampión. Desperté una noche, y un velo anaranjado de delirio me acompaño hasta el baño. Mi padre me llevaba de la mano, porque no podía caminar solo. Al día siguiente mi padre negó alguna vez haberme llevado durante la noche. Pero siempre quedó en mí la clara distinción de los objetos en el trayecto al baño, vistos a través de un cristal anaranjado, mientras mi padre me llevaba de su mano firme y reconfortante. Con el rey zamuro sentí esto mismo, recordé esa sensación de estar contenido por fuerzas mucho mayores que yo, inerme para cambiar nada de lo que me rodeaba, porque todo era ajeno. Pero cuando el sarampión ninguna criatura diabólica se proponía comerme, ni vivo ni muerto. Esta era la no tan pequeña diferencia. Bueno, al principio creí que esa era la única diferencia. Algo más había cambiado, no desde aquella vez a los 8 años, sino desde la llegada del zamuro rey. Me encontré esperando que algo sucediera, me hallé queriendo que algo sucediera. Inexplicablemente, me había llevado en su hechizo, me había convencido de que tomara sus alas y saliera volando con el, a conocer otros parajes, a continuar vivo en otras formas, a dejar esto de lado y entregarme. Sus majestuosos gestos poseían una cualidad geométrica fascinante, y la cadencia rítmica producía cambios súbitos en mi presencia de ánimo, aletazos de terror y alegra simultáneos. Pero no es fácil, no basta con decidirse, después de toda una vida, a dejar el cuerpo y listo. Y no tiene porque dejar de ser difícil simplemente porque estés muerto. De eso me había enterado ya. La costumbre de desplazarse con el cuerpo a todos lados te hace creerte tu cuerpo. Al menos así me pasó a mí. Y el zamuro rey bailaba, como esperando algo. Mirándome a ratos, como esperando una señal para proceder a lo inevitable. Pero para este momento, seré sincero, no existía ni la mitad de la oposición con la que se había encontrado cuando llegó. Yo estaba casi decidido a soportar lo que sucediera. Y ahora creo, estoy convencido, que él lo sabía. Mi miedo en aumento se calmó un poco con los gruñidos inquisitivos del zamuro mayor, mientras me miraba tras sus velos, como esperando algo. Los demás también esperaban, pero no podían hacer nada antes de que el más grande, el rey zamuro, les diera permiso. Su pico estaba más desarrollado, con seguridad podría matar a cualquiera de ellos con facilidad. Y también con seguridad podía abrirme una zanja en el pecho sin pensarlo mucho. ¿Entonces porqué no lo hacía? Era desconcertante. Y mientras cavilaba en esto, el zamuro seguía su baile a saltitos, sus gruñidos sobre mí. Su mirada inquisitiva. ¿Seria posible que me estuviera pidiendo permiso?, recuerdo que me pregunté al mismo tiempo que una fuerza inconsciente dentro de mi aceptaba.

Y me di cuenta, cuando el primer picotazo me desgarro la panza, y un silbido penetrante y fétido liberó un reguero de cosas inmencionables sobre la arena del lecho seco del río, de qué era a lo que venían. A ayudarme a irme.

El gran sacerdote retiró el velo de sus ojos por fin, y vi en ellos a un ser piadoso, hermoso, que conocía y contemplaba en silencio mi drama, sin mofarse. El único con la suficiente bondad y poder como para sacarme del infierno en que me había convertido. Pero jamás, jamás sin mi consentimiento. Los demás saltaron sobre mí inmediatamente. Y a cada trozo, a cada pedazo de tejido podrido que engullían en su cena macabra de las cuatro de la tarde, sentía yo mi energía liberarse poco a poco, sentía un dolor oculto pero presente irse, dándome un alivio del cual no me conocía capaz. Me iba, reconociéndome al fin, pero ahora como un gas demasiado tenue para ser real. Ellos habían sido los instrumentos del retorno, algo así como un paso inequívoco en un atajo, o un último bus a la medianoche. Eso pensaba, asombrado, mientras me quitaban lo humano a picotazos, y me reconciliaban con el inmenso mar de energía que de pronto dejaba de ser un velo de aire caliente separándome del mundo, y ahora manaba de absolutamente todo a mi a alrededor. Hermosos regueros de energía, pocitos de vida dentro de un mar vital, diferentes modos, medios y diseños estructurales de existencia, todos, de pronto, a mi entero y total alcance. Me disgregué sin perder nada, ya que nada se pierde. Era la única manera. Dividir todo el inmenso cúmulo de energía que se es, y disponer de ella una vez que te la devuelven. Una parte de mí quedó en las plantas, movida y asombrada por su complejidad de diseño, su feroz lucha, su inescrutable sabiduría y la evidente relación que tenían con los secretos mejores guardados del universo. Otra porción de mi esencia se fue al mar, a volverse brisa, y acariciar, acariciar, solo acariciar por el resto de los tiempos. Una inmensa porción de mi la dejé, gustoso y agradecido, en los corazones de todos aquellos que alguna vez me quisieron. Y lo imprescindible, lo que siempre queda, eso que no muere, estuvo pensando en muchas cosas durante un tiempo, hasta que fue llamada a volverse a dejar llevar por el torbellino de las acciones y los verbos, a respirar de nuevo y sentirse feliz y desdichada, a cargar el sol en la cara y la lluvia en la espalda, como siempre ha sido, como fue antes de chocar, partirme la columna en la caída y morir en el desierto, y ser de nuevo niño, hombre, vida, arte, volver a tener la esperanza viva hasta el ultimo instante, forjarme sueños de aire y melodías hoy, mañana y siempre, hasta ese siempre que resulta ser mentira, porque algún día, y eso es inaplazable e inapelable, nos tocará volverles a entregar nuestros frutos a la vida, y de nuevo nos sorprenderá hallar, al final, la salvación en lo que nunca soportamos, y el mas pesado lastre en lo hermosos que hemos sido.

Iván D. Rodríguez

Valoración promedio

Aún no hay Valoraciones
Colapsar menú
Inicio
Concursos
Publicar
Servicios Editoriales
Login

0













We use cookies

Usamos cookies en nuestro sitio web. Algunas de ellas son esenciales para el funcionamiento del sitio, mientras que otras nos ayudan a mejorar el sitio web y también la experiencia del usuario (cookies de rastreo). Puedes decidir por ti mismo si quieres permitir el uso de las cookies. Ten en cuenta que si las rechazas, puede que no puedas usar todas las funcionalidades del sitio web.

?> hacklink al dizi film izle film izle yabancı dizi izle fethiye escort bayan escort - vip elit escort erotik film izle hack forum türk ifşa the prepared organik hit istanbul escortperabetmatbetmatbetmeritkinghasbetjojobet girişmatbet girişholiganbet girişsekabet girişonwin girişsahabet girişgrandpashabet girişmeritking girişimajbet girişimajbet girişbetebet girişjojobet girişjojobetjojobetmarsbahissultanbeyli çekicijojobet girişsahabetsekabetultrabetultrabet girişjojobet girişjojobetwinxbetCasibom güncel girişextrabet twitterbahsegel güncel girişsekabetcasibomcasibom girişjojobetonwin güncel girişaresbetaresbet güncellimanbetcasibom girişcasibomcasibomcasibom girişcasibomMarsBahis Güncel GirişjojobetMeritkingMeritkingMeritking TwitterMeritkingMeritking Giriş